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2008/11/17 Padres e hijos

Este tema me fue solicitado hace un tiempo por Teresa, luego de leer un artículo de este blog que trata sobre la adolescencia y el delicado tema de los límites que hay que ponerle a los hijos.

En aquel artículo, grosso modo, me refiero a lo difícil que es manejar las concesiones y restricciones a la hora que se nos hacen pedidos que rompen con los esquemas usuales. El mayor enemigo para sostenerse con lucidez en esta etapa son las intensas y encontradas emociones que se mueven, tanto en los padres como en los hijos. Ambos sienten que tienen razón y se erizan soteniendo sus puntos de vista. De hecho, la trampa de la subjetividad restringe el ver las cosas con amplitud y, más aún, el poder ponerse en los zapatos del otro.

Es frecuente que, en estas circunstancias, cometamos errores y que, sólo en una segunda mirada, ya más tranquilos, podamos entender mejor lo ocurrido o las consecuencias del desencuentro. Tengamos presente que si algo enriquece una relación es reconocer los errores y, si cabe, disculparse. Para que esto sea posible, es necesario que entre las personas no exista un clima de rivalidad o un afán de dominio o sometimiento del otro.

Pero, no bastan las disculpas. Es indispensable que las cosas vayan un poco más allá, que se dialogue sobre lo ocurrido, hasta poder llegar a la conclusión de que la solución encontrada es un logro de los dos.

La vía de una negociación en un clima desapasionado y sin ofuscación resulta indispensable.  Esto, por supuesto, no es viable en un hogar de "fosforitos" hipersensibles o impulsivos. La crisis de la adolescencia es una puesta a prueba de lo que se cultivó - o no - a lo largo de la vida.  La viabilidad de una relación equilibrada con los hijos depende de las características del apego que hayamos desarrollado desde los primeros instantes de la vida.

Para empezar, el "mal comportamiento" sólo llega a extremos riesgosos en la medida en que el "buen comportamiento" previo haya sido sólo un intento de complacer a los padres, motivado por el temor o la culpa. Entonces, desprenderse de estos "modelos" expone a los adolescentes a la falta de experiencia de sostenerse sobre la base de un deseo propio, de un sentimiento de responsabilidad sobre sí mismos. La independencia los angustia porque no la saben manejar y es entonces que empieza el "mal comportamiento", como una manera de provocar un apego ambivalente, en el que se pide y se rechaza a la vez, en el que se busca y se evita el encuentro. Casi siempre esto corresponde a una pauta ya cultivada en la relación con los padres, pero con la variable de que, en su primera etapa, existía un acatamiento sumiso y una represión de la agresión. Ahora, sueltan una agresión que espanta la ternura, pero conservando la adhesión, en esa forma torcida que es estar capitalizando la atención de los padres con sus conductas de riesgo (real o virtual).

Una variable de esta circunstancia es aquella en la que, desde el principio, padres e hijo se han relacionado de manera altisonante, con idas y vueltas dramáticas de cercanía-distancia, de afecto -rechazo, aderezando su comunicación con palabras gruesas o frases hirientes a las que suceden volátiles proclamas de ternura o arrepentimiento. No falta el enrostramiento de culpas, la capitalización manipuladora de las "reparaciones" que, por cierto, nunca saldan los "daños" infligidos.

Detrás de estas y muchas variables, en el desencuentro entre padres e hijos, existe una falla en la capacidad de la madre para comunicarse emocionalmente. Ella misma suele haber sido alguien que experimentó esa falta de respuesta emocional, esa sintonía afectiva, que es tan necesaria.
Lo que la ciencia va encontrando con más certidumbre es que el cerebro emocional se "configura" en el interjuego de la relación con la madre. Existe una programación genética que requiere desarrollarse a partir del encuentro de un complemento receptor, en este caso la comprensión de la madre de los mensajes de su bebé.

Lo que llamamos "inteligencia emocional" proviene de allí. La ausencia de respuestas adecuadas o, peor aún, las respuestas inadecuadas, movilizan otras programaciones vinculadas con el desarrollo del estrés y de actitudes de peligro, por lo que el bebé puede llegar a organizarse más como una estructura "a la defensiva" (o en constante angustia).

Muchos bebés sumisos y "buenitos" en realidad están asustados y temen molestar a la mamá (suele ser que esta mamá no tendría la tolerancia suficiente para acompañar su comportamiento infantil y están felices de que su hijo se porte "tan bien"). Otros expresan su angustia mostrando una inquietud que busca llamar la atención de la madre, a la que suelen sacar de quicio. Se aseguran, así, de que están acompañados.

Lo más terrible para un bebé es la sensación de desamparo, de desconexión, de que no se produzca la comunicación esperada, de que no se lean adecuadamente sus expresiones.

Hay que tener en cuenta que desamparo no es lo mismo que abandono por parte de la madre. Nos referimos a esa dificultad para establecer la comunicación emocional correspondiente a cada momento.

