Como
tantas veces que emprendo la ruta al consultorio o de vuelta a casa, me
enorgullece recorrer caminos que he ido construyendo en el tiempo, rutas
alternativas que me permiten sustraerme de los atolladeros terribles
de nuestra “Lima la Horrible”, que "hoy por hoy" anda cada vez
más linda, salvo por el tránsito vehicular.
Es ese placentero sentimiento de que uno
puede descubrir opciones a las rutas cotidianas de las que, la mayoría se
queja. Suele ser que uno se las aprendió de los taxistas y las comenzó a
ensayar o que en algún momento en que “no se
perdía nada” porque nada podía ser peor que esperar a que el tránsito se
destrabe. Ensayamos, entonces, la alternativa. Claro que más de una vez
pasó que nos equivocamos y nos metimos en un atolladero peor, lo cual no dejó
de enseñarnos alguito también y lo capitalizamos como experiencia.
Esa experiencia con el tránsito se parece tanto a tantas otras cosas que hago en la vida, como cocinar, limpiar, arreglar algo, desarrollar clases, trabajar, etc., que ya es una pauta para mí el “salirse del marco”, tener casi como reflejo la posibilidad de encontrar o ensayar una alternativa.
De alguna
manera aprendí, desde niño, a reparar cosas. Mi padre nos dejó un sólido
ejemplo de que uno mismo puede encontrar soluciones a los problemas, empezando
por los desperfectos caseros. Era la época en que las cosas no funcionaban
como hoy, en que todo es “descartable”, con la única solución de tirar lo
que sea y cambiarlo por uno nuevo o que lo cambie otra persona porque no
estamos preparados para las tareas manuales, para el ejercicio del ensayo –
error o la reparación de lo dañado.
Sin embargo, pensaba, en la mañana, camino al
consultorio, mientras escuchaba noticias por la radio, que, en otras
esferas esos “cortes de camino” son lo peor que la gente puede hacer… Claro, ya no me refiero a encontrar rutas
alternativas a los problemas de tránsito, me refiero a la observación de cómo
personas inescrupulosas no dudan en dar saltos, hacer trampas, falsificar,
mentir, etc. para llegar a sus metas a cualquier precio.
Escuchamos hasta el hartazgo acerca del cotidiano y
triste desfile de plagiarios y falsificadores que no dudan en engañarnos –y
engañarse a sí mismos- con tal de acceder al poder o ganar dineros de manera
ilícita, a costa de otros, casi siempre de los más necesitados, a quienes
perjudican sin mayor escrúpulo. Es el cortoplacismo de una vida sin valores,
una plaga que nos ha inundado y nos hace tanto daño... que no permite que el
país crezca y que deja tan malas enseñanzas a sus hijos.
A
contramano de la gratitud que me generó mi padre, estos nuevos emergentes
generan espanto, desesperación e impotencia; muestran un germen de violencia
producto del descrédito y la desesperanza que, lamentablemente, ya hemos
experimentado, pero que
no hemos capitalizado en un sentido constructivo y verdaderamente
reparador. Por ello no aprendemos a caminar por
el camino correcto.
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