Cuando Mauricio vino a consultarme, acababa de empezar un
tratamiento intensivo con psicofármacos, debido a que había presentado crisis
de pánico y mantenía una ansiedad flotante desde hacía muchos años.
En la adolescencia, presentó dificultades para estudiar y, recién ahora, le habían diagnosticado un déficit severo de atención, por lo cual
también recibía tratamiento. No lograba entender para qué tenía que venir a una
psicoterapia psicoanalítica, así es que nos propusimos conversar sólo unas
cuantas veces para ver qué pasaba… ¡y qué no pasaba!
Caminó a tumbos en la vida, haciendo distintas labores. Siempre eficiente, temiendo permanentemente que lo echen por incompetente,
arrastraba la experiencia escolar de su discapacidad atencional, por lo que el
fantasma de la descalificación estaba siempre presente.
Trabajaba sin descanso,
en dos o tres ocupaciones simultáneas, tratando de ser auto-restrictivo con sus
gastos, no así con los de sus hijos, esposa y otros familiares… Más de un hermano y sus propios padres “se habían fajado gracias a él”.
Mostraba una capacidad impresionante para el trabajo y el
sacrificio; dedicaba literalmente unas 20 horas al día a realizar, casi a la
perfección, cada cosa que, crecientemente se le iba presentando, logrando una
fama que no llegaba a disipar sus fantasmas de carencia o su miedo a la desaprobación.
Con los años había amasado una pequeña fortuna, pero no se
atrevía a dar el gran salto de tener su propio local e independizarse de sus
hermanos, quienes le alquilaban a él un viejo depósito a precio de usura.
Reflexionamos que su tarea pendiente era su encuentro
consigo mismo; desprenderse de viejos fantasmas; sedimentar este presente al
que había contribuido a crear; ser dueño de ese ser que había creado, al que con
mucho esfuerzo había parido, al que aún no se atrevía a reconocer por estar
aferrado a sus fantasmas de origen que, en realidad, nunca lo habían
reconocido, por lo que no eran garantía de sostén.
Demás está decir que se estaba perdiendo los mejores años de
sus hijos, quienes veían en el padre a un proveedor de comodidades y juguetes, que no tenían tiempo de compartir. Su esposa había derivado en una suerte de
tirana engreída que no mostraba razones de gratitud, lo que movía en nuestro
personaje gran frustración y una rabia, que se veía en la necesidad de reprimir, ya que le aterraba la sola idea de que lo abandone.
Y, bueno, concluimos que había motivos como para hacerse un
espacio para sí, que ya se habían creado las condiciones como para hacerlo… En
eso estamos.
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