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2011/04/06 La Ira

Abordé el tema de la ira en un programa televisivo recientemente emitido. A más de disfrutar del ensayo comunicativo de entonces, como siempre, me quedaron una serie de comentarios que la limitación del tiempo no me permitió incluir en ese contexto.

La ira es una expresión del sistema básico de funcionamiento afectivo humano. Tiene relación directa con los mecanismos de ataque-fuga con que la naturaleza nos faculta para enfrentar situaciones adversas.

El tronco de origen de la ira es el enojo, la reacción frente a algo que nos amenaza o perturba. Una frustración, una agresión del entorno, una humillación, etc., pueden precipitar una reacción emocional intensa, un enojo mayor que nos desborda, llevándonos al punto de una descarga agresiva hacia el ofensor… y muchas veces hacia nosotros mismos.

La experiencia de ira tiene, como todas las emociones, un correlato somático, que es el propio de quien está presto para el ataque o la defensa: tensión muscular, agitación motora y respiratoria, enrojecimiento facial, ojos salidos, mirada fija y rabiosa, etc. lo que, por cierto, puede llevar a una acción violenta, emocional o física (golpes o agresiones verbales).

El problema con la ira es que obnubila el pensamiento y perturba el control de impulsos. Una expresión muy relacionada con la ira es “me saca de quicio”, refiriéndose a la persona que nos ha movido tal emoción. Algunas personas, aquejadas de ira y que tienen tendencia a reprimirla, pueden no ser conscientes de su emoción exaltada, presentando, en cambio, expresiones somáticas: diarrea, hipertensión, crisis asmáticas, infartos, etc.

Cuando la ira es retenida a medias, de todas maneras se traduce en los tonos de la expresión o en las frases que se emplean, en general hirientes o resentidas (culpabilizando al otro) u optando, otras veces, por un mutismo selectivo.

Algunas personas adoptan la posición de víctima, actualizando viejas vejaciones, que contribuyen al desborde actual. Estas heridas suelen haberse recibido de personas afectivamente significativas con las que se han desarrollado vínculos perturbados por la ambivalencia. Estos problemas de origen, generalmente infantiles, cuando no se han resuelto (saneado), llevan a protagonizar, además de a sí mismos, a algún personaje del pasado: el padre, la madre, un hermano, etc., antiguos ofensores cuyas agresiones se padecieron pasivamente.

Un motivo serio de preocupación es la observación de que algunos desarrollan crisis de ira con el menor motivo. Más aún si se tornan impulsivos y tienden a descargar su emoción con violencia, haciéndose o haciendo daño a las personas de su entorno… o empezando a pelearse con la gente de la calle. Algo les está pasando. La gama de lo que puede estar causando estas explosiones de ira va desde un severo problema de autoestima, una defensa rayana en la paranoia, una bipolaridad, una esquizofrenia, un trastorno de la personalidad, etc., hasta problemas de orden orgánico cerebral.

Más allá de la natural tendencia a reaccionar defensivamente u hostilmente a la ira del otro (o protegiéndonos, tomando distancia), necesitamos recordar siempre que la ira es, también, una manifestación de un pedido, de un reclamo de ayuda. La persona con ira muchas veces expresa una necesidad que no logra manifestar de otra manera. Hay de trasfondo una profunda impotencia, una decepción o el drama alucinante de un abandono, que abre heridas dolorosas, que confunden mucho y llevan a que la persona se pierda entre un clamoroso pedido de ayuda y reclamo de presencia, mientras que ruge con hostilidad, pidiendo resentida venganza hacia el autor del daño o de lo que fue sentido como tal.

El ejemplo más dramático de esta situación se observa en los bebés que han sufrido un abandono prolongado de la madre. Al retornar ésta, los infantes se pueden mostrar muy hostiles (también indiferentes o rechazantes) haciendo difícil la restauración de la relación.

En las parejas con frecuencia se llega a un extremo de irascibilidad en la que ambos viven incomunicados, reaccionando a la menor expresión del otro, sintiendo ofensivo cualquier acercamiento o atribuyéndole al otro sinrazones para explotar. Es lo que, en el fondo, configura una suerte de ladrido feroz porque se ha llegado a temer la cercanía, porque sienten que la ternura los expone demasiado al dolor y han optado por sustituirla por la rabia y el rechazo.


Sugerencias
  • Si tiene usted frecuentes crisis de ira, evalúe las posibles causas… Las crisis de ira no siempre están totalmente explicadas por las circunstancias del momento.
  • Es frecuente que nuestra alta sensibilidad sea la que nos lleve a sentir ira y no tanto la intención del otro de hacernos daño.
  • Si está dialogando con alguien que empieza a enojarse, o uno mismo se está alterando en exceso, es momento de diferir la conversación, porque se ha convertido en una disputa y existe el riesgo de que se genere una pelea.
  • Suele ser que la ira se convierta en una manera de defenderse del temor de abrirse emocionalmente al otro y/o depender de su afecto.
  • Lo peor que puede ocurrir es que uno no sea consciente de que se está enojando. Esto puede derivar en resentimientos eternos e irresolubles. Esto ocurre en aquellos que no pueden expresar agresión, que la reprimen.

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