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2015/09/15 Cuando un amigo se va... y otro se queda

Hace poco me enteré que mi amigo Pablo había perdido a un viejo amigo de la infancia. Un cáncer fulminante había truncado los varias veces postergados planes de pasar unas vacaciones juntos. 

El pobre Pablo estaba desolado, se le había subido la presión y no hacía otra cosa que rumiar rabiosamente su dolor “¿por qué tiene que ser así?” “¿por qué a él? ¡tanta gente mala que no se muere y justo él”... 

Empezó a tener problemas para dormir, lloraba en silencio... estaba deprimido, estaba de duelo. 

El verlo me conmovió.  Era evidente que lo había querido mucho y sufría por la pérdida. Sé que mi amigo vive así, intensamente, y se da por entero en la amistad. Pero pensé que tal vez, justamente por eso, iba a poder superar la situación.  Cuenta, además, con una familia maravillosa y muchos amigos, nuevos y viejos, de quienes tiene una bien ganada estima personal. 

Visto así, reaccionar depresivamente ante una pérdida, es tan importante y natural como poder reír o disfrutar de un encuentro con quienes queremos. Los problemas surgen cuando nos reprimimos y no nos es posible expresar lo que sentimos.

El tiempo jugará su rol y estoy seguro de que pronto nos encontraremos con su natural alegría de vivir. De todas maneras hemos conversado de su hipertensión y un cierto sobrepeso que pudiera suponer una forma de descuido riesgoso, no vaya a ser que nos dé también lamentables motivos para extrañarlo.  Felizmente, en estas circunstancias, pudo entender mejor el comentario que le había hecho en otras oportunidades y ¡ya comenzó la dieta! 

He aprovechado esta anécdota reciente,  para compartir algunas reflexiones y proponer sugerencias respecto a qué hacer con el amigo en duelo tanto como con las pérdidas y la depresión.

En primer lugar, necesitamos tener en cuenta que deprimirse no es necesariamente malo; es más, necesitamos, a lo largo de la vida, hacer una serie de duelos, que empiezan desde la infancia temprana, con la separación de la madre, que hasta ese momento sentíamos como parte nuestra.  Si no pudimos superar adecuadamente en su momento esta separación, sentir que podíamos ser un individuo distinto de la figura materna, corremos el riesgo de desarrollar más tarde depresiones, problemas de ansiedad u otras patologías. 

En cuanto a la manera en que expresamos nuestros sentimientos y emociones, es importante recordar que todos vibramos de manera diferente. Es lo que forma parte de nuestro temperamento y de la manera como nos hemos ido educando en la vida. La intensidad de las reacciones varía con cada persona y el saber esto tal vez nos ayude a respetar las formas y los momentos en que cada uno se muestra triste o deprimido. Un error frecuente es el de querer  ponerse como modelo de lo que el otro debería hacer o cómo debiera sentir: “Son tonterías...”, escuchamos a veces; o, "Cambia de cara... ¡por peores cosas he pasado sin tanta alharaca...!”.           

Es humano tratar de evitar el dolor y buscar el placer. Por tal motivo, nuestras estructuras sociales no toleran bien a la persona que está deprimida; a todos les mueve sus propios dolores, evitados o no resueltos, y esto no lo quisieran ver o recordar. 

En otras ocasiones, algunas personas comparten el momento depresivo y se quiebran junto con el deprimido, lo que, de alguna manera, los ayuda a conseguir una mutua liberación.

Quien ha transitado por sus propios duelos a lo  largo de la vida, podrá reaccionar empáticamente y, sin alterarse mucho, comprender que el otro necesita vivir su dolor y darse tiempo para hacer su duelo.

A veces, en un primer momento, ante la muerte de un ser querido, las personas reaccionan "como negando" su dolor por lo que está pasando. Puede ser que se dediquen a tareas prácticas y razonables vinculadas al acontecimiento; incluso, es posible que se encarguen de tranquilizar y alentar a los demás deudos. Esta puede ser, también, una manera de darse tiempo, de prepararse para enfrentar el duelo. El problema se presenta si no se logran dar posteriormente la oportunidad de hacer el duelo. 

Entendamos que no podemos forzar la expresión de los sentimientos de otra persona.  Nuestro lugar como amigos está en mantenernos en disposición acompañante. Eso nos permitirá comprenderlo si más tarde surgen en nuestro amigo síntomas “inexplicables”, como tristeza, decaimiento o problemas psicosomáticos (trastornos digestivos, dolores de cabeza, insomnio, etc.). Tal vez, entonces, podamos sugerirle o darle una opinión sobre cuál consideramos que es el origen depresivo de tales molestias.

Respecto a nuestra actitud con el doliente, como vemos, lo más importante es hacerle saber que cuenta con nosotros y que, de alguna manera, haremos honor a la frase “te acompaño en el dolor...”, que muchas veces se escucha en las formalidades, a la hora de expresar el pésame.

Debemos tener en cuenta que, en estas circunstancias, algunas personas, junto con la pena y el dolor, tienen una intensa movilización de sentimientos de culpa y rabia. Esto puede derivar en que se nos adjudiquen culpas injustificadas o desproporcionadas o que se nos reprochen conductas pasadas. Si no se logra comprender lo que está pasando, esto puede llevar a dolorosos pleitos y hasta rupturas. Si logramos tener la tolerancia suficiente, acaso logremos no reaccionar y, amablemente, encontrar otro momento para aclarar el punto, rescatando la realidad de los hechos, evitando que se deteriore el vínculo. Es una manera -transitoria- de “cargar con la culpa”, para ayudar al otro en su descarga. No ayuda en nada ponerse a discutir en tales circunstancias.

