Hace poco respondí una pregunta que se me hizo
en mi blog “Consultas en línea”. La respuesta la titulé, como siempre, con una frase sugerente: “Amor… ¿a la
billetera?” Como quiera que la persona que hizo la
consulta no comprendió el sentido de mi respuesta, me animo a desarrollar, en
este espacio, aquello que intenté decir al respecto.
En las relaciones humanas de amor confluyen
diferentes componentes que determinan nuestras pautas de elección de pareja y
aquello que contribuye a que la relación se sostenga en el tiempo.
El componente de la naturaleza humana que más
influye es el de la atracción sexual. Hay cantidad de elementos comprometidos
en el cometido de hacer que una mujer y un hombre se vean involucrados en un
encuentro sexual, compromiso ineludible con la conservación de la especie. Este
atractivo es el ingrediente mayor del enamoramiento y determina que por un
lapso de unos tres años (tiempo suficiente para la procreación y una primera
infancia) los lazos de la dependencia sean intensos. Luego, declina.
Como el determinante reproductivo de la
atracción tiene que ver también con el mejoramiento de la especie, la elección
incluye garantías para el cumplimiento de los requisitos de protección y suministro de
alimentos tanto para la sobrevivencia de la cría como de la madre, por lo que
el macho elegido y la hembra tendrán atractores biológicos relacionados con
dicho fin. Así, la dulzura, la
sensibilidad afectiva, tanto como el ancho de las caderas o el tamaño de los
pechos, resultan importantes en la elección de una mujer; mientras que, en los
varones, importa la fortaleza física, la inteligencia (en especial para ganarse
el pan) tanto como la actitud.
Con estos determinantes genéticos nacemos. Las
predisposiciones básicas nos acompañarán a lo largo de nuestra existencia pero
la capacidad para relacionarse en un nivel más profundo y comprometido depende de la calidad
afectiva que cada quien cultivó desde la más temprana infancia. De la calidad
de la relación que logramos tener con nuestra madre depende la calidad de
vínculo que podamos hacer en la adultez. Si la relación fue buena, tendremos un
sentimiento básico de seguridad en nosotros mismos y en nuestras posibles
parejas. Esto brinda un contexto de
confianza y respeto por el otro.
Cundo nos sentimos seguros en la relación con
el sexo opuesto, no existirán necesidades de control o manipulación. El aprecio
fluye natural y sin impostaciones, no se idealiza en extremo y la dependencia
es equilibrada. No necesitamos “comprar” a la pareja con regalos o con demostraciones
de poder económico. Si hay atenciones, serán las expresiones naturales de
aprecio o gratitud, pero nada que rebaje la relación a un nivel de “compra” del
afecto del otro.
Las
razones de la relación están ajenas al interés material. El aprecio nace de la
valoración de lo que es la persona, no de lo que tiene (aunque se pueden
apreciar ambas cosas, por cierto). Esta condición da lugar a las verdaderas
relaciones de amor o a las relaciones de amor más integrado o maduro, espacio y
lugar donde ambos se sienten unidos y libres a la vez.
Cuando ha habido fallas en la relación
temprana con la madre, en los primeros tres años, las personas tienen
diferentes grados de perturbación a la hora de desarrollar un vínculo amoroso.
Tienden a una relación de posesión, de control, altamente sensible u oscilante.
Las más de las veces tienen dificultad para depender o entablan dependencias
extremas y asfixiantes. La demanda de idealización promueve constante
frustración cuando el otro falla o muestra sus naturales y humanas limitaciones.
Se adoptan posturas de dominio, control e intolerancia.
Muchas veces hay un excelente disfraz de
idealización, pródigo de atenciones, que mantiene a raya a los fantasmas del
abandono, que siempre -consciente o inconscientemente- muestran las garras. Todo
luce muy lindo, pero es material altamente quebradizo y no tolera mucho las
pruebas duras de la vida.
He visto montones de veces como esos angelitos
amorosos se llenan de ira y odio al ver desmoronarse el castillo de naipes de
una relación idealizada. Entiéndase que una relación idealizada casi nunca
incluye la idea de una relación en donde existan verdaderamente dos personas. Por
ello, cuando se rompe la idealización, más que marcar una pérdida gravosa, abre
las posibilidades a una relación real, en donde las personas puedan ser ellas
mismas.
1 comentario:
Muy interesante, a veces las personas se enamoran del "amor" y no de la persona en sí.
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