Hay
secretos que, signados por el amor, conllevan una consecuencia positiva,
enriquecedora, que integra en la amistad o en el vínculo de intimidad con una
pareja o con un grupo humano. Importa mucho que esos secretos estén signados
por valores y no signifiquen o deriven en formas de sometimiento o explotación
del otro. Son lazos que unen en libertad y en la posibilidad de compartir
valores en los que importa, por encima de todo, el bienestar común.
Sin
embargo, existen secretos que nacen en situaciones forzadas por el temor, por
el dolor, por la vergüenza o la culpa; situaciones marcadas por la impotencia o
el sometimiento a otro que nos impone algo que nos daña a nosotros o a nuestros
seres queridos. Se trata de algo de lo que no podemos hablar o, si se habla,
origina reacciones de rechazo o hasta de castigo. Muchas veces la sensación que
se tiene es que si uno dice lo que sabe, puede originarse un desastre: que
metan a mi padre en la cárcel, que mis padres se separen, que me abandonen, que
no me quieran, etc.
Como puede
inferirse de lo dicho, la mayoría de los secretos más nefastos, que más
envenenan el alma –y la autoestima- provienen de vivencias traumáticas de la
infancia, en las que no contamos con un entorno confiable como para poder
expresar las cosas que sentimos. Puede
tratarse de una violación, de una agresión física, de un abandono, etc.
No siempre
los hechos provienen de cosas que nos hicieron; podemos también haber cometido
una falta y sentirnos muy culpables por ello.
El temor al castigo puede ser tremendo, lo mismo que el sentimiento
terrible de haber podido sentir que tuvimos sensaciones placenteras indebidas.
El tema, en estos casos, se genera igualmente por la falta de un entorno de
confianza que permita expresarse con libertad y aprecio, que ayude a corregir
la falta sin condenas humillantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario