viernes

2010/10/04 Sobre ovejas negras y chivos expiatorios


¡Cómo son las casualidades! Esta mañana le daba vueltas al tema de la marginalidad y, mientras caminaba hacia el consultorio, me llamó la atención el anuncio de la presentación de un grupo musical “Las ovejas negras”… ¡y el cartel se exhibía en la fachada de un hotel cinco estrellas! Entonces, pensé que éstas eran una “ovejas negras” que habían logrado valorar su pelaje, encontrando razones para ello. En este caso, pareciera que sostenidas por su talento musical. Imaginé que, como en la historia del patito feo, estos muchachos habían logrado encontrarse a sí mismos.


Me quedé pensando en ¡cuántas ovejas negras he conocido en mi vida! 

Un problema suele surgir en los inicios de la vida de alguien visto como “diferente”, en la casa o en el colegio. Suelen ser personas muchas veces inquietas, respondonas, rebeldes, con dificultades sociales, con problemas de conducta en el aula… Su comportamiento es considerado incómodo, porque son sujetos cuestionadores, retraídos, agresivos, etc., con mucha frecuencia catalogados como malos y castigados o censurados. 

No es frecuente que se intente comprenderlos. Más bien, se les compara con los hermanos, primos, compañeros, supuestamente más adecuados en su conducta. Esto va generando una sensación de sí mismos como no queridos, valorados o entendidos. 

A veces, simplemente, estas personas no son como los padres quisieran que sean. Pueden mostrarse flojas, sin motivación, acostumbradas a la comodidad. Desesperan a quienes tienen en su entorno, movilizando sentimientos de impotencia… y, lamentablemente, mucha agresión, por lo que empiezan a calificarlos (mejor dicho a descalificarlos) con apelativos como “lacras”, “ovejas negras”, etc. Esta aura va penetrando la percepción de sí mismos, con consecuencias muchas veces nefastas. En algunos, genera una baja autoestima; en otros, genera una rebeldía, la cual, a su vez, puede derivar en una fortaleza.

Al fracaso de comprenderlos en su diferencia se suma, casi ineludiblemente, la depositación de las taras o los defectos de su entorno, sea familiar, escolar o social. Se les empieza a endilgar todo lo malo que ocurra a su alrededor. Se les echa la culpa de cuanto problema se genere. Por ejemplo, si hay una pelea con un hermano o un compañero de salón, seguramente nuestra oveja negra no tendrá oportunidad alguna de ser considerada “inocente”... 

Es frecuente, entonces, que la oveja negra vaya cobrando olor a chivo expiatorio, aquél que tiene que cargar con las culpas de los demás. Se trata de un juego psicológico que condena al diferente con la misión de cargar con todos los males que su entorno le endilga y deposita activamente en éste, lo que, lamentablemente, es sumamente difícil de remontar, si uno cae en el juego. 

Para eso, para salvarse de este peligro, aunque parezca mentira, es necesario que una cierta rebeldía lo ponga a distancia del daño infligido hacia sí mismo, de la necesidad de pagar una culpa que lo empieza a habitar. 

Pasar de oveja negra a chivo expiatorio, en realidad, es un heroico esfuerzo por sostener el vínculo con el entorno, del cual se depende de manera muy intensa. 

Aunque, finalmente, vemos que resulta más conveniente ocupar el sitio designado para la oveja negra que el lugar del chivo expiatorio. Una oveja negra podrá sobrevivir hacia una identidad a partir de asumir su diferencia y salir del contexto que la descalifica o condena, como los chicos del conjunto musical. De pronto, alguna vez, gracias a su creatividad, puede encontrar su lugar y su valoración. 

Por otro lado, el chivo expiatorio es aquel que llega a sentir una profunda culpa por no ser lo que los demás esperan y, por lo tanto, estará siempre buscando hacer cosas para que lo castiguen. “Perfeccionando” la condición de oveja negra, el chivo expiatorio se sentirá verdaderamente malo, indigno del cariño de los demás, con una pobre autoestima y con tendencia a malograr cualquier cosa que suponga una iniciativa propia. 

En el fondo, el no poder salir de la situación de “chivo expiatorio” es un problema profundo de apego, en el que el sujeto siente que si desarrolla algo propio o personal, arriesga, inconscientemente, la pérdida de aquellos de los que no puede dejar de depender. 

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