Este
enunciado tiene dos protagonistas: quien da y quien recibe.
Quien da, tiene una idea ligada a su gesto,
un entendimiento de qué es lo que corresponde desde el rol que le ha tocado
cumplir, por ejemplo, como esposo/a, como padre/madre, como hijo/a. Muchas veces, la idea de dar va de la mano
del sentimiento de cumplir con una obligación y no está vinculada tanto a la
expresión de un gesto generoso. Esto marca una sustancial diferencia, que puede
ser captada por quien recibe. Un padre puede dar mucho dinero, ser incluso muy
responsable frente a sus hijos, pero, al hacerlo como expresión de una
obligación, deja un vacío en el mensaje afectivo, ese plus afectivo que no se
incluyó. Esa expresión de verdadero interés por el otro, es lo que luego puede
generar un reclamo que el dador no puede entender.
El
escenario frecuente y bastante dramático es el reclamo de quien recibe. Por ejemplo,
podemos encontrarlo en los hijos adolescentes y adolescentes tardíos, quienes recibieron
realmente todo lo material - y algunas veces
en exceso- pero con un correlato de distancia afectiva y
a veces hasta con la ausencia física por parte de los padres. A veces, su
reclamo se expresa bajo la forma de una protesta pasiva, de un rechazo a las
expectativas de los padres, de un intento de frustrarlos con su propio fracaso,
cuando no de abandonarse al malsano consumo de drogas y/o a un funcionar
errático donde la gran ausente es la autoestima.
A veces, la
motivación para dar tiene que ver con el sentimiento de ver al otro como
“pobrecito”; es el caso de un huérfano o de alguien que ha tenido alguna
pérdida importante en su vida. Se le puede dar muchas cosas, pero no alcanzan
para llenar el vacío de relación si lo que recibe es sentido como una dádiva y
no como una expresión de cercanía y aprecio.
En el
escenario conyugal, es muy frecuente que el esposo establezca una pauta de
“proveedor”, de bienes materiales y acaso de eventuales encuentros sexuales
programados (los sábados, por ejemplo) sin tener en cuenta los anhelos de
reconocimiento de la labor de su cónyuge en sus ocupaciones cotidianas y ni qué
decir de la necesidad de cercanía afectiva de su esposa.
Las
combinaciones del dar y recibir son múltiples pero nos invitan siempre a mirar
un poco más allá de lo que creemos que hemos dado o a dimensionar en menos lo
que hemos recibido.
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