Un
estudio del caso de los usuarios de servicios de aviación registra que uno de
cada tres pasajeros tiene miedo a volar[1].
Esta
movilización emocional es, en principio, explicable, ya que embarcarse en un
avión generalmente no forma parte de nuestros hábitos corrientes, no suele ser
una situación a la que estamos acostumbrados y pone a prueba en un grado
relativamente mayor nuestra capacidad adaptativa. Generalmente, es un
movilizador natural de estrés, pese a que es muchísimo más probable tener un
accidente a la hora de embarcarnos en un auto.
Así lo podemos comprobar, no solo en las estadísticas sino, también, en
la observación cotidiana. Múltiples
estudios muestran que hay 100 veces más muertes por accidentes de tránsito que
por caídas de avión.
Otra
estadística muestra que viajar en avión es el segundo medio más seguro de
transporte… ¡El que ocupa el primer lugar es el ascensor!
Un
detalle curioso, que podemos observar, es el de las personas, que aún teniendo
una rutina frecuente de viajes en avión, siguen padeciendo del miedo a volar y
tienen que apelar a recursos varios para poder embarcarse y calmarse.
Ahora
bien, hay una gradiente variable de miedo.
Hay quienes tienen el miedo, digamos natural, que se disipa a medida que
el vuelo se instala. Temen, por ejemplo,
el despegue, lo cual es normal.
Desde
la realidad de las observaciones, se ha desarrollado una regla de alerta
“normal” que es el +3 -8 que son los tiempos en que se dan las mayores
probabilidades de accidente. Los 3 primeros minutos, los del despegue, y los 8
últimos, los del aterrizaje. Son estos momentos en donde es natural que
aparezca y se exprese el temor.
Un
estudio en los EEUU muestra que las probabilidades de un accidente aéreo son de
una entre sesenta millones[2].
En ese mismo estudio, muestran que las probabilidades de accidentes mortales en
auto en los EEUU son una entre 9 millones.
La
gradiente de perturbación emocional muestra que algunas personas hacen crisis
de ansiedad mayor, que pueden llegar al desencadenamiento de pánico. Por tal
motivo, dichos pasajeros pueden haber estado haciendo uso de artilugios para
manejar la situación: muchos se toman sus traguitos, algunos varios traguitos.
Otros toman ansiolíticos y hay quienes recurren a dormir tomando hipnóticos….
Los más osados (o desesperados) combinan algunas de estas variables
Por
este motivo, es necesario apuntalar el grado de conciencia de lo que dispara el
sentimiento irracional. Nos hemos
referido a las estadísticas; éstas nos muestran que uno de los medios de
transporte más seguros es el avión.
Ahora,
toca referirnos a la persona que tiene el problema. El avión, como cualquier
otra situación, como subir a un ascensor, moviliza temores que son propios de
la susceptibilidad de cada quien.
Entonces,
es importante dar referencia de las maneras en que se expresan la ansiedad y
los miedos. En principio, cuando ocurre una crisis de ansiedad o pánico, lo
usual es que ésta desaparezca en un promedio de 10 minutos.
Sin
embargo, la persona que lo desconoce (y, aún sabiéndolo) siente que va a seguir
así, sin poder salir de ello. Es frecuente que alguien que ha tenido una crisis
de pánico, luego desarrolle un temor a que reaparezca el pánico. Esto lleva a la necesidad de que el primer
paso a lograr en la superación de estos estados sea el de perderle el miedo al
pánico. En esto ayuda mucho el que la persona tenga conciencia del manejo de la
situación. Por ejemplo, si está
acompañado, hablar de lo que está sintiendo con su acompañante, ir relatando sus
sensaciones y permitirse ser apoyado. De alguna manera, este trámite da lugar a
que el tiempo permita la resolución natural del cuadro. Si el acompañante es
alguien calmado, contribuirá a transmitir el sostén necesario para tranquilizar
al angustiado.
Viajar
en avión puede poner a prueba a personas que tienen tendencia “nerviosa”, es
decir, que tienen susceptibilidad a desencadenar estos cuadros.
El
primer punto de enfrentamiento al problema es ubicarse en el punto de un reto a resolver. Entonces, la
información, el sentimiento de control desde lo racional pueden ayudar; pero,
si persisten las manifestaciones y, más aún, si éstas llegan a inhibir al afectado de manera que se le hace
imposible volar o solo puede hacerlo con un extremo sufrimiento, entonces, es
hora de recurrir a un terapeuta. En ese terreno, son de lo más efectivos los
abordajes cognitivo conductuales, el uso de técnicas de desensibilización.
Un
tema interesantísimo (especialmente para los psicoanalistas como yo) se puede
encontrar en “la trastienda”, en el inconsciente de los afectados o
predispuestos a desarrollar estos problemas. Es cuando el avión o las
circunstancias de volar tienen un valor simbólico para la persona.
Recuerdo
el sueño de una paciente. En éste, un
avión intentaba aterrizar y llegaba con las justas a lograrlo pero chocando con
la puerta de una pequeña casita. Pudimos reconstruir, a partir de ello, el
escenario de un abuso sexual sufrido cuando pequeña. En este caso podemos ver
la simbolización del pene puesto en el avión y la vagina como la puerta de la
casita pequeña que, a su vez, suponía a una persona pequeña (niña).
Otro
caso mostraba un valor simbólico diferente. La persona estaba en un avión que
se estrellaba en el mar y ella lograba salir, llegaba a la playa y encontraba a
una señora que no la trataba amablemente. Podríamos pensar que se reproduce,
así, una experiencia de nacimiento traumático, donde justamente lo que no
encuentra después es una madre sostenedora. El sueño plantea la naturaleza de una
repetición y una búsqueda frustrada de contención. El avión, entonces,
simboliza el vientre materno y el
accidente una vivencia traumática de nacimiento.
En
realidad, a la hora de emprender el tratamiento de un problema de fobia a volar,
tendremos que evaluar la aplicación del recurso más adecuado. El uso de
psicofármacos se convierte en común denominador que potencia y se potencia con
el complemento psicoterapéutico. El abordaje cognitivo conductual se dirige a
un mejor manejo del síntoma, mientras que la mirada al inconsciente, desde la
psicoterapia psicoanalítica, busca remontarse a los orígenes de la situación
traumática que subyace al síntoma.
Sugerencias
- Es importante informarse de cómo funcionan los aviones. Desconocer los principios de la aviación puede exacerbar el miedo a volar. Por ejemplo, mucha gente cree erróneamente que una turbulencia puede ocasionar un fallo mecánico. Otros piensan que un fallo mecánico causaría que el avión caiga en picada hacia la tierra. De hecho, todo avión puede planear sin motores. Los motores sólo sirven para trasladar al avión más rápidamente y mantener su altitud durante viajes largos[1].
- Este tipo de conocimientos puede calmar a algunas personas pero hay otras que requieren asistir a un especialista para recibir terapia y aprender a controlar la angustia.
- Otras personas requerirán tanto la terapia como la ayuda farmacológica.
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