(Publicado en la Revista Resource)
Es muy frecuente
en nuestros días escuchar a nuestros colegas o a nosotros mismos decir “estoy
estresado”, cosa que asociamos inmediatamente con “estar muy tenso”.
Vale la pena
aclarar que hay un nivel normal de estrés, que proviene de la aprensión para la
acción y la disposición para enfrentar y resolver problemas, trámite en el que
se pone toda la atención. Usualmente, la
resolución de la situación que originó el estrés, lleva al relax (otra
palabrita muy mencionada). Hasta aquí,
las cosas transcurren dentro de la normalidad.
El problema
relacionado con el estrés proviene, generalmente, del ritmo en que nos estamos
acostumbrando a trabajar. No hemos terminado con un problema y ya estamos en
otro, si es que no tenemos tres retos que resolver a la vez.
No hacemos
espacio para que se produzca el relax, tomados por la necesidad de llegar a
metas de productividad, de estudios, de obligaciones… incluso, de
diversión. No hemos tomado conciencia de
la necesidad de ponernos límites y, por eso, exigimos al cuerpo y a nuestros
sentidos, mucho más de lo que están programados para soportar genéticamente.
Es así que
generamos un estrés patológico, el cual nos afecta, nos crea trastornos físicos
(al punto de poner nuestra vida en riesgo) y nos altera el humor.
La irritabilidad
es una consecuencia frecuente y es lamentable que poco a poco nuestro entorno
se vaya afectando con nuestro humor alterado y agresivo, pronto a reaccionar
negativamente. En el trabajo se van
generando enojos, temores y resentimientos, un contagio que extiende el estrés
como un reguero, adquiriendo formas de mala disposición, reacciones negativas y
una declinación laboral.
En casa, es muy
posible que también se generen conflictos parecidos, los cuales se intensifican
cuando el ejecutivo estresado descarga con más facilidad su irritabilidad con
la esposa o con los hijos. En casa la
susceptibilidad es mayor, en tanto los lazos familiares son mayores y complejos;
se requiere mucha comprensión para no reaccionar ni armar desfiles de caras
largas. Para los hijos, suele ser muy
difícil entender que papá o mamá están tensos y que el problema no es con
ellos. El nivel de incomprensión es mayor en las familias que se comunican poco
o que tienen un nivel de indiferencia tal que no se siente ninguna
responsabilidad pro lo que le pasa al otro.
De cualquier
modo, si nos damos cuenta de que estamos irritables y sobrecargados de estrés,
es nuestra responsabilidad cuidar de nosotros mismos, buscar el relax y
dosificarlo, atenuar nuestros afanes y disminuir el ritmo de las
obligaciones. Recordemos que trabajamos para vivir y no al
revés.
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