Rara es la pareja que no haya
llegado al matrimonio habiendo ya enfrentado un conflicto. Si no es así, de
todas maneras los conflictos tendrán que aparecer; tarde o temprano. Con mayor
o menor dramatismo se nos plantea el reto de vivir una crisis, y hay que estar
preparados para enfrentarla.
Usualmente entendemos las crisis
como algo indeseable. De hecho, no son precisamente agradables, pero casi
siempre son necesarias para promover algún cambio importante en la pareja. Las
crisis hacen ineludible el replantearse las condiciones en que la pareja ha
estado viviendo o las cosas que se han estado evitando ver.
Uno de los primeros conflictos que
nos pueden llevar a una crisis, proviene del darnos cuenta que nuestro amado(a)
es diferente en la convivencia a lo que nos habíamos imaginado. Es una dura
prueba el no tratar de cambiarlo(a), aceptarlo(a) tal cual es. Más duro es
cuando nos damos cuenta que estuvimos negando una realidad incompatible con la
relación, como, por ejemplo, una anormalidad del carácter, alguna desviación
moral, etc.
Suelen ser las parejas más
“románticas” las que menos toleran las crisis. Para ellas, las cosas son vividas
de manera extrema y casi siempre crisis es sinónimo de ruptura. No les es fácil
perdonar o aprovechar las circunstancias para fortalecer sus vínculos. No
toleran funcionar de forma que no sea la ideal. El encanto se rompe como un
cristal.
Casi siempre observamos, en este tipo
de parejas, que la provocación de la crisis busca atenuar la tremenda presión
afectiva en la que mantienen sus relaciones. A veces, una aventura extra-conyugal
representa un llamado de atención que delata sensaciones de asfixia o
agotamiento. Puede, también, que se esté dando expresión a una crisis personal
que es necesario comprender antes que juzgar.
Un problema muy palpitante es que en
nuestra estructura social las parejas no están preparadas para enfrentar los
conflictos. Hay una altísima apelación a la ruptura como solución y muchos de
los que mantienen el matrimonio lo hacen por un convencionalismo o por razones
más vinculadas a “la familia” que a la pareja. Enfrentar juntos los problemas,
reflexionar sin apasionamientos, lleva a la madurez. Tratemos de reflexionar más
y juzgar menos.
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