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2014/03/01 La televisión basura

(A propósito de una opinión que me solicitó la revista Dedo Medio)

La televisión basura podría compararse con la comida chatarra, un producto diseñado para el consumo masivo sin importar las consecuencias negativas en el consumidor. Es más, podría considerarse que el interés mayor del que oferta el producto es atrapar al consumidor desde el aparente beneficio de lo excitante y  placentero. Suele capitalizar formas sutiles –y no tan sutiles- de banalizar la vida o realizar la burla o ridiculización de los involucrados. Más de uno se engolosina con la invasión de la privacidad y el ataque envidioso del que ocupa un lugar emergente. La televisión basura lo es, más aún, por su acceso fácil a nivel popular, orientando más hacia un infantilismo que banaliza y que, si bien distrae, poco “recrea”, es decir, “no deja nada”.

Me parece que sería bueno estudiar a fondo el fenómeno, pues la dictadura del rating es la que manda y esto supone que es eso lo que busca un amplio sector de nuestra población. Si a eso le sumamos que estamos a la cola del mundo en diferenciación educativa, la televisión viene a ser solo un espejo de lo mal que andamos, reflejado en lo que consumimos. La crisis es general.

La televisión tendría que integrar un colectivo social en el que su rol educativo mantenga un balance con lo recreacional. Se pueden incluir mejores programas, por ejemplo, sobre la vida animal, la naturaleza, las relaciones humanas- sin perder la sintonía del público.

La auto regulación es deseable, lamentablemente estamos expuestos al manejo de las tendencias vigentes. La regulación tiene como problema el viejo tema de “quien regula al regulador… “

En los hogares se ha perdido la brújula de la conducción educativa de los hijos y del colectivo familiar en general. Los padres necesitan que los hijos se entretengan mientras ellos trabajan. Quedan en manos de esa nodriza terrible que es la caja negra de la tv. Entonces, para paliar el vacío de la ausencia de la madre, primero, y rescatarnos  de esa especie de orfandad en la que estamos librados, un poco a la buena suerte, nos aferramos a ella como a una tabla de naufragio merodeando el desarrollo de una adicción.

Se requiere que en casa pongamos límites y no olvidar nunca que la finalidad en la vida está, mucho más allá de lo material, que importa acercarnos en el nivel humano, que los lazos se cultivan y son una garantía ante la banalidad y el vacío. Lo que embrutece es lo que queda en bruto, lo que no desarrolla cada quien de sus potenciales y talentos. En esto último contribuye también la oportunidad para sentir el apoyo y reconocimiento del entorno (familiar y escolar). La razón del éxito de la programación basura es que mucha gente necesita “llenar vacíos” y se conforma con una suerte de “relleno sanitario”.

El estado anda muy mezquino con la educación. El pueblo entonces se contenta con el “circo mediático”.

Lo dañino, en principio, es el exceso de horas frente al televisor. Los programas en general pueden ser perniciosos. El tema de los contenidos, el exceso de estímulo, la  cuestión de horarios, son cosas que, desde el sentido común, nos dicen mucho al respecto.

La programación, como el nivel del parlamento, deja mucho que desear, como muestra del abandono de la educación hacia la excelencia y los valores. Estamos en una situación, que ojalá sea de tránsito, en la que los emergentes están orientados hacia el logro material. Tiempo habrá para vivir una crisis que nos devuelva el sentido de los valores y la trascendencia como horizontes.

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