Más de una vez me lo han
preguntado, amigos y pacientes “tú crees en los ángeles…?”, claro que también
me han preguntado sobre un montón de otras cosas por lo que podría estar haciendo una nota sobre las
creencias o sobre la curiosidad de los pacientes, o, de la gente en general.
Parodiando un comercial que
escuché hace muchos años puedo decir “no sé si existen los ángeles, pero que
los hay, los hay….”
Y, es que me ha pasado muchas
veces que me he encontrado con ellos, por supuesto, en sus versiones de carne y
hueso.
Quería compartir mi experiencia
más reciente al respecto: me tomé unas largas vacaciones y en uno de capítulos
de mi programa, alquilé un auto en Italia, la idea era recorrer parte de la
región Toscana parando en Siena y San Gimigniano. El esposo de una sobrina, nos
sugirió con mucho entusiasmo que paráramos a dormir en un pueblo cercano a San
Gimigniano, descansar y darnos un baño de paz en el campo, él mismo había
estado en Certaldo y había quedado encantado.
Ya en ruta hacia nuestro
destino programado para el reposo, empezamos a tener problemas con el GPS. Ni mi esposa ni yo tenemos habilidad para
manejarlo y fuimos compensando la falla preguntando a la gente por el camino a
Certaldo, hasta que logramos llegar al pueblo con las sombras del atardecer.
Sin embargo, al amparo del sistema que habíamos adoptado para llegar al hotel,
es decir, cuando preguntábamos dónde quedaba, la gente nos miraba, se agarraba
la cabeza, algunos me decían desde su mapa mental “tiene que ir unos tres
kilómetros derecho, luego, voltear a la derecha, luego a la izquierda después
de pasar un sitio…” De noche, en
carretera que no conoces…terminamos entrando en trompo cuando empezamos a
encontrar desvíos y calles cerradas perdiendo totalmente el sentido de
orientación.
En una de esas, luego de
estacionar para respirar un poco, serenarme y pensar en soluciones, reparo en
que, a unos pocos metros había una estación de bomberos a un costado de la cual
conversaba uno de los bomberos con una pareja mayor. Me acerqué a preguntar
nuevamente por el lugar a donde debía ir.
La respuesta fue la misma. El bombero se agarró el mentón, inquieto,
diciéndome y haciéndome sentir que era poco menos que una misión imposible… En eso, la señora que lo acompañaba, de unos
cincuentaitantos años, me dice: “donde está su auto…” Le respondo y agrega: “sígame…” No entendí
bien la propuesta hasta que la vi subirse a una pequeña camioneta y ponerse al
frente mío para que la siga. Y… bueno, eran unos cuantos kilómetros de ruta con
giros y recovecos que jamás hubiera podido diseñar en mi mente, hubiera sido
imposible llegar sin su ayuda; y ella, con toda precisión, se paró en la puerta
del lugar, anunció mi llegada y se acercó presurosa para estrechar mi mano y
despedirse deseándome una buena estadía para luego desaparecer sin más…
Sé que darle las gracias
emocionado fue un detalle menor para ella, su carita estaba iluminada por la
satisfacción de haberme ayudado…
¡Díganme si no existen los ángeles…!! Y no es la primera vez que me
pasa… pero esas ya son otras historias.
Lo que quiero es compartir esta
experiencia para que nos animemos todos a convertirnos en ángeles: tratemos de
dar siempre ese “poquito más” que ayude al que se nos acerca a recordarnos esta
misión… La satisfacción pintada en el
rostro de esta generosa mujer nos habla del premio que nos espera, ni qué decir
de esa profunda gratitud que se genera en el privilegiado receptor de la
ayuda… Por supuesto que uno se anima a
emular a estos angelitos que la vida nos acerca cada tanto. Cultivemos la
gratitud y la gracia de ayudar al prójimo desinteresadamente, ¡sigamos los
buenos ejemplos!
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