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Cuidados en el proceso de duelo 31 Agosto 2020

 

Al presente se van reconociendo, de a pocos, las cifras de fallecidos a causa del Covid 19, oficialmente, serían más de 26,000, pero, esta cifra está en vías de ser corregida nuevamente. Se estima que la realidad de muertos es alrededor de 50,000, cifra que se deduce del notorio incremento de fallecidos desde que la pandemia nos asola y que no se ha precisado aún si ocurrieron por esta causa.

De hecho, me consta que muchas personas han fallecido por otras causas, pero, penosamente relacionadas con la pandemia, en tanto no pudieron recibir la atención oportuna debido al colapso de la atención hospitalaria por lo que vivieron circunstancias similares a todo fallecido en estos tiempos, no pudiendo velarlo, por la ordenanza de distanciamiento social.

Si estimamos un mínimo de 5 familiares por fallecido, tendremos que, en la actualidad existen alrededor de 250,000 personas en proceso de duelo. Número que se incrementa en relación a personas cercanas, como amigos o colegas. O, simplemente ciudadanos sensibles a tan terrible situación.

Sería importante darnos cuenta que el actual incremento de contagios y muertes, en mucho se debe a una suerte de negación de lo que está pasando, de una suerte de ceguera ante la presencia del riesgo de muerte, o de la conciencia de que lo que está ocurriendo, requiere que nos cuidemos o cuidemos a los demás.

La situación me recuerda la época del terrorismo en que a diario moría gente en las provincias o que mataban policías o militares, yo lo sentía como algo distante. Recién reaccioné a esa realidad, de manera comprometida cuando ocurrió la explosión de Tarata.

Me refiero a todo esto en función de que, un primer cuidado a tener en cuenta, es el riesgo de negar la presencia del mal, de la amenaza de muerte en la que nos encontramos todos. Quizás haya contribuido a ello el reporte recortado de la cantidad de muertos, o la idea de que solo el 5% estaba en riesgo de muerte.  

Lo planteo no como una formulación de culpas o responsabilidades, si no, relacionándolo con esos mecanismos de la mente que, por protegernos de la afectación posible, nos hace negar la realidad con facilidad, es el primer mecanismo que describíamos que se observa en la situación de duelo o en la reacción ante el anuncio de la amenaza de muerte: la negación.

O sea que, de lo primero que necesitamos cuidarnos es del riesgo de negar la realidad, de sentirla ajena a nosotros. Ocurre por ejemplo en algunas regiones que con cierto triunfalismo mostraban una suerte de control total de la situación: tenían pocos infectados y cero muertes. Se confiaron y no se prepararon para lo que les vino después, habiendo tenido tiempo para ello, en la medida que podían ver lo que les estaba pasando a los demás en el país.

En este trámite de cuidar al ser querido en riesgo de muerte, condición en la que me encuentro, por edad, tuve una experiencia que puedo compartir: estábamos en familia preparando sándwiches para ayudar a los grupos de migrantes que no podían regresar a su tierra y pasaban hambre. En algún momento nos percatamos que faltaban bolsas para los panes, me vino a la mente que los podía encontrar en una tiendita del mercado al que solía recurrir, y, sin pensarlo dos veces procedí a resolver el problema. Justo en un momento en que los noticieros mostraban las aglomeraciones en los mercados como fuente de contagio. Pero, “a mí no me iba a pasar nada si procedía con cuidado”.

Dias después, al salir el tema en una conversación con mi hija que vive en USA, me puso cara de enojo y me soltó lo que sentía “mira papá, si estando yo lejos y no voy a poder ayudarte o despedirte, no te perdonaría por el resto de mi vida que encima sea a causa de tus imprudencias…” Sentí que se me estrujaba el estómago, me estaba hablando desde el corazón, luego de un breve silencio contrito, le prometí, me prometí, que haría todo lo posible por evitar causarle ese dolor, ¡me iba a cuidar!

En estos previos, en la lucha por ayudar a nuestro ser querido en riesgo, importa hacerle llegar nuestras expresiones de amor, de nuestra presencia allí con él. Serenos y con la energía necesaria, alentando la conciencia de que la prevención tiene que ser el primer eslabón a tener en cuenta ante el riesgo de la muerte.

Como me referí anteriormente, la emergencia sanitaria en la que vivimos, limita el proceso usual del duelo, no podemos acompañar a nuestro ser querido, alentarlo en sus momentos críticos, despedirnos de él, tener un último diálogo. Toda la ilusión puesta en nuestros esfuerzos, rezos y buenos deseos se derrumba ante la noticia de su muerte.

Es muy posible que, además se hayan tenido que pasar por muchas penurias por las carencias sanitarias en las que nos encontramos y contemplar con impotencia la dramática y desesperante agonía de la insuficiencia respiratoria.

Es muy fuerte el golpe de luchar por salvarlo, no poder estar junto a él y terminar por perderlo, tener que resignarnos a recibir sus restos en una urna, sin poder velarlo.

