En la vida amorosa es cuando más necesitamos
desarrollar nuestra inteligencia emocional. Esto es, saber leer al otro,
entenderlo en sus claves emocionales, en sus intereses y dificultades.
Poder mantener una interacción saludable con
una pareja no es un tema tan sencillo como el de la pura ilusión de que “como
yo amo a la otra persona por encima de todas las cosas, todo va a salir bien” y
“la otra persona, por supuesto, va a sentir en automático lo mismo que yo”. Pensar
de esta manera lleva a grandes contrastes y desencuentros. La frustración posterior a un lindo primer
encuentro suele tener que ver con que “volamos” demasiado en nuestra
expectativa respecto al otro sin darnos cuenta realmente de la disposición de
él o ella para lo que nosotros deseamos que siga después.
Pocas veces nos detenemos a pensar en qué fue
lo que pasó realmente, en por qué se cortó la relación. Muchas veces consideramos
que se debió a que no le gustamos lo suficiente, que somos personas poco
atractivas o que ella o él son unos aprovechadores, que nos utilizaron, que nos engañaron. Esto -si se
repite- puede llegar a generarnos un
complejo. También, ocurre a veces que el complejo ya lo tenemos y es la causa
de que las cosas no caminen, porque nos esmeramos demasiado en causar buena
impresión o nos esforzarnos por llamar la atención.
Es necesario reflexionar sobre nosotros mismos
y tener bien equilibrada nuestra autoestima antes de emprender la tarea de una
relación formal. Las relaciones a veces no caminan simplemente porque no dan
para más. En otras ocasiones, sin embargo, sí tienen que ver con cosas que
hacemos y que ahuyentan a las parejas. Pero, también ocurre que el otro tal vez
no esté en capacidad de comprometerse y, sin embargo, lo elegimos, aún
pudiéndonos dar cuenta de la realidad…
Una situación que observamos con cierta
frecuencia puede resultar increíble: uno mismo se encarga de que la situación
se rompa, que la pareja se aleje… Es que la cercanía, la intimidad, nos pueden
resultar tan angustiantes, por el temor a ser dejados, que precipitamos alguna
expresión o detalle para que el otro no vuelva. Algunas veces, un trato
ofensivo, una demanda desmesurada, una actitud demasiado inmadura, grosera,
etc. pueden llevarnos “inconscientemente” a provocar una reacción adversa.
En muchas personas existe ya un arraigado
sentimiento de que esto va a ocurrir, que las van a abandonar; es más, se
sienten abandonadas aunque no las estén abandonando en realidad; simplemente
leen cualquier mensaje en ese sentido: si la otra persona se demoró, si no las
llamó como esperaban, si se fue de viaje por trabajo… Cualquier cosa reafirma
su sentimiento preexistente de que serán abandonadas.
En la mayoría de los casos la razón que los
predispone a sentir de esta manera y a reeditar situaciones de ruptura o
pérdida de la relación tiene que ver con situaciones vividas en la primera
infancia, con una suerte de trauma de carencia o abandono afectivo que ha
dejado una honda huella, difícil de borrar, que reinstala el vacío y la
desesperación ante cualquier evento en el que los afectos sean convocados. Por
ello, el enamoramiento y el apego en el presente son vividos como experiencias
de extrema fragilidad y esto los lleva a estar más a la defensiva que a una actitud
de serena apertura y encuentro con el otro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario