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2016/06/30 Superstición

Hace poco participé en un programa televisivo donde propusieron este tema, centrado en si la mujer era más supersticiosa que el varón. De este encuentro, comparto algunas ideas y reflexiones.

Nos ubicamos primero en el amplio territorio de las supersticiones, creencias irracionales respecto al poder mágico de alguna cosa o persona que nos genera buena o mala suerte, que nos señala designios sobre nuestro futuro, sobre nuestra salud, sobre nuestra vida amorosa, etc. Tales creencias no son demostrables científicamente.

Hay supersticiones que nacen de lo cultural o familiar, el mal de ojo, el daño, son de los más conocidos, suponen una influencia negativa con o sin intención, en donde uno de los impulsores del mal influjo sería la envidia, la venganza, el rencor o simplemente el encuentro con personas de “mala vibra” que nos contaminan sin proponérselo. Otras tienen que ver con la idea de mala suerte, por ejemplo, si se nos quiebra un espejo o se nos cruza un gato negro, ni qué decir si pasamos por debajo de una escalera.

La idea de un destino, de influencias astrales, de espíritus del inframundo, las diferentes formas mágicas de conocer el futuro, mediante las cartas, la coca, la borra de café, la quiromancia, entran en la consideración de supersticiones. En un terreno cercano encontramos a las religiones y ritos alrededor de entes sobrenaturales, tanto maléficos como de una espiritualidad elevada y trascendente.

Distintas referencias ubican a la mujer como quienes hacen más consultas a lectores de cartas o videntes, la mayoría de ellas, en relación a problemas de amores o de salud, mientras que los hombres tendrían centrado su interés en el éxito en los negocios o en temas de poder.

Más allá de los intermediadores implicados en estas prácticas en medio de todos discurre un importante componente de la naturaleza humana: la posibilidad de influenciar o ser influenciado. Este factor está presente en toda relación interpersonal, pero de manera especial la podremos observar en aquellas en las que estén involucrados lazos afectivos intensos como en el enamoramiento o de una particular dependencia como en la relación con el médico. Vale la pena comentar que en medicina es conocido lo que se denomina “efecto placebo”, que es producto de una sugestión que contribuye a la mejoría de los síntomas, a veces basta con el hecho de que la persona se haya puesto en disposición de curar; en otras ocasiones deriva de la importancia, del interés y de la empatía que el médico pone en su acercamiento al paciente. La posibilidad de creer, de tener fé, tiene un lugar central en estas ocurrencias; lo otro lo hace la naturaleza misma de la persona, activada por la disposición positiva de la mente.

Las supersticiones se expresan con mayor intensidad en personas con necesidad de contrarrestar inseguridades que las agobian, que movilizan angustia, es un recurso de la mente para manejar el sentimiento de estar a merced de algo que los amenaza y no pueden controlar. El origen de tales amenazas puede provenir del pasado personal, algún trauma o situación de impotencia o desamparo que moviliza mucha angustia. Esto supone una importante franja de inseguridad que puede ser permanente o coyuntural, ante lo cual se recurre a buscar el amparo de la magia o lo sobrenatural.

La mayoría de las personas tiene alguna creencia personal respecto a lo que puede traerle suerte o malos augurios. Existen amuletos de suerte tanto como talismanes para ahuyentar las malas vibras. Usar una ropa determinada, ponerse la pulsera de la abuela, hacer rituales como persignarse o tocarse la nariz, y miles de otras creencias... con el fin de tener suerte, tienen carácter de estables o incluso muchas veces son creaciones del momento.

He escuchado con frecuencia la expresión “no me carmées” para referirse a que si alguien le anticipa algún peligro, la persona que recibe la información puede considerarlo como una influencia que puede provocar que justamente le ocurra.

En el terreno de la psicoterapia psicoanalítica existe un fenómeno muy conocido que es el de la “transferencia” y su contraparte la “contratransferencia”, que se refiere a adjudicar al terapeuta un rol relacionado con alguien del pasado del paciente. Esto conlleva una movilización afectiva que resuena en el terapeuta y le permite tomar noticia de lo que deriva de esta interacción en el presente: sensaciones de compasión, ternura, molestia aburrimiento etc.,  “hablarán de esta manera” a través de sentirlo en sí mismo. La expresión mayor de dicho fenómeno se denomina “identificación proyectiva”, donde la intensidad de lo transferido irrumpe en el espacio afectivo del terapeuta de manera intensa, causando una movilización de emociones, pensamientos y hasta síntomas físicos, que hablan de un nivel de comunicación muy primitivo e irracional, que implica la presencia de una influencia emocional transmisible.

Respecto a las personas que ejercen un rol de influencia desde la superstición, cabe mencionar que existe mucha charlatanería, junto con gentes que tienen el don de percibir el mundo interior, capacidad de videncia y que esto ha ido reconociéndose en las nuevas clasificaciones de inteligencia, como una inteligencia más. Sin embargo, es un tema sobre el que hay que tener mucho cuidado, ya que se producen sugestiones que, llevadas a la conducta, no siempre son buenas y mucha gente que espera la respuesta “de la bruja” no termina de desarrollar su capacidad de decidir y ganar en confianza personal.



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