Muchas
veces me he preguntado por qué en la sociedad actual nos estamos alejando de la
magia curativa del amor… de aquello que, en el inicio de la vida, nos lleva a encontrar
gestos como aquel “sana sana” acariciador, cuando algo nos duele y, de pronto,
sentir que maravillosamente el dolor cede o desaparece. Cuando niños, nos
parece lo más natural y la magia hace sus efectos.
Luego,
la vida nos va enseñando que es el doctor el que, a veces sin tanta magia, es
el encargado de arreglar los desperfectos del cuerpo… Y, poco a poco, vamos dejando de integrar el
lugar que le cabe al alma, a la persona que sufre el “desperfecto”. Nos
convertimos en una suerte de “máquinas a reparar”, nos deshumanizamos y, valgan
verdades, lamentablemente muchas veces los doctores se comportan como “técnicos” fríos
y distantes, olvidándose de la persona sufriente y, más aún, de la magia
sanadora del trato amable, del verdadero interés por el otro, de la necesidad
de incluir una mirada a los afectos que conlleva el síntoma y que incluso lo
originan.
Hace
años, cuando terminé concluyó, con acierto medicina, estando ya definida mi orientación hacia la psiquiatría y el
psicoanálisis, me propuse hacer una investigación sobre los factores
psicológicos del asma bronquial. Me instalé en la unidad de emergencia del
Hospital en que trabajaba y recibía a los pacientes que llegaban con crisis
asmáticas. Con trato amable, les transmitía el mensaje de su próxima mejoría,
ya que les íbamos a aplicar “algo curativo”.
Procedíamos a inyectarles lentamente dextrosa mientras sosteníamos el
vínculo, tranquilizándolos. No fueron muchos, pero todos los casos que traté
superaron la crisis sin necesidad de inyectarles aminofilina, que era lo que
generalmente se hacía. Por supuesto que, si no cedía el cuadro, la aminofilina
estaba a la mano. Éramos muy cuidadosos
en esto. Me vi obligado a abandonar la
investigación porque tenía urgencia de graduarme, pero me quedó esa experiencia:
la sugestión, sostenida por el acercamiento amable, apaciguador y contenedor, daba el “toque curativo” desde
el lado puramente psicológico y emocional de la intervención.
He
tenido muchos ejemplos de cura “milagrosa” a partir de experiencias de amor de
pareja, maternal, amical, etc., por parte de los acompañantes de pacientes en
situación crítica que mejoraron desde situaciones de total desahucio.
Por
el contrario, resulta claro que la experiencia de falta de afecto en el entorno
personal no solo predispone sino que llega a ser causante de muerte. René Spitz,
psicoanalista austro-estadounidense, lo pudo comprobar en bebés hospitalizados
allá por los años 40. Él observó que, pese a que los infantes recibían los
cuidados de alimentación y aseo necesarios, muchos de ellos no desarrollaban o,
incluso, se morían. Concluyó, con acierto, que lo que les faltaba era afecto.
El bebé necesita el aliento de vida que proviene de la percepción del afecto
materno o de la persona que ocupe este papel (ojo: no de su sola presencia o
atención, sino de su amor).
El
ser humano nace provisto de recursos afectivos para procurarse la sobrevivencia
propia y la de la especie. Pero esta trama neurofisiológica solo se activa a
través de la interacción afectiva del bebé con una figura materna, movilizando
los mecanismos propios de la fortaleza vital.
Esto está relacionado directamente con el sistema inmunológico y el
equilibrio de las funciones vitales.
La
percepción del amor ajeno hacia uno tiene efectos benéficos, pero también lo es
el que uno mantenga sentimientos de amor hacia el prójimo. El hecho de ser
sujeto de amor es fuente de bienestar; de hecho, predispone a la persona a
recibir reflejos afectivos positivos. A partir de ello, será posible el bienestar
aún cuando la ausencia de alguien a quien amar sea sostenida por la ilusión del
eventual encuentro, en cuyo caso, la persona que así funciona, no se llena de
frustración o malestar por la transitoria soledad. Se mantiene una buena
disposición. Este talante es una particular garantía de salud, tanto física
como mental.
En
tanto así, cuando enfermamos, siempre es preferible ser atendidos por nuestro
médico de confianza. Antes existía el
“médico de cabecera” “el médico de la familia”. Busquemos siempre a aquél que
no solo trata los síntomas sino que es capaz de tratarnos como personas, que
está atento a nuestro sentir o al momento particular por el que estamos pasando
en la vida
También,
es importante dejarnos apoyar por los seres queridos de nuestro entorno. Una dolencia que se comparte duele menos y,
eventualmente, el compartir es el primer paso para mejorar, para caminar hacia
la salud.
No
nos excedamos en la práctica de la autosuficiencia, menos cuando nos
enfrentamos a nuestra humana fragilidad, tanto en el terreno afectivo como
físico. No es una humillación necesitar ayuda. La humildad de nuestro pedido
será la medida pertinente para movilizar el natural gesto de ayuda de los
demás.
En
este sentido, surgen problemas cuando sentimos que los demás están obligados a
hacerlo y, peor aún, cuando no sabemos pedir la ayuda adecuadamente.
En el
terreno de la psicoterapia, se ha comprobado ya, desde hace mucho, que el
factor terapéutico por excelencia es la calidad de la relación afectiva entre
el terapeuta y su paciente. D esto les
puedo dar testimonio. Además de que el
paciente mejora, también el terapeuta siente el beneficio del bienestar
logrado. El encuentro afectivo es benéfico para ambos. Claro está que el marco
de esta relación está centrado por la ética y el profesionalismo; pero, el
objetivo de fluir en la relación activa las posibilidades de expresión y
regulación adecuadas de las emociones. Insisto:
esto no solo ocurre en beneficio del paciente sino, también, del terapeuta. Podríamos decir que son diferentes
componentes los que entran a tallar en
la actitud amorosa que está presente en el acto de la curación.
SUGERENCIAS
- Es preferible consultar con un médico bien predispuesto, de aquellos que no sólo ven el "síntoma" sino a la persona en sí.
- Si padeces alguna enfermedad, deja que te acompañen personas que te proporcionan afecto. Déjate cuidar.
- Vive acompañado y rodeado de afecto. No es bueno vivir solo.
- Cultiva la amistad.
- Trata de realizar actividades que eleven tu autoestima, tu amor por ti mismo.
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