Cuando Francisco, joven proactivo y entusiasta, tuvo su
primera entrevista de trabajo, resultó impresionante observar la tremenda
fuerza y rapidez con la que se conectaba con la visión de la empresa.
Inmediatamente propuso un plan de marketing y planes que en
la segunda entrevista mostraban que no solo se había conectado sino que ¡estaba totalmente involucrado!
Por supuesto que lo tomaron de inmediato y empezó con
celeridad a desarrollar una serie de acciones encaminadas a resaltar la imagen
de la incipiente empresa que lo contrató. Armó una cartera de posibles
clientes, a quienes interesó en los servicios que ofrecían sus nuevos jefes.
Montones de contactos y entrevistas qué el conseguía
fascinaban al directorio. Pero, poco a poco, se iba reiterando una observación:
se hacía el contacto, incluso se avanzaba hacia un contrato, pero la operación
no culminaba. Una y otra vez las gestiones quedaban pendientes, distraídas en
su continuación por un nuevo cliente tanto o más tentador que el anterior.
El balance, al tercer mes, era más bien preocupante. No se
habían logrado los resultados esperados, se había incurrido en una serie de
gastos que sacudían el presupuesto y, además,
empezaron a presentarse quejas desde el personal a su cargo. Era
demasiado tenso y exigente y se irritaba con facilidad, por lo cual la gente se
sentía maltratada. Empezaron a presentarse renuncias por tal motivo.
La empresa tomó conciencia de que, fascinados por la
entrevista, no habían profundizado en la evaluación; habían obviado la necesidad
de un examen psicológico previo a su incorporación. Desde el malestar y el
desencanto, la empresa prescindió de sus servicios.
Fue entonces que Francisco se preocupó. No era la primera
vez que le ocurría algo así. Él se consideraba alguien capaz y bien formado
profesionalmente.
Cuando vino a la consulta, lo que detectamos fue un severo
trastorno de déficit de atención, a lo que se sumaban factores relacionados con
su personalidad. Esto terminaba siendo una combinación difícil. No le era fácil
escuchar al otro, menos aún prestar atención a los problemas derivados de su
accionar, hasta que recién después del contraste laboral decidió recurrir a la
ayuda especializada.
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