Este es un tema en el que
confluyen lo biológico, lo personal y lo social. De hecho, es un asunto que, de manera recurrente, aparece en la consulta, las más de las veces en medio de
situaciones de conflicto. Es frecuente escuchar comentarios como “Me he
enamorado de una chica de la oficina, doctor, pero yo quiero a mi mujer”. La asociación inmediata es que la presencia
de una nueva persona en el panorama emocional o sexual pone en peligro el
vínculo con la otra.
Y es que, de alguna manera, es
así, especialmente cuando la nueva relación evoluciona hacia un anhelo de
compromiso y de intercambio e influencia emocional, que hacen deseable que este
vínculo persista indefinidamente. Es entonces cuando, dada nuestra visión
social, cultural o moral, tenemos que optar… por separarnos de nuestra pareja o
mantener la relación con ambas personas, en las condiciones muchas veces
culposas y difíciles en que este triángulo se desarrolla.
También, como lo presentaba hace
un tiempo un personaje que se hizo muy mediático, se puede mantener una
relación paralela, aceptada por todos los miembros participantes. Este personaje, por ejemplo, decía convivir
con cinco mujeres, tratar a todas con igual afecto y mencionaba que entre ellas
no habían mayores conflictos… que se llevaban bien. Por cierto, en algunas
culturas, esto es aceptado socialmente.
Para algunas personas, la relación
de amantazgo ha sido un refugio de equilibrio a la relación de familia en el
que la maternidad o simplemente el desgaste del tiempo ha disminuido el
componente del deseo sexual por la pareja, mas no el sentimiento de amor o
aprecio personal en el que la estabilidad y la armonía predominan.
Dos formas de amor, en tanto así,
pueden coexistir: el amor sexual y el amor familiar; el de la apuesta en el
tiempo y el anhelo de compartir el afecto de los hijos y la mutua compañía.
De hecho, he podido escuchar en consulta
muchas variables. Incluso, algunas
personas mantienen relaciones sexuales simultáneas con la misma satisfacción e
intensidad y otras, también, son capaces de mantener vínculos de amor con ambas
parejas, vínculos que perduran en el tiempo, sin sentimiento de oposición.
El tema de la monogamia no parte
de un principio biológico humano; no está en nuestro patrón genético, por lo
menos, no eso de “hasta que la muerte nos separe”. La monogamia es una decisión;
surge de nuestra renuncia a funcionar de manera polígama, aunque la poligamia o
poliandría sean un potencial al que nuestra
sociedad nos educa a renunciar. Suele ser que, quien es capaz de optar por la
monogamia tiene un mayor grado de diferenciación como para trascender el
impulso biológico. Digamos que esto
puede ser un signo de madurez en el entendimiento de una mayor posibilidad de
sostener los mandatos sociales de manera equilibrada.
La poligamia, ejercida de manera
impulsiva, propia del emergente juvenil, puede corresponder a una etapa de la
vida. Aún así, puede ser también indicio de una conducta en la que no se
regulan los impulsos, de una personalidad con dificultades para controlarse y
organizarse de manera equilibrada; es decir, puede ser una conducta más bien
promiscua y ajena a las características propias del amor, en donde
verdaderamente existe un otro con el que uno se relaciona.
Puede ser expresión, incluso, de
una incapacidad para amar a otro, de formar un vínculo de intimidad, más allá
de tener relaciones sexuales. Encontramos el caso de los pseudo enamoramientos,
en los que lo frecuente es que exista la vehemencia pero nada de profundidad,
aunque persistan en el tiempo. Son vacíos que tapan vacíos con el revestimiento
de una intensidad que es propia de la necesidad antes que de un verdadero
deseo.
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