Hace un tiempo que he dejado de usar el auto en pro de
caminar, he encontrado que es una manera de activar mi cuerpo, rescatándome de
una vida sedentaria con horizontes de deterioro que ya empiezo a sentir. Le he
ido agarrando gusto al hacerlo y he empezado a tener una serie de experiencias
gratas a partir de entonces… una de ellas deriva en realidad de poder disponer
del tiempo para ponerlo en práctica, sin apremios, el ritmo de la caminata es
espontáneo, a veces en modo “paseo” a veces a grandes trancos, otras rápido,
etc. Mientras esto ocurre, a mi costado el tráfico infernal de autos y
colectivos me permite sentirme más libre y satisfecho aún… ellos están
entrampados mientras yo camino con la única limitación de los cruces y
semáforos, a veces tremendamente generosos que imagino van perfilando para mí
la promesa de un día similar, “hoy me tocó luz verde en todo..”, en realidad, siempre
gana el optimismo de mi lectura de las cosas… poco a poco me voy sintiendo más
adaptado a mi nueva rutina física, al gusto por hacerlo, a sentir mayor
agilidad y ese grato dolorcillo en los músculos que te recuerda una y otra vez
que lo hiciste… Siento que es un cambio radical e importante, renunciar al auto…
recuperar mi naturaleza, poder mirar de otra manera las calles, a veces cantar
mientras camino, otras observando los cambios en construcciones y negocios de
los que no me había percatado. Encontrando que la gente te sonríe con más
frecuencia… imagino que mi cara de satisfacción contribuye a hacerlo. Encontrar
gestos amables en autos y personas que te ceden el paso… o el asiento, viajar
en ómnibus, bien sentado y leyendo, retomando tiempos para hacerlo mientras te
abstraes del mundo hasta que llegas a destino…
Bueno, no todo es tan maravilloso, hace poco, cerca de casa mientras
avanzaba frente al IPAE, observé a un perro que ladraba histérico a otro perro
más pequeño, sujetado a duras penas por una señora provinciana, mayor, que
tiraba de su correa, me animé a pasar, confiando en que su atención estaba
centrada en “el otro animalito”. La mala suerte es que estando a su costado, la
señora afloja la correa y el perrito me salta encima; mi movimiento de toreo
alcanzó como para que no coja el objetivo: mi muslo, pero sus afilados
dientecillos mordieron mi pantalón preferido y con la mordida lograda cayó en
peso, desgarrando el pantalón quedando expuesto mi flacuchento muslo derecho. Mi
primera reacción fue dar media vuelta y regresar a cambiarme, pero unos pasos
después pensé en el peligro que representaba ese animalito mal controlado,
podía haber mordido a un niño con menos reflejos que yo… así es que me acerqué donde
había ingresado la señora, un edificio de viviendas, el portero, si bien me
hizo el comentario de “si pues, este perrito! ya ha mordido a otras personas”,
se negaba a llamar al dueño, hasta que amenacé que con el serenazgo que iba a
llamar en ese mismo momento, tendría que dar explicaciones… bueno al rato sale
un hombre de unos 45 años, fastidiado, con el teléfono en la oreja a decirme
cosas como, “bueno, no le ha hecho daño” (como si el pantalón y mi expuesto
muslo no importaran), al enfatizar con un gesto el daño y el peligro que
significaba su perro, me responde “bueno, yo no le dije a mi perro que lo
muerda”…uf! me dije, encontrarme con este tipo de persona, no hay forma! No cabe
un entendimiento, ni elemental. Ya el tiempo me empezaba a apremiar así es que
a lo único que atiné apenas llegado al consultorio fue llamar al serenazgo y
sentar mi denuncia… moraleja: ni caminando te salvas de estos encontrones con
la realidad en que vivimos. El gran reto, es que no te malogre el día, no quedarte
enganchado en la fantasía de venganzas o querellas (por cierto, un buen rato
jugué con algunas). Y, bueno, por lo menos sirve para la anécdota… que los hay
los hay, no solo en el parlamento!
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