El fútbol es una de las formas que el ser humano ha
encontrado para canalizar las emociones propias de la competencia y rivalidad.
Obviamente, uno de sus grandes componentes es la agresividad. Diríamos que
resulta indispensable que el equipo que pretende ganar sea lo suficientemente
aguerrido. Un partido de fútbol se da dentro de un contexto pactado, donde es
posible poner la agresividad positiva en la fuerza, rapidez, ingenio y
habilidad requeridas para el buen desempeño deportivo.
Pero, como sabemos, se va volviendo una tradición –y no sólo
en el fútbol uruguayo- que esta
agresividad rebase este contexto, dando lugar con frecuencia a la expresión de
una agresión dañina, como en el caso de los “fouls”, las patadas mal intencionadas
o las reacciones violentas hacia algún jugador del equipo contrario. Recordemos
el famoso cabezazo del francés Zinedine Zidane, al ser provocado desde un tema
personal.
A pesar de ello, el reciente caso del delantero uruguayo, Luis
Suárez, quien mordió al defensa italiano en pleno partido, sale de lo corriente.
Es insólito y hasta bizarro el que un
jugador muerda a otro en un partido de fútbol. Resulta todo un reto a la
comprensión.
Se puede entender como una expresión agresiva desesperada y
primitiva ante el sentimiento de impotencia, ante la circunstancia de perder la
clasificación de su país si no hace goles, más aún si siente personalmente el
peso de la expectativa puesta en él, si ocupa un lugar idealizado que de pronto
se ve jaqueado por la realidad. Pero… ¡un
mordisco! Y, dado que no es la primera
vez que lo hace, que ya ha ocurrido otras veces y que incluso se le ha
sancionado por ello, se puede inferir la fuerza de la irracionalidad que
conlleva este acto.
No podemos, entonces, dejar de pensar en la emergencia de un
contenido personal, consecuencia de algún trauma infantil o algún punto de
desequilibrio que lleva al colapso temporal de su sistema de control de
impulsos. Amerita tomarlo en ese sentido, también, dado que se puede optar por
una sanción a la inconducta sin contemplar el hecho de que se trata de una
acción sintomática que requiere de un diagnóstico más cuidadoso de su motivación para
este exabrupto.
Una manera humana de responder es ofrecerle ayuda
especializada, un buen diagnóstico de lo que ocurre con él y que lo ayude a
manejar mejor su futuro. No perdamos de vista que muchos de estos ídolos
después se enredan en actos de autodestrucción. Recordemos lo que le pasó a
Garrincha... y a muchos más. Cuidemos a nuestros guerreros, por lo menos no nos quedemos en la
comidilla fatua que rellena el espectáculo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario