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2015/02/05 Los quejosos


Hay personas que viven quejándose, que siempre encuentran un motivo para reclamar por cualquier cosa: por lo que faltó, por lo que se recibió o no se recibió… por lo que sea.  Nada las satisface. Siempre le encontrarán un pero a todo. Es posible que todos conozcamos a alguien así. Estas personas pueden llegar a ser insoportables.

Si caemos en la trampa, terminaremos peleando con ellas o jugando al juego imposible de ayudarlas. En el fondo, les aterra recibir; el recibir las hace sentirse débiles y vulnerables. Las expone al dolor del que viven defendiéndose, al temor de confiar, al temor de depender, al temor de amar.

En su caso, el quejido no llama al amor y a la respuesta cariñosa sino que llama a reproducir la pelea, a la agresión. Es como que quisieran que el otro se sienta tan mal como ellas mismas.  Es casi su manera de relacionarse: buscar con quien pelear, qué criticar.

¿Cómo ayudarlas? Es frecuente que los familiares y las personas que rodean al “quejoso” se unan para enfrentarlo, condenándolo, censurándolo, reaccionando hostilmente, realimentando, así, “los motivos” para continuar con su posición. 

Es necesario un grado de tolerancia para ayudarlos a salir (si esto es posible) de ese oscuro y torturante pozo. Uno de los pasos más importantes es mantener una clara discriminación: el deseo de pelear es de él, es su odio, aunque, cada tanto también lo odiemos.

Para terminar, creo necesario aclarar que estos “quejidos” requieren una respuesta muy particular. No se trata tanto de satisfacer la demanda formal como de contribuir a organizar los límites e ir construyendo la confianza necesaria para poder enfrentar el difícil reto de las frustraciones. Son  personas que han construido un sistema de defensa que les impide disfrutar de la vida.

Muchos padres no entienden cómo, “si le dan todo a sus hijos”, éstos pueden quejarse reclamando “más”, mostrando “ingratitud”. Ese “algo más” suele ser el vacío de comunicación o comprensión y, en medio de ello, la imposibilidad de contar con una verdadera autoridad que les ayude a configurar sus límites. La puesta de límites requerirá de mucha energía, de mucha consistencia, pero con afecto, sin ánimo de dañar o de vengarse.

La ayuda terapéutica para estas personas puede resultar muy necesaria. Detrás de la queja formal suele haber un vacío de comunicación o comprensión muy grande.   Es  una  prueba muy difícil y no siempre podemos superarla solos.

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