Desglosando el enunciado, detengámonos en el sentido de la
“necesidad”. La necesidad puede tener,
como es de suponer, variables, desde una necesidad leve, cotidiana, natural , hasta una necesidad intensa, acuciante y perentoria.
Toda necesidad requiere de un trámite para resolverla y esto
requiere, a su vez, de un cierto control y regulación. La tolerancia respecto de la necesidad nos
permite postergar su satisfacción. En
tanto así, si la vivencia de la necesidad no es sentida en grado sumo el control de la misma no aparece tan
indispensable. Hay una regulación
natural que no requiere mayor esfuerzo.
Este suele ser el caso de una persona que ha logrado desarrollar en la vida un sentimiento de confianza básica y que no vive la necesidad como una amenaza.
Las personas que, frente a sus necesidades humanas,
movilizan un gran despliegue de control, a veces hasta por el mínimo detalle,
desde la limpieza, el orden, el dinero y, más aún, en las relaciones con los
demás, actúan así porque la vivencia de la necesidad moviliza en ellos alguna
experiencia, generalmente de la infancia, en la que se han sentido incapaces e impotentes para
resolver una necesidad, que en ese momento les resultaba imprescindible.
Quizás un tema frecuente,
adicional, a comentar, es que su necesidad de control no les deja mucho margen
para la libertad y el juego en las relaciones afectivas. Es posible que, si algo se sale del marco o
visión que tienen de las cosas, reaccionen con intensos sentimientos de rabia,
cólera, frustración, oscilando entre no sentirse queridos o condenando
drásticamente a quien ha faltado a la norma, escapando de su control.
Es posible observar que, en las condiciones vinculares en
las que predomina el control hay
dificultades para amar. Para estas personas, sumamente controladoras, la
persona “amada” se convierte en indispensable y ellos se sienten siempre en riesgo de ser abandonados,
por lo que el control está teñido de necesidades de posesión y de dominio, cuando no de una posición demandante y
sometida.
La otra cara de la moneda, pero que tiene el mismo
trasfondo, es cuando las personas se sienten indispensables, responsables de
todo lo que le pase al resto. Son
personas que “sin quererlo” generan tremendas dependencias hacia ellas, no
permitiendo que las personas de su entorno crezcan y, menos aún, que se
independicen.
Si se trata de entender por qué llegamos a portarnos
así, la respuesta es que algún fallo en nuestros primeros tres años de
desarrollo nos ha predispuesto a vivir “a la defensiva”. En otras palabras, de esas fallas tempranas en nuestra
primera infancia salimos adelante en realidad como “sobrevivientes”. Es por eso que las personas que controlan
mucho tienen dificultad para disfrutar de la vida.
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