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2012/05/03 “Romper el cordón”

Se trata de una expresión muy utilizada, que implica haber crecido lo suficiente como para dejar el lazo infantil que nos liga a los padres. El modelo en que se basa es por cierto el de la situación uterina en la que el feto depende totalmente de la madre para existir.

Observamos con mucha frecuencia que los hijos desarrollan apegos tremendos con los padres y muy en particular con la madre. No encuentran la fuerza para desempeñarse o salir del hogar para realizarse como personas. Algunos no logran culminar una carrera o no consiguen un trabajo que les permita vivir por su cuenta.

En oportunidades detectamos que, pese a que han tenido logros en la vida (títulos universitarios, trabajos excelentes), no logran desarrollar el propio espacio o tienen retrocesos hacia una dependencia dramática con sus parejas o con la familia de origen a la que suelen retornar empequeñecidos.

Muchas veces se amparan en los laureles y éxitos que esgrimen con alguna arrogancia, como demostrando que pueden, que lo que ocurre es causa ajena a su voluntad.

En los historiales de las personas que tienen dificultades para cortar el cordón encontramos un dato infaltable: han habido problemas de carencia afectiva de parte de la madre, quien los ha “preparado” para que sean eternas compañías o consuelo de su existencia, para que no puedan vivir sin sus atenciones.

Estas madres suelen ser sobreprotectoras y no les permiten resolver los problemas de la vida; siempre están atentas a las dificultades de los hijos para resolverlas ellas. En muchas oportunidades son ellas mismas las que estimulan el sentimiento de que ellos no pueden o de que, a partir de los esfuerzos de la abnegada madre, les toca retribuirle con creces el favor. Así, se va gestando un nuevo cordón, entre juegos de satisfacción irrestricta, de exagerado “consentimiento” y de la generación de una creencia ampulosa y omnipresente: sin la madre no pueden existir. Casos hay donde el mensaje terrible es que si la abandonan ella morirá. Serán, por tanto, culpables de que esto ocurra y caerá sobre ellos el castigo.

Algunos dedican la vida a defenderse de la presencia del bendito cordón. Se vuelven incapaces de desarrollar una relación emocional de compromiso. Sean hombres o mujeres, ven en la posible pareja el riesgo de desarrollar esa temible condición. Se convierten en ufanos autosuficientes para quienes ninguna pareja califica. Como opción, algunos se relacionan con personas extremadamente dependientes o inseguras a quienes dominan e incluso desprecian o maltratan, llegando a hacer “cualquier cosa”, con tal de no sentir que las necesitan. Su problema suele surgir cuando los dejan. No he visto personas más “derrumbadas” que éstas luego de que se les desmorona el sistema.

En suma, si nos encontramos en el rango de una dependencia demasiado grande en nuestra relación con la familia o con nuestras parejas y/o si somos llamativamente “independientes”, al punto de no poder establecer vínculos de compromiso, es tiempo de revisar qué patrones hemos incorporado en nuestra mente. Es momento de enterarnos de que hay un tema por resolver para alcanzar un punto equilibrado de desarrollo en la relación con los demás y, en especial, con uno mismo.

Nacimos para vivir en relación pero, cuando la relación es umbilicada, el otro no llega a ser otro; tampoco nosotros estamos siendo lo que podríamos ser. No somos libres de sostener el afecto de manera regulada, con posibilidades de lograr la plenitud de nuestros potenciales y favorecer el desarrollo de nuestras parejas… hijos, etc.

1 comentario:

Jany dijo...

Interesante su aporte. Muy agradecida