Una fuente de información acerca de nuestra
personalidad proviene de nuestro comportamiento. De hecho, algunos rasgos reflejan nuestra
“forma de ser”; digamos que “indican” lo que se puede esperar de nosotros en la
relación con los demás. Se pueden
mostrar variaciones de acuerdo al estado de ánimo o las circunstancias, por
ejemplo, cuando estamos bajo mucha presión, nuestro comportamiento puede
variar. De todas maneras, nos
manejaremos dentro de un rango que nos caracteriza.
Las formas de comportamiento se van
organizando desde el momento en que venimos al mundo y tienen que ver con la
calidad de vínculo que hacemos con nuestra madre así como con los miembros de
nuestro entorno.
Un buen comportamiento tiene que ver con una naturaleza
que se expresa libremente, a la vez que es capaz de manejar sus emociones de
manera regulada, con equilibrio entre la acción y el sosiego. El comportamiento
es adecuado cuando el niño (luego adulto) es capaz de reconocer al otro como
susceptible de sentir como él: dolor, necesidad de distancia, cariño, ternura,
etc.
El comportamiento resulta inadecuado cuando no
hay capacidad de controlar los impulsos, cuando hay dificultad para adecuarse a
las normas del grupo o de reconocer las características propias de cada
persona, tratando de ejercer el control desde las propias necesidades y deseos.
En los niños es cada vez más frecuente
observar comportamientos en los que predomina la dificultad de concentrarse y centrar
la atención a la par que una constante inquietud que muchas lleva al fracaso en
los intentos de adaptarse al medio en que participan (nido, colegio). Pegan a los compañeros o no dejan de competir
con ellos, con poca tolerancia a perder.
Si bien algunos de estos casos tienen que ver
con fragilidades heredadas, lo más frecuente es que estos “déficits de
atención” se deban a fallas en la relación afectiva con la madre a lo largo de
los tres primeros años de vida, lo que no les permite desarrollar una adecuada
regulación de sus emociones.
A estas circunstancias tempranas se suman
experiencias que pueden acrecentar las tendencias iniciales y, así, tendremos
adultos con problemas de comportamiento, falta de control de impulsos, consumo
de drogas, exagerada ingesta alimenticia, dificultades en las relaciones de
pareja, etc.
Por otro lado, esta misma falla original, en
la relación de la madre con su bebé, puede llevar a comportamientos de inhibición y retraimiento social severo. Es así que nos encontramos con personas sin
iniciativa para enrumbar su vida, con incapacidad para sostener proyectos, con fracasos
estudiantiles, etc., sin que estemos hablando de una patología mayor como una
bipolaridad o esquizofrenia.
Hay muchas variables de trastorno del
comportamiento; no siempre el afectado es consciente de padecerlas. Casi
siempre son los demás quienes lo perciben y sufren.
Pero, si en algún momento toman conciencia de
ello, es posible que puedan recibir la ayuda que les brinda una buena relación
psicoterapéutica. Ésta puede aportar bienestar,
evaluando y tratando cada caso en el que un trastorno del comportamiento ha
oscurecido la vida no sólo del aquejado sino, también, de su entorno.
1 comentario:
Fascinante....como el vínculo con mamá puede ser nuestra base para seguir hacia adelante...le suplico siga explicándonos e instruyéndonos más acerca del tema.....bendiciones
Publicar un comentario