Resulta alarmante observar la frecuencia con que las parejas
quiebran su matrimonio precozmente. Es como si la construcción de la relación
no contara con la suficiente madurez y tolerancia, necesarios para remontar las
insuficiencias y defectos que suelen aparecer a la hora de convivir. Muchas
veces el problema es visto con la filosofía de una economía de descarte “no
funciona, entonces, ¡chau!”, como ocurre con la mayoría de los utensilios de
nuestra moderna sociedad de consumo.
Es obvio que, como garantía de un matrimonio bien avenido,
se parta de una buena elección de pareja, que no haya forzamiento en el
compromiso asumido, que se tenga una noción básica de compatibilidad de
caracteres, al igual que una sólida autoestima, de manera que cada quien no dependa
en exceso del afecto del otro para ser feliz.
Ambos necesitan de una suficiente tolerancia a la
frustración y de la capacidad de postergarse a favor del otro, sin llegar a
extremos de sometimiento. Es importante también, diría indispensable, no sentir
necesidad de dominio o control sobre el otro.
Es frecuente que un punto de quiebre se dé en el momento en
que alguno de los dos pretende “tener la última palabra”, perdiéndose toda
posibilidad de diálogo y estrangulándose en discusiones sin otra finalidad que
prevalecer, que demostrar a toda costa que se “tiene la razón” (que es
justamente cuando la razón puede empezar a perderse).
Un problema que se convierte en el inicio del tobogán de la
ruptura es cuando se empiezan a perder el respeto; más aún, cuando aparecen
reproches o insultos, perdiendo la perspectiva de cuan hondo pueden herir al
otro, con actos o palabras, especialmente cuando esto no va
seguido por algún gesto de reparación o disculpa. Ni qué decir de la violencia,
sea ésta física o verbal, del desenfreno de las acciones sin control, lo cual termina
por destruir hasta el lazo más consistente.
Cuando el engaño, la mentira, la deslealtad, la infidelidad,
el uso oculto de drogas y demás, como el alcohol, se suman a la irresponsabilidad,
no hay marcha atrás. La quiebra se da por descontada a corto, mediano o largo
plazo.
A veces, la ruptura se asume después de desgastantes
intentos de mantenerse a flote, particularmente cuando hay niños de por medio o cuando tenemos
rasgos que nos llevan al aferramiento a como dé lugar. Es en estas
circunstancias en las que podemos apreciar separaciones sin divorcio: las
parejas siguen juntas sin otra razón que el temor de separarse; el espanto ante
el supuesto desamparo o la baja autoestima sirven de colchón a una continuidad
estéril sin solución.
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