(A propósito de una opinión que me solicitó la revista Dedo
Medio)
La televisión basura podría compararse con la comida
chatarra, un producto diseñado para el consumo masivo sin importar las
consecuencias negativas en el consumidor. Es más, podría considerarse que el
interés mayor del que oferta el producto es atrapar al consumidor desde el
aparente beneficio de lo excitante y placentero. Suele capitalizar formas sutiles
–y no tan sutiles- de banalizar la vida o realizar la burla o ridiculización de
los involucrados. Más de uno se engolosina con la invasión de la privacidad y
el ataque envidioso del que ocupa un lugar emergente. La televisión basura lo
es, más aún, por su acceso fácil a nivel popular, orientando más hacia un
infantilismo que banaliza y que, si bien distrae, poco “recrea”, es decir, “no
deja nada”.
Me parece que sería bueno estudiar a fondo el fenómeno, pues
la dictadura del rating es la que manda y esto supone que es eso lo que busca
un amplio sector de nuestra población. Si a eso le sumamos que estamos a la
cola del mundo en diferenciación educativa, la televisión viene a ser solo un espejo
de lo mal que andamos, reflejado en lo que consumimos. La crisis es general.
La televisión tendría que integrar un colectivo social en el
que su rol educativo mantenga un balance con lo recreacional. Se pueden incluir
mejores programas, por ejemplo, sobre
la vida animal, la naturaleza, las relaciones humanas- sin perder la sintonía
del público.
La auto regulación es deseable, lamentablemente estamos
expuestos al manejo de las tendencias vigentes. La regulación tiene como
problema el viejo tema de “quien regula al regulador… “
En los hogares se ha perdido la brújula de la conducción
educativa de los hijos y del colectivo familiar en general. Los padres
necesitan que los hijos se entretengan mientras ellos trabajan. Quedan en manos
de esa nodriza terrible que es la caja negra de la tv. Entonces, para paliar el
vacío de la ausencia de la madre, primero, y rescatarnos de esa especie de orfandad en la que estamos
librados, un poco a la buena suerte, nos aferramos a ella como a una tabla de
naufragio merodeando el desarrollo de una adicción.
Se requiere que en casa pongamos límites y no olvidar nunca
que la finalidad en la vida está, mucho más allá de lo material, que importa
acercarnos en el nivel humano, que los lazos se cultivan y son una garantía
ante la banalidad y el vacío. Lo que embrutece es lo que queda en bruto, lo que
no desarrolla cada quien de sus potenciales y talentos. En esto último
contribuye también la oportunidad para sentir el apoyo y reconocimiento del
entorno (familiar y escolar). La razón del éxito de la programación basura es
que mucha gente necesita “llenar vacíos” y se conforma con una suerte de
“relleno sanitario”.
El estado anda muy mezquino con la educación. El pueblo
entonces se contenta con el “circo mediático”.
Lo dañino, en principio, es el exceso de horas frente al
televisor. Los programas en general pueden ser perniciosos. El tema de los
contenidos, el exceso de estímulo, la
cuestión de horarios, son cosas que, desde el sentido común, nos dicen
mucho al respecto.
La programación, como el nivel del parlamento, deja mucho
que desear, como muestra del abandono de la educación hacia la excelencia y los
valores. Estamos en una situación, que ojalá sea de tránsito, en la que los
emergentes están orientados hacia el logro material. Tiempo habrá para vivir
una crisis que nos devuelva el sentido de los valores y la trascendencia como
horizontes.
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