Lo usual, dentro del rito social, es que familiares y amigos acompañen a los deudos, su cercanía, abrazos y expresiones de pesar contribuyen a atenuar el dolor.

Pero, el peligro de contagio limita a que estas expresiones se puedan dar solo por la vía de una llamada telefónica o acaso un mensaje de correo. Falta ese bálsamo de la presencia solidaria del familiar, del amigo, del vecino, del compañero de labores, etc.

El duelo, parte así, con una serie de vacíos, limitado además por la necesidad de confinamiento por el riesgo de contagio, obligando a diferir para algún otro momento los rituales propios de la despedida.

Es posible que la persona en duelo se muestre renuente y hasta fastidiada por los mensajes o llamadas telefónicas de familiares y amigos.

Si bien importa respetar su necesidad de distancia, es importante persistir, cada tanto, en saludarlo, acompañarlo, de la manera que se pueda, más aún si lo que nos anima es un sentimiento sincero y nos sabemos significativos para él.

Importa que, en ese trámite, no forcemos el tema en cuestión y hasta lo sigamos en una conversación evasiva o minimizante. Importa que sepa que estamos allí, con la paciencia y la tolerancia que el afecto nos permite, incluso, en los términos del momento, quizás podamos extendernos en algún relato personal de nuestra vida cotidiana.

Se trata de no forzar evocaciones, hasta encontrar el momento oportuno de acoger la apertura de sus sentimientos. No hay fórmula entonces para saber qué responder cuando esto pasa, quizás simplemente sentir con él, compartir la pena, dejarla fluir, sea lo mejor.

Importa no favorecer la victimización ni afanarnos por consolar, esto último transita en el gesto auténtico de compartir su pena.

Lo que más importa es que no se pierda la relación afectiva con los demás. Si algo contribuye a la profundización de la tristeza en el duelo, es el aislamiento, no olvidemos que una pena compartida es siempre menos dolorosa

Es posible que, al interior de la familia se organicen para hacer algún rito de despedida, es una buena alternativa, escoger un lugar para poner su foto, mejor si es de una escena familiar festiva, alegre. Unas velitas que lo iluminen y juntarse para rezarle o para expresarle cosas, deseándole siempre la paz “allí donde esté”.

Importa que la familia se reúna, que tengan momentos en común, conversar del día a día, expresarse cariño de manera natural, interesarse por el otro, en particular, recordando la necesidad de cuidarse de la infección.

Es momento propicio para remontar distancias o resentimientos, si los hubieron. Ayudarse en lo que fuera necesario, más aún si uno percibe al otro familiar, hermano, padre o madre, como más sensible y afectado. Importa el gesto espontáneo más que la intención racional, en cualquier caso, lo importante es que se expresen los afectos de solidaridad y cariño. Si es así, si puede manejarse de esta manera, el duelo es cosa de tiempo, se superará la pérdida.

El proceso de duelo es más complicado cuando el grado de afectación por lo vivido es muy intenso; sea que se trate de una consecuencia de la suma de situaciones adversas o de que la persona es particularmente sensible a situaciones de separación o pérdida. Es cuando debemos considerar dedicar un espacio para dejarnos ayudar en el proceso de duelo desde el principio.

Se tratará entonces, de atenuar el lado traumático de la situación. Contribuyendo a que la persona recobre el equilibrio y, así evitar que el duelo derive a una situación patológica o crónica. Se trata de que la persona afectada supere el momento agudo, más aún si existen riesgos de autoagresión o abandono personal severo.

En todos los casos contribuye el poder contar con un entorno emocional solidario y comprometido, este entorno puede no ser necesariamente la familia.

En los casos de disposición resiliente, de apertura a la vida, o mejor capacidad adaptativa, las personas siempre encuentran alguna alternativa de compañía y ayuda. Ésta está allí donde a veces otros no la ven, porque han quedado enceguecidos por el dolor y la desesperanza.

De ese estado es que hay que ayudarlos a salir. En eso estamos…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El terrible reto del duelo en la pandemia. 31 Agosto 2020

Algo esencial en la existencia del ser humano es el establecer lazos de afecto, de cariño, de apego, con el que conforman su red de pertenencia e identidad y que son fuente de suministro afectivo, de seguridad, de fortaleza, de reconocimiento, confianza, paz y libertad.

 

Hay quienes, por cierto, son especiales en el desarrollo de estos afectos, la madre, el padre, los abuelos, hermanos, los hijos, la familia en general. A ellos se sumarán, como es de suponer, amigos, profesores, compañeros, con los que tuvimos alguna especial sintonía. O, quizás otros, que capturaron nuestros afectos desde una sentida admiración y aprecio. (El Santo del Oxígeno)

 

Nuestra existencia tiene, sin embargo, el ineludible reto de enfrentarnos con el final, con la muerte, con los momentos de las despedidas, con las pérdidas irreversibles, como la quiebra de una relación significativa.

En algún momento nos tenemos que enfrentar al dolor de la ausencia, a tener que aceptar que nuestro ser querido no estará más con nosotros. Es cuando no tenemos otra opción que adaptarnos a las circunstancias, a partir de lo cual, por un tiempo, y, de manera variable, comienza lo que conocemos como el proceso de duelo.

