Antiguamente se solía usar el diagnóstico de “maníaco
depresivo” para nombrar una alteración caracterizada por oscilaciones intensas
y profundas del ánimo. Este diagnóstico
ha devenido en “trastorno bipolar”, complejizándose en variables y matices que
los manuales de diagnóstico reformulan con frecuencia.
Éste es el más severo de los trastornos del afecto y, en
origen, tiene una relación muy directa con la predisposición genética. Existen familias en las que la incidencia de
este mal puede alcanzar a un amplio espectro de sus miembros.
En los polos de esta bipolaridad encontramos, en un extremo,
a una persona con exagerada exaltación del ánimo, hiperactiva, con sentimientos
desbordantes de grandiosidad, que pueden expresarse como un delirio místico. En ese estado pueden mostrarse tercamente
vehementes, dominantes, sin conciencia de límites: la omnipotencia no se los
permite ver. Por ello, pueden tener
conductas sumamente arriesgadas, insólitas y totalmente fuera del sentido
común. En oportunidades, pueden tornarse
agresivos, particularmente si se les contradice, y pueden emprender riesgosas
“misiones”, abandonando casa, trabajo, familia, etc. En otros casos, se pueden
mostrar excesivamente “generosos”, regalando bienes propios o ajenos.
En el otro polo, encontramos a personas profundamente
deprimidas, al punto de carecer de la energía mínima vital para emprender no
sólo las tareas cotidianas sino hasta para levantarse de la cama. Todas sus funciones se enlentecen, su ánimo
es gris, pesimista. Suelen expresar un
dolor profundo, que llega a ser físico.
No es infrecuente que en estas circunstancias sus pensamientos se pueblen
de deseos de morir e ideas de suicidio que, dada la falta de fuerzas, no llevan
a cabo. Respecto a lo anterior, cabe
advertir que una paradoja es que al ir mejorando del estado depresivo es posible
que materialicen tales ideas de suicidio.
Se ha podido observar que hay personas que combinan en distintos
grados la depresión y la manía. Los dos polos suelen presentarse por períodos
alternados. En otros casos, sólo se
presenta uno de los dos polos extremos que hemos descrito.
En ambos casos, es indispensable iniciar un tratamiento
radical que, en la mayoría de las veces, puede requerir de un internamiento,
dado el riesgo de muerte implicado.
Felizmente, al presente, el trastorno bipolar es controlable
con el uso de psicofármacos y viene bien algún apoyo terapéutico que contribuya
a sostener la regulación emocional que suele contaminar la estructura de la
personalidad.
Hay, también, estados intermedios, como en el caso de la
hipomanía. Esta es una exaltación del
ánimo sin la severidad del trastorno anterior.
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