En otras ocasiones, si la persona es muy sensible y explota en el momento, puede llegar a situaciones de regresión muy intensas, de derrumbe, con pérdida de su capacidad para valerse por sí mismo, a veces incluso con riesgo para su salud o su vida. En esos momentos no queda otra posibilidad más que una atención permanente, un acompañamiento mayor, asistencia médica... algunas veces hasta resulta necesaria su hospitalización. 

Un caso aparte es el de aquellas personas que erróneamente exageran las atenciones o las prolongan demasiado, de manera que no facilitan el que la persona afectada haga su duelo hasta superar tal situación.  Diera la impresión de que prefieren que tal estado continúe para tener alguien a quien atender, a quien sobreproteger, ya que son personas que necesitan que otros dependan de ellos. Son bien intencionadas... pero pueden dañar al otro.

En el contexto de una familia, el que muestra una expresión explosiva frente a la pérdida suele ser el que "carga con la depresión" a nombre del resto. Esto complica un poco las cosas para el resto de la familia, porque los demás miembros, no sólo tendrán que hacerse cargo del propio dolor  que no han terminado de asumir para poder hacer su propio duelo y se sientes impelidos a liberar al miembro sacrificado de su pesado rol. Este es un juego que muchas veces interfiere en los tratamientos terapéuticos. Apenas el paciente empieza a mejorar la familia hace todo lo posible por interrumpir el tratamiento o, si no, apenas vuelto el paciente al seno de la familia, las tensiones del entorno lo llevan a derrumbarse y “denunciar” una vez más lo que ocurre a su alrededor.

Por último, vale la pena tener en cuenta que en esta época de gran auge en el uso de fármacos antidepresivos, de excelente acción en la recuperación sintomática del cuadro depresivo, muchas veces se desconsidera el necesario trabajo de duelo, la elaboración de los factores personales que se han perturbado y que en este estado salen a la luz; los problemas relacionados con el entorno, con las dinámicas familiares, con viejos duelos no resueltos, etc. A los colegas médicos les debemos recordar las enseñanzas del Dr. Carlos Alberto Seguín en el sentido de tratar no tanto al síntoma como a la persona enferma; esto vale incluso para los verificados cuadros de depresión endógena.

A nuestros amigos que pasan por momentos de depresión: no se automediquen, consulten siempre con un especialista cuando han considerado la necesidad de un apoyo adicional a sus esfuerzos personales; en particular cuando el dolor resulta demasiado perturbador ó incapacitante. 

A quienes los acompañan en sus momentos depresivos, les recomendamos paciencia, tolerancia, prudencia... Si el cuadro es muy prolongado hay que consultar con un psiquiatra; no es bueno dejar pasar demasiado tiempo. No hay que temerle a la depresión. Felizmente hay cada vez más comprensión sobre su naturaleza y más herramientas para tratarla... si es necesario.


Sugerencias y pensamientos adicionales:

- Ya los antiguos romanos nos aconsejaban que, si estamos deprimidos, evitemos juntarnos con personas depresivas. Lo aconsejable es compartir nuestros ratos de compañía con personas alegres y no conflictivas.

- También, fueron los romanos quienes nos legaron la sentencia “mente sana en cuerpo sano”. Sepamos cuidar nuestro cuerpo, alimentarlo sanamente, descansar lo necesario,  ejercitar sus funciones musculares, fisiológicas y sexuales, etc.

- Una vida ordenada, sin excesos, con posibilidades amplias para la expresión de nuestros afectos es casi una garantía de no quebrar al momento de enfrentar nuestras pérdidas.
        
- Los excesos suelen ser producto de la dificultad para tolerar la frustración que supone el reconocer la existencia de los límites.

- La capacidad de jugar, tanto como el mantenimiento del buen humor, nos predisponen favorablemente para sobrellevar las penurias de la vida. Por supuesto, no estamos hablando del juego-vicio que solo sirve para evadirnos de lo que a la larga  tendremos que afrontar.

- La soledad es un caldo de cultivo de las emociones penosas.

- No poder hablar de lo que sentimos nos condena a generar síntomas depresivos o sus equivalentes somáticos (dolores de cabeza, trastornos estomacales, etc.).

- Existe una relación entre la dificultad de expresar agresión y ciertas formas de depresión en las que predomina el maltrato de sí mismo.

- Es necesario que sea el médico quien prescriba los medicamentos adecuados para una depresión. No caiga en la tentación de la automedicación.

- Siempre será mejor funcionar en la vida a partir de lo que se cree y quiere que a partir de lo que se “debe”.

- Resulta importante cultivar la capacidad de perdonar. Así podremos aceptar también que nosotros mismos somos dignos de perdón.

- No trate de ser perfecto ni esperarlo de los demás: “Quien busca amigos perfectos se queda sin amigos”.

- El camino de la vida está marcado por inicios y finales. Frente a ello solo nos alienta pensar que el final de algo sea el comienzo de otra cosa.

- La intolerancia es hija de la soberbia y en sus huertos solo crece la frustración, la amargura y el desaliento; las peores depresiones surgen de allí. Cultivemos la humildad en el terreno de la tolerancia y la comprensión; de ellas surgen las depresiones mas benignas.

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