 

En el duelo se movilizan una serie de sentimientos y mecanismos, diferentes en cada persona y circunstancia. Es un proceso necesario, para reacomodar nuestro equilibrio emocional y la asimilación de la vivencia de pérdida. Es como una herida en vías de cicatrización.

No hacerlo expone a que se constituya en una experiencia traumática habitada por el miedo, lo cual interfiere en el mantenimiento de nuestro equilibrio emocional y en la reconstitución de nuestros lazos de afecto, por ejemplo, cerrarse emocionalmente a nuevas relaciones, por temor a que nos pase lo mismo nuevamente, o, a aferrarse al recuerdo del ser querido –perdido- de una manera penosa, permanente, que, de esta manera, transita ya por la dimensión de lo que llamamos el duelo patológico.

 

Usualmente se mencionan cinco etapas del proceso de duelo, de duración e intensidad variable. Otros hablan de tres o hasta siete.

Tomemos la que nos propone una autora que se dedicó a trabajar en el área de las circunstancias de la muerte: La Dra Elizabeth Kubler Ross, secuencia aplicable tanto al deudo ante la pérdida de su ser querido, como al sujeto ante la noticia de su probable muerte.

        La Negación o desconexión de lo que está ocurriendo

        Protesta y rabia, ira, una suerte de desplazamiento catártico.

        Negociación: busca tener sensación de control, ahora es un         Angelito y está con dios. Nos comunicamos en sueños.

        Depresión: el dolor de lo irreversible se expresa en plenitud. La tristeza, la dificultad para adaptarse a la nueva situación son        asumidos sin resistencia, llorar, retraerse, desanimarse por el futuro. …

Recordad al muerto, con dolor y resignación. Hacer catarsis, expresar libre y hondamente lo que se siente, tiene carácter de liberador y abre lugar a la…

Aceptación. De a pocos se va aceptando reintegrarse a la vida

Sin culpa por sentirse bien o experimentar disfrute. Sin sentir que se le está fallando al muerto, pudiendo pensar, incluso, que es así como él (ella) quisiera que estemos, alegres, felices o contentos.

 

Hay una serie de factores que favorecen el proceso del duelo, como el poder tener una buena despedida de la persona fallecida. Sean por expresiones de ambas partes como de una sola (a veces, previendo su fin nuestro ser querido nos escribe unas palabras, nos deja una carta).

El velatorio, la asistencia espiritual, el acompañamiento social, los ritos y   costumbres culturales, encausan lo que de otra manera está desorganizado o difuso. La presencia de familiares y amigos, las muestras de solidaridad y en particular, la presencia sentida de seres sensibles, que nos transmiten consuelo y paz, son un paliativo en el dolor.

El homenaje, el reconocimiento social configuran un adiós compartido y algún valor de rescate del reconocimiento de su trayectoria en la vida.

Una misa en su nombre en donde el sacerdote lo mencione en la cercanía de dios, son parte importante dentro de las creencias religiosas y espirituales de cada quien.

 

El duelo se complica en lo doloroso en esta pandemia, los cuidados previos al contagio, la incertidumbre y el miedo, que movilizan terror cuando, de pronto, empieza la escalada de la enfermedad que atrapa a nuestro ser querido. A la falta de recursos para tener adecuada asistencia, se suman los problemas espantosos que comienzan a torturar a nuestro ser querido: la falta de respiración y la penosa agonía.

La angustia, rabia e impotencia movilizan sentimientos encontrados de culpa propia y ajena, responsabilidad con rostro de abandono gravoso que profundizan las heridas, cuando, además, no se puede acompañar al difunto por razones sanitarias o no hay espacio para velarlo o acompañarlo en sus momentos finales.

Es frecuente, además, que simultáneamente resulten contagiados otros miembros de la familia y desarrollen también un proceso fatal. La suma de dolor profundiza las consecuencias en el duelo, por lo que, pueden configurar así una situación en la que la persona vea vulnerada su capacidad para reorganizarse emocional y mentalmente, de superar la pérdida, configurándose un cuadro de estrés post traumático en vez de una posibilidad de elaboración del duelo.

Resulta conmovedor, a la vez que aterrador el estar en medio de tanta muerte. Cala hondo mirar con impotencia a los más vulnerables, a la gente de pocos recursos, que sobreviven en una economía del día a día.

Ese, ya es el duelo social que nos toca asumir a todos. A distancia de la indiferencia o ineptitud de una condición humana atrapada por el mercantilismo, que lamentablemente ha perdido su esencia sensible.

Necesitamos hacer el duelo por tantos que se nos van y nos retan, desde su inmolación. Tenemos que hacer un duelo que nos comprometa a corregir los vacíos horrorosos en los que nos hemos perdido, negando la importancia de la muerte como un hecho trascendente, que nos conmina a la reflexión del sentido de la vida y a dar la importancia que corresponde al dolor y el sufrimiento del semejante.