Hay personas que viven quejándose, que siempre encuentran
un motivo para reclamar por cualquier cosa: por lo que faltó, por lo que se
recibió o no se recibió… por lo que sea.
Nada las satisface. Siempre le encontrarán un pero a todo. Es posible
que todos conozcamos a alguien así. Estas personas pueden llegar a ser
insoportables.
Si caemos en la trampa, terminaremos peleando con ellas o
jugando al juego imposible de ayudarlas. En el fondo, les aterra recibir; el
recibir las hace sentirse débiles y vulnerables. Las expone al dolor del que
viven defendiéndose, al temor de confiar, al temor de depender, al temor de
amar.
En su caso, el quejido no llama al amor y a la respuesta
cariñosa sino que llama a reproducir la pelea, a la agresión. Es como que
quisieran que el otro se sienta tan mal como ellas mismas. Es casi su manera de relacionarse: buscar con
quien pelear, qué criticar.
¿Cómo ayudarlas? Es frecuente que los familiares y las
personas que rodean al “quejoso” se unan para enfrentarlo, condenándolo,
censurándolo, reaccionando hostilmente, realimentando, así, “los motivos” para
continuar con su posición.
Es necesario un grado de tolerancia para ayudarlos a
salir (si esto es posible) de ese oscuro y torturante pozo. Uno de los pasos
más importantes es mantener una clara discriminación: el deseo de pelear es de
él, es su odio, aunque, cada tanto también lo odiemos.
Para terminar, creo necesario aclarar que estos
“quejidos” requieren una respuesta muy particular. No se trata tanto de satisfacer
la demanda formal como de contribuir a organizar los límites e ir construyendo
la confianza necesaria para poder enfrentar el difícil reto de las
frustraciones. Son personas que han construido
un sistema de defensa que les impide disfrutar de la vida.
Muchos padres no entienden cómo, “si le dan todo a sus
hijos”, éstos pueden quejarse reclamando “más”, mostrando “ingratitud”. Ese
“algo más” suele ser el vacío de comunicación o comprensión y, en medio de
ello, la imposibilidad de contar con una verdadera autoridad que les ayude a
configurar sus límites. La puesta de límites requerirá de mucha energía, de
mucha consistencia, pero con afecto, sin ánimo de dañar o de vengarse.
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