Si bien hablamos corrientemente de estrés, es posible que no
conozcamos a cabalidad su significado, sus implicancias y lo indispensable que
es aprender a manejarlo.
El estrés implica un estado de tensión general (física,
emocional y mental) frente a un problema cualquiera (puede ser desde algo
insignificante hasta un gran peligro) que la persona tiene que enfrentar y/o
resolver.
En tanto así, hay un nivel normal del estrés que nos sirve
para la vida, ya que nos permite, como decía mi abuelita, “usar los cinco
sentidos” y resolver la situación. La
resultante natural del uso efectivo de nuestra capacidad de resolver problemas
es la confianza en uno mismo y una razonable estima personal.
Cuando la situación de estrés se prolonga demasiado se
producen una serie de consecuencias, comenzando por la fatiga, dificultades de
concentración, fallas en la memoria, irritabilidad, pérdida de control de
impulsos, ingesta compulsiva de drogas, alcohol o alimentos, hasta un punto en
que el sujeto puede llegar al colapso total, que suele llamarse “surmenage” o
“burnout”. Una consecuencia más
lamentable aún es que aparecen problemas físicos, como infartos, hipertensión,
gastritis severas y, por ahí, también, accidentes cerebro vasculares (derrame
cerebral).
Cuando el estrés es intenso y violento podemos tener como
consecuencia lo que se llama estrés post traumático, resultado de la quiebra de
los recursos naturales de protección emocional, con el correlato de una total
impotencia de la persona para resolver la situación. Un ejemplo de esto puede ser lo que ocurre en
las guerras, con los combatientes o las víctimas, a quienes les cuesta
recomponerse, quedándose “pegados” a las emociones que les tocó vivir, las que
resurgen incontrolables, casi como una alucinación. Les resulta muy difícil reconectarse con el
mundo, con la vida, presentando distintos niveles de alteración en casi todas
sus funciones mentales.
Esta condición la encontraremos, también, en personas que
han sufrido abuso, maltrato o abandono en la primera infancia. Sin embargo, esto, que podría aparecer como
menos espectacular, es más insidioso y compromete la estructura misma de la
personalidad, alterando la comunicación, el vínculo, el compromiso y la
capacidad de regular las emociones.
Un viejo dicho señala que “es bueno culantro pero no tanto”
y esto se aplica para el estrés. Es
bueno siempre que lo podamos manejar.
Los problemas empiezan cuando el estrés es el que nos maneja a
nosotros. Si ya nos hemos acostumbrado
tanto a su presencia que ni prestamos atención a los avisos de sus efectos
nocivos, seguramente será un doctor de medicina, cardiología, neurología quien
nos diga “necesita revisar cómo está viviendo o trabajando”. Es, entonces, que lo oportuno es recurrir a
la ayuda de un psicoterapeuta y/o de un psiquiatra para poder regular el manejo
del estrés logrando llevar una vida más feliz.
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