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2015/02/11 La psicopatía


Casi desde sus orígenes, el cine y la televisión nos han reiterado la temática relacionada con el comportamiento gangsteril, criminal, en medio del cual aparecen personajes peculiares, con un perfil definido: están a trasmano de las normas sociales, su interés y codicia se nutren en las riberas de lo ilícito.  No tienen miedo a la muerte; se las ingenian para evadir el castigo, suelen corromper las estructuras más sólidas.  Por alguna razón, casi siempre termina siendo atractivo, para el espectador, ver estas películas (recordemos el éxito de “El Padrino”).

La psicopatía corresponde a una pauta de comportamiento que fundamentalmente ignora el sentir de los demás a favor de los propios intereses.  No importa el dolor o daño que pueda causar.  El psicópata recurre al engaño, a la seducción tramposa, al soborno, al chantaje… a ese amplio espectro que conocemos como corrupción.  Trata de satisfacer su insaciable codicia. Tiene un comportamiento hedonista, es decir, todo lo que es placentero y conveniente para sí mismo le importa por encima de cualquier otra consideración moral, ética o religiosa.

Lamentablemente, una de sus pautas tiene que ver con haber desarrollado un talento seductor y convincente, que se aprovecha de la ingenuidad bien intencionada. Suelen ser personas inteligentes o que dedican su inteligencia a desarrollar esquemas y formas de obtener poder sobre los demás, sin respetar ni los lazos familiares. 

Se puede observar un patrón genético en el origen de estas conductas pero también importa el entorno en el que han desarrollado; un entorno casi siempre disfuncional o al margen de la ley.

El psicópata no aprende de la experiencia de castigo; no deriva hacia actos reparativos en tanto no se arrepiente. Y, si algo aprende, será para mejorar sus formas o técnicas para “salirse con la suya”.

En tanto no tiene conciencia de su disfuncionalidad, no es alguien que solicite ni acepte ayuda terapéutica.  Generalmente la estructura social responde encarcelándolo, cuando le es posible, ya que no encuentra otra forma de protegerse de él.

Tengan presente que si una persona con este tipo de comportamiento visible nos muestra arrepentimiento y pide perdón, lo único que está buscando es engañarnos una vez más. Sólo un 25% de personas con algunas conductas psicopáticas se "aproximan" a la posibilidad de una ayuda terapéutica; el resto nos puede llegar a decir descarnadamente que no tienen nada que cambiar, que todo está bien con sus personas. 

Importa diferenciar psicopatía de conducta psicopática.  En una sociedad donde predomina la corrupción, la anomia y los valores colapsan, es posible llegar a pensar en una suerte de conducta psicopática generalizada, donde nadie respeta al otro y predominan los intereses personales.  Generalmente por esta vía sólo se llega al deterioro y a la destrucción del colectivo social.

La conducta psicopática es susceptible de mejorar y quienes están involucrados en este comportamiento pueden llegar a tener conciencia de la necesidad de reorganizar las pautas a favor del bien común.  Es ahí donde alguna terapia social, eventualmente personal, tiene cabida.

Un ejemplo simple de esta quiebra hacia la conducta psicopática la observamos desde la excesiva permisividad de muchos padres de hijos adolescentes, respecto al consumo de alcohol u otras drogas, bajo cuyos efectos está más que comprobado que se pueden producir las más variadas rupturas del orden y falta de respeto por el otro. En ocasiones, esto llega a configurar una oposición a las normas que los colegios intentan sostener, como es necesario y pertinente en el caso de los adolescentes.

Muchas conductas psicopáticas se justifican diciendo "todo el mundo lo hace", cuando se rompen las normas indispensables destinadas a salvaguardar el bienestar común.  Se trata, entonces, de cambiar el sentido de aquel “todo el mundo lo hace”, comprometiéndonos todos a respetar las normas, entendiendo su sentido.

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