La madre puede estar allí, pero funcionar sobre la base de un modelo "preocupado", ansioso, que está permanentemente tratando de proteger al infante de fantasmas que aparecen en su mente (en la de ella).

Esto deriva en que el bebé, si bien está "cuidado y protegido", no siente que está siendo tenido en cuenta. Sus circuitos neurales irán tejiendo una trama particular en la que el sentido de confianza o el de reconocimiento de sí mismo se hace incierto o inconsistente.
Lamentablemente, como lo he mencionado en muchos escritos, la sociedad actual perpetra el crimen de la separación prematura entre madre e hijo. Más allá de las "fallas de origen", que pueda tener la madre o la estructura parental, está el problema de una sociedad que ha tomado distancia de los valores biológicos y humanos, condenando a sus hijos a una creciente patología de carencia emocional.

Es impresionante el incremento de los problemas de angustia, de pánico, que atendemos cotidianamente. Ni qué decir de los pacientes atrapados por la desilusión o la rabia, alejados de la experiencia de "ser" en la vida, mermados en su encuentro con la plenitud del ser y del vivir, que nos traen cuadros depresivos a la consulta . La impotencia resultante, en uno y otro caso, en el intento de plasmar su voluntad y sus mejores esfuerzos para lograr que sus hijos no pasen por lo que ellos pasaron, se encuentra con la amarga realidad de repetir exactamente los mismos problemas que, acaso, llegaron a criticar en sus padres.

Se puede hablar mucho y repetir bastante en el intento de compartir el mensaje. Me parece mejor citar ejemplos o abordar consultas puntuales, ya que cada caso es diferente y es imposible hacer generalizaciones que resulten útiles para todos.

Un ejemplo, breve, proviene de una consulta que se me hizo hace un tiempo. La madre estaba preocupada porque su hijo, un muchacho sobresaliente en estudios, había empezado a flojear y estaba perdiendo clases, alimentándose mal y presentando otros problemas por los que llevaba tiempo (años) tomando medicamentos.

Entraron juntos a la primera entrevista y fue notorio que la madre no dejaba ningún espacio en la comunicación para que el supuesto interesado se expresara. En algún momento, pudimos observar que la señora tenía dificultades para aceptar criterios que no fueran los suyos, tanto que, al señalárselo, el hijo empezó a hacerme señas furtivas, como tratando de que no insistiera en mi actitud confrontativa.

En unos pocos minutos, al final de la entrevista, el muchacho me dice "es que con mi madre no se puede discutir...". No entro en más detalles, pero me quedó la sensación de que yo "estaba cometiendo un error al cuestionarla". Al momento de despedirnos, el chico expresó su entusiasmo por volver, mientras la seriedad de la madre me hizo presagiar un magro porvenir para nuestra incipiente alianza.

No vino a su siguiente entrevista. Avisó que no podía asistir.  No sé si vuelva, pero aún queda la posibilidad de que haya logrado suficiente conciencia de que depende de su esfuerzo el sostener un vínculo que lo ayude a encontrar la salida o, mejor dicho, la entrada a su mundo personal; que no puede contar con mamá, pero que "declararse en huelga" por ese motivo, a quien más perjudica es a él (y a todos los potenciales que parece tener) y que lo único que va a lograr de esa manera es, justamente, perpetuar el modelo de relación en la que está entrampado y que, lamentablemente, en lo esencial, no le facilita la tarea de encontrarse a sí mismo.

2 comentarios:

carola dijo...

Hola pedro: Súper interesante lo que has escrito, te leo y me sirve de mucho pues yo hago consejería cristiana, yo no estoy en el lado de la "ciencia" si no en de la "Teonomía" (la norma de Dios), parecerían cosas opuestas pero no lo creo así, he observado muchos hogares dende predomina lo que yo llamo "la supremacía del loco" todo es en base al desajustado: ¡cuidado no le muevas eso a tu hermano! ¡uy no, no le puedo decir nada! etc. todo en la casa es en función a él, pero lo que más me llama la atención a mí es como los padres han soltado el "cetro" de autoridad, y te cuento, esa es un poco la historia que la biblia narra acerca de la humanidad un Dios creando al hombre y mujer y diciéndoles ¡señoreen, gobiernen todo lo creado! y el hombre claudicando a esta misión prácticamente co-creadora, porque eligió la "autonomía" y no la teonomía es decir la norma de Dios. Es así como hoy en día la gente hace lo que bien le parece dejando de lado un consejo maravilloso nada menos que del Creador...y encima lo acusan a Él diciendo ¡como permite Dios...! Bueno, reitero mi felicitación y gratitud por tu blog: Carola Boggio.

Pedro Morales dijo...

Carola:
Gracias por tu comentario. Creo que te va a gustar el artículo que estoy colgando hoy.
De hecho se ha perdido la dimensión de la autoridad conferida, mejor dicho se ha "endiosado" el hombre por lo que ha perdido la fuerza trascendente que requiere el gobernar e iniciar a los gobernados. Ahora los locos son los gobernantes y los demás nos la pasamos cuidando al promotor...!!
Gracias por tus comentarios.