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2012/11/27 La terapia

A lo largo de mi ejercicio profesional, innumerables veces he tenido que responder a la pregunta sobre la diferencia entre “psicólogo” y “psiquiatra”, o entre “psicoanalista” y “psicoterapeuta”, cosa que no voy a responder en esta nota. Es un preámbulo para contestar un amable mail en el que se me consulta sobre una situación personal de alguien que está en un tratamiento de corte psicoanalítico.

Puede tratarse de un psicoanálisis o de una psicoterapia psicoanalítica de largo plazo. En ambos casos la intención terapéutica se apoya en la capacidad del ser humano de repetir, en el vínculo con el terapeuta, las pautas de su comportamiento, sean estas maduras o inmaduras. Entendamos maduras, como aquellas más adecuadas a la realidad actual que le toca vivir a cada quien e inmaduras aquellas que insisten en que las cosas le pasen más a la manera de situaciones pasadas, lo que suele derivar en conflicto o desencuentro con el entorno. En el primer caso la persona es más “sujeto” de su vida; en el segundo, se ubica más como “objeto” de la vida. 

Se han propuesto muchas maneras de entender el camino a la madurez.  Winnicott (un psicoanalista inglés) propone un camino que parte de la situación de dependencia absoluta (la de los primeros meses de vida), que va evolucionando hacia la obtención de la capacidad de estar a solas. Un intermedio en este desarrollo es la posibilidad de una dependencia relativa, que es cuando el niño logra jugar “solo”, siempre y cuando alguien lo acompañe o esté cerca por si es necesario.

En las relaciones terapéuticas, estas pautas se reproducen. Es entonces que los pacientes pueden no tolerar ni la separación de fin de semana, se las ingenian para invadir los espacios privados del terapeuta y hasta pueden precipitar la ruptura del proceso por la intolerancia a la separación.

Otros casos, intermedios, pueden mantener un vínculo idealizado, tratan de hacer lo posible por que el terapeuta no se enoje con ellos, configuran una relación idealizada en la que la sola idea de no contar con su terapeuta es aterradora.

Llega un momento en que el paciente es capaz de sostener la propia observación de sí mismo, acompañado por su terapeuta. Es cuando ha incorporado la mirada analítica y ya le es posible pensar en funcionar solo… Aún así, asusta la idea de separarse.

Lograr esa capacidad de auto observación, es expresión de que una terapia está teniendo logros. El gran paso es la separación sin sentimiento de catástrofe; es haber logrado la posibilidad de hacer duelo, de trascender las pérdidas de los seres queridos o necesarios, aunque sólo se trate de un cambio en la relación; dejar de ser niño para ser un hombre en la vida, por ejemplo, dueño y responsable de sus decisiones, capaz de depender equilibradamente de los demás.


Es, entonces, cuando la separación del terapeuta tiene sentido, cuando no hay temor de decir lo que se siente, cuando predomina el sentimiento de que el otro siempre estará allí... porque yo puedo recordarlo.

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