He escuchado con frecuencia a distintos padres
quejarse de lo ingratos que pueden ser sus hijos. En algunos, el reclamo tenía
que ver con que habían tomado distancia, de manera que no sabían nada de ellos,
que no se comunicaban, que los habían abandonado. En otros casos, la sensación
tenía que ver con claros maltratos por parte de los hijos, faltas de respeto o
ausencias en momentos de necesidad de ayuda, por ejemplo, en una intervención
quirúrgica o en momentos de decaimiento depresivo, fines de semana de soledad,
etc.
Debo aclarar que soy de los que valora de
manera especial el sentido de la gratitud. Soy sensible a la falta de
resonancia con el gesto generoso, no tanto en el sentido de una devolución del
“favor” como de la identificación con el gesto mismo.
Es un tema complejo el comprender el por qué
de la ingratitud. Para empezar, creo que tenemos que considerar que quien
siente al otro como ingrato, es que esperaba alguna forma de “devolución”, que
le frustra no recibir. Si es así, tenemos que considerar que nuestro acto de
dar no ha sido “gratuito”, que esperábamos que a cambio de nuestro gesto el
otro responda con un sentimiento de cierta obligación o deuda.
Nos olvidamos con frecuencia que la capacidad
de sentir gratitud es un don que se cultiva desde el almácigo más temprano de
la vida, en el encuentro del bebé con la madre. Nacemos con este don, pero si
no hay un entorno propicio para su desarrollo, se puede ir perdiendo o pasar a
un estado de latencia a la espera de tiempos mejores.
La gratitud tiene que ver con el
reconocimiento de nuestra condición humana, carente y dependiente, pero que,
reconocida y debidamente asistida no nos vulnera con un recibir ayuda que nos
pase la cuenta. La gratitud se gesta en el registro de una grata entrega, con
total desprendimiento, pero, especialmente sin condiciones. La gratitud se consolida
cuando hay gratuidad, cuando quien nos atiende se complace en hacerlo, cuando
nuestra satisfacción suma al gesto desprendido que nos beneficia.
Es algo que se genera por identificación, más
que por reconocimiento de una deuda, aunque, quienes tienen ya instalada esta
base en sí mismos se sienten gratamente
enriquecidos por el endeudamiento con quienes han tenido atenciones para
con ellos o, incluso con terceros.
Quien es agradecido en general es, además,
generoso. Aunque hay por
cierto lugar para las variables en más o en menos. En algunos casos oscilante y
en otras circunscrito o limitado.
Sin embargo, en muchos casos, es posible entender
la gratitud/ingratitud de los hijos de otra manera. Si hemos dado atenciones a
nuestros hijos con total desprendimiento, la satisfacción queda realizada en el
acto mismo de la entrega. Si es así, lo más probable es que el agradecimiento
se traduzca en una realización o una plenitud en sus vidas que, alguna vez
encontrará expresiones de reconocimiento a quienes contribuyeron a este logro.
Muchas veces los hijos necesitan por un tiempo sentir que son dueños de sus
logros, hasta que, más relajados en su necesidad de autoafirmación pueden tener
el gesto de reconocimiento. Muchas veces
esto ocurre cuando ellos mismos se hacen padres. Pero, en general, llevan en su
esencia el gesto generoso y, quizás no es ajeno ni amenazante a su autonomía
hacer un lugar para la gratitud con los padres. Los padres verdaderamente
desprendidos saben apreciar el fruto de su siembra con paciencia y tolerancia.
Cuando el cuidar de nuestros hijos es fruto de
la pura responsabilidad, cuando no surge del gesto generoso y espontáneo sino e
la preocupación, es posible que el hijo no sienta que lo recibido salió del
corazón. Es más, puede arrastrar el
sentimiento de haber causado un sacrificio penoso que los padres se impusieron
con rigor o culpa. Entonces, quizás deriven a un sentimiento de deuda o quizás
a un dejar de ser una carga para los padres.
En este caso, la culpa y la responsabilidad podrán estar entre las
razones del lazo extendido, pero éstas no tiene la cualidad rica y fluida de la
gratitud. Esta “ingratitud” no se nota,
porque más bien puede haber un largo “pago de la deuda”, que oculta el oscuro
anhelo de un hijo atrapado en la expectativa de alguna vez recibir algo desde
el corazón de los padres.
Los hijos que reciben en exceso, que nadan en
la abundancia, no llegan a tomar conciencia de sus propias necesidades o deseos
y, por tanto, se suelen ver como receptores de la necesidad de dar que tienen
los padres. Estos padres les dan cosas que se les ocurre a ellos que los hijos
necesitan, no tanto lo que verdaderamente descubren como necesidades o deseos
propios de sus hijos. Suelen ser aquellos que piensan que sus hijos deben tener
aquello que ellos no tuvieron y, sin saberlo, no le dan un lugar propio al hijo
sino que lo colocan en el reflejo de su propio pasado. En estos hijos no hay un desarrollo de la
gratitud, ya que sienten que todo lo merecen porque sí, no han tenido tiempo de
detectar necesidades o deseos, por lo que no toman conciencia del gesto
generoso –si lo hubiera- .
He visto muchos casos en los que los padres, al
dar, están anotando cada cosa como una suerte de inversión o como un sacrificio
que enrostran con frecuencia al hijo, haciéndole sentir que lo tiene que pagar. Frases como “yo que me sacrifico por darte de
comer…”, “Yo que te traje al mundo…”etc. denotan el perfil de una deuda que lo
más probable es que genere rechazo y, para nada, gratitud.
Suele tratarse de casos en los que las
carencias del padre hacen que se busque perpetuar la relación, sea bajo la
forma de invertir la situación y pasar a depender de sus hijos o parasitarlos
mediante la manipulación y la culpa. Ciertamente, a la hora de “cobrar”, se
encontrarán con más de un hijo que resulta un ingrato porque repudia la deuda.
Por último, en esta sociedad en la que el
cultivo del individualismo egoísta hace que el comportamiento tienda cada vez
más hacia el aprovechamiento del otro, es posible que se logre tergiversar el
mensaje generoso de los padres, al punto de adaptarse a un modelo en donde la
gratitud no tiene cabida. En ello gravita demasiado la cultura y la declinación
de los lazos de unión familiar.
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