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2012/11/20 Ante la duda, abstente

Marianita, una persona a la que atiendo en psicoterapia, vive enredada permanentemente en la duda. Si no duda de algo puntual, “¿cerré la puerta?”, “¿apagué la luz?”, se pregunta sobre el futuro incierto planteándose escenarios “¿y si cuando haya terminado con él, después me arrepiento?”, “¿Y si me lo encuentro en la calle y está con otra..?” “¿Y si no me quedan bien los dientes después de que me los arreglen…?” “Entonces, ¿lo hago o no lo hago…?” Si no es el futuro, es a veces desde el pasado que presenta las alternativas: “Y si no hubiera hecho tal cosa… “¿hoy tendría o no este problema?”…

Entre una cosa y otra, el gran problema es que Marianita no vive el presente y, más aún, no termina de tomar las riendas de su vida, no se compromete con nada y, si lo hace, inmediatamente aparecen incertidumbres o dudas sobre la credibilidad de lo que puede esperar del otro o de lo que ella pueda hacer, si podrá estar a la altura de las expectativas… A sus 28 años no ha decido nada importante, lo cual moviliza crecientemente sus dudas de si podrá alguna vez…

Estas formas de la duda configuran el tejido propio de un desorden que conocemos como obsesión y que puede llegar a trabarnos totalmente en la vida. El trasfondo de estas expresiones de la duda tiene que ver con la inseguridad frente a una amenaza que proviene de experiencias pasadas que movilizan, a la manera de un eco, las expresiones de la duda que, a la vez, protegen a la persona y “recuerdan” la situación traumática.

En otras personas, en un grado menor, estas dudas se expresan como muestra de una permanente inseguridad, una incertidumbre que parte también de una desconfianza en sí mismos, un temor a cometer errores. Suelen derivar en inhibición, en temor al riesgo, a la desaprobación, etc..

Por otro lado, al otro extremo, “la confianza absoluta”, la que promueve certidumbres ciegas, la de los fanáticos y dogmáticos, es una forma de controlar la inseguridad que, de otra manera, se expresaría como esas dudas obsesivas a las que nos referimos al comienzo.

Estos casos son extensiones de problemas de ansiedad inadecuadamente procesada que, en la mayoría de los casos, nos cuentan una historia de insuficiencias en los períodos más tempranos de la relación con la madre, época en las que es necesario no solo su presencia (la de la madre) sino, también, una particular dedicación, una comunicación intuitiva y una disposición suficiente para que la emoción de confianza se genere.

Por ejemplo, cuando la relación de confianza se logró desarrollar en la infancia, la duda es más bien un apoyo para la vida: sin quitar realidad a las cosas, nos permitimos explorar más allá de lo manifiesto y, así, enriquecemos la experiencia. En otros casos, nos permite reconocer con facilidad lo engañoso de algún mensaje que se nos presente como verdad.

Este tipo de duda aparece cuando es necesario; no funciona como una actitud permanente, no llega nunca a ser una obsesión estéril. El viejo dicho “ante la duda, abstente” muestra su utilidad si la abstención nos deja un tiempo para evaluar mejor la consistencia de nuestra decisión respecto a algo o, desde otro ángulo, nos da tiempo para saber sobre la consistencia de ese “algo” que nos mueve dudas.

En los casos en que no hay seguridad de fondo, la abstención nos puede durar y “torturar” toda la vida. No olvidemos, entonces, que la seguridad y la confianza en nosotros mismos son las que abren espacio a la duda razonable y, aunque parezca motivo de duda, eso se genera en la primera etapa de la vida, depende de la seguridad que adquirimos en el vínculo con nuestra madre.

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