Rita era una atractiva mujer morena, mestiza, de grandes
ojos marrón oscuro, con un pelo negro intenso, casi acerado, y labios
gruesos. En su rostro resaltaban unas
chapas de color rojo algo subido. Siempre perfumada, dejaba una generosa estela
de su presencia de mujer. Su caminar era particularmente llamativo, cadencioso
y lento, con un balanceo especial que batía las caderas invitando a mirarla.
Solía llevar blusas cerradas y chompas abiertas, con cuyos
lados cubría con frecuencia sus abundantes senos, celosa de un imaginario
observador. En las pocas veces que
asistió a consulta con falda, repetía ese mismo gesto de cubrirse, estirando la
falda a cada instante; casi, diríamos, llamando la atención hacia esa zona.
Sin embargo, solía quejarse de que los hombres voltearan a
mirarla por la calle. “No puedo entender qué les pasa...”, decía. Muchísimas
veces, mientras esperaba el micro, luego de trabajar, recibía invitaciones de
“caballeros generosos” que se ofrecían a llevarla “porque iban en la misma
ruta...”. Tampoco se explicaba por qué
“se ponían pesados y confianzudos...”.
Varias veces tuvo que bajarse violentamente del auto. Me decía: “Si usted viera... son señores
aparentemente respetables... ¡qué barbaridad! ¡los hombres solo piensan en
sexo...!”
Sus enamorados le duraban muy poco. Todo terminaba en el momento mismo en que
querían “aprovecharse” de ella. Sólo con uno de ellos había durado un poco
más. Se trataba de un chico respetuoso
con el que sí habían ido a la cama después de conocerse bien. Pero ocurría que, al momento en que él
intentaba penetrarla, ella se ponía dura, no podía aflojar las piernas... Así
pasaron largas y jadeantes jornadas, en las que terminaban agotados sin lograr
el objetivo. Nuestro galán terminó agotando también su paciencia y se alejó.
Hacía poco que esto había ocurrido y la empezó a preocupar
que, ya cercana a los 30, siguiera siendo virgen. Fue así que decidió buscar ayuda.
Su crianza, en una provincia de la sierra, la había limitado
en el roce social. El padre era muy
severo con las normas. Rita le tenía
mucho temor, en particular cuando bebía; y, él solía volver a casa casi siempre
totalmente borracho.
En una oportunidad, a los 11 años de Rita, el papá “se
equivocó de cama”, metiéndose a la cama de su hija. Rita se aterró tanto que
"no se acuerda de nada”. Al parecer, se quedó dormido y nada pasó.
Nadie habló nunca del asunto.
Mamá era una mujer menuda, profesora de escuela, totalmente
sometida al esposo, a quien temía tanto como las hijas. De hecho, era acusada por él de descuidada,
ya que las dos hijas mayores habían resultado embarazadas apenas saliendo del
colegio. Por este motivo, Rita no dejaba de escuchar los sermones de mamá en
contra de los hombres “mañosos” y, más aún, sobre la posibilidad de ser
embarazada por éstos. Nunca hubo el menor asomo de enseñanza de la sexualidad
como producto del amor. Es más, la imagen, desde la relación misma de sus
padres, era de sometimiento.
Hace más de un siglo, en la era victoriana, las costumbres
sociales condenaban la sexualidad y eran más bien moneda corriente las
manifestaciones de la represión. El
inconsciente se manifestaba a través de síntomas, especialmente histéricos
(Hysteros=útero). El descubrimiento de
la represión sexual y sus consecuencias fue uno de los puntos de partida más
importantes para el desarrollo del psicoanálisis.
En nuestra época, dada la libertad sexual que se vive,
podría pensarse que no debieran darse estos casos, pero vemos que
subsisten. El temor al incesto, las
dificultades de comunicación entre
padres e hijos en torno a la sexualidad, los conflictos sexuales inconscientes
de los padres, la falta de cercanía derivada del ritmo de vida, la tendencia
social a los placeres inmediatos, etc., ponen siempre la cuota que moviliza la
culpa y las perturbaciones en la iniciación sexual. Estos problemas son generalmente reparables,
pero siempre suponen interferencias y dificultades para lograr la plenitud en la vida sexual de
las personas.
Reflexiones
De Rita, podríamos decir que algo de su desarrollo se quedó
en los once años, en la noche en que su papá, ebrio, "se equivocó de
cama", en aquel episodio que la marcó llevándola a reprimir su
sexualidad. Observamos un conflicto
permanente entre un fuerte erotismo y su barrera de represión, que la lleva a
negar todo lo que origina con ello.
En su mente, vive el sexo con una culpa tremenda, como si
fuera a culminar el incesto con cualquier varón, en especial con “los señores”
que la invitan. Lo difícil para ella
parte de reconocer su propio deseo. Es
como si necesitara que otros lo
registren para, entonces, negarlo. Su
deseo sólo puede aparecer en el otro y, entonces, ella protagoniza la censura
(si no el castigo).
Al relatar su temor al embarazo que podría sobrevenir,
resulta evidente que, más que nada, se trata del riesgo de quedar en evidencia,
de que los demás se enteren de que ha tenido relaciones sexuales.
Dada una cierta fragilidad de su estructura personal, con el
tiempo su actitud defensiva se estaba profundizando, generándole dificultades
en su relación con compañeros y varones en general. Demás está decir que, para
Rita, iniciar su vida sexual será apenas el punto de partida de un largo camino
por recorrer para desmontar el cerrojo virginal en que está atrapada.
Sugerencias:
- El diálogo franco siempre será un facilitador para que se instale una sana represión.
- Las amenazas o condenas sólo logran resultados como el que vemos en Rita.
- Evalúe bien, en cada hija, qué forma de orientación le resulta más conveniente.
- Si detecta un mayor grado de erotismo en su niña pequeña, en principio respételo. Ayúdela a que sea su tesoro y no su tormento.
- Estén atentos (papá o mamá) a no sobreexcitar a sus hijas con toqueteos o manipulaciones “higiénicas”.
- También, puede generarse una sobreexcitación al hablar en exceso sobre sexo y, más aún, condenándolo.
- Si siente celos de su hija, tal vez sea necesario examinar la situación. En casa se forman a veces duplas padre-hija con exclusión de la mamá. Su hija necesita tener una buena relación con su papá, pero si el juego es el de “devaluar” a mamá, no es bueno para nadie.
- La mejor preparación de una hija parte de una saludable vida sexual de los padres (no se trata de exhibiciones frente a ellos).
- Siempre es mejor que los niños aprendan a respetar los espacios íntimos de los padres.
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