Hace no mucho tiempo un amigo, muy bien logrado económicamente, me comentaba: “la verdad es que nunca me propuse ganar dinero, lo que me apasionaba era hacer las cosas bien, siempre confié en que el dinero sería una consecuencia y, mira que me fue bien…”
Su comentario, tan lleno de sabiduría, me hizo reparar en mi propia trayectoria. Cuánta pasión he ido poniendo en las cosas con las que me comprometo laboralmente. Ciertamente, no es en la paga en lo que pienso como prioridad. Importa, por encima de todo, saber si estoy disfrutando de lo que hago, si siento plenitud al hacerlo, si aquí y ahora siento que me estoy realizando, que lo que hago refleja eso que soy, como si hubiera nacido para hacerlo.
Mi mayor beneficio ha sido el sentir la confianza de los demás, de mis jefes y compañeros, su respeto en base al ascendiente moral logrado, producto de la entrega total a la tarea y de anteponer los intereses de la institución a los propios. Importa sentir el cariño de mis subalternos y, por qué no, también su temor a fallar. Verlos a todos trabajar con mística, formar parte de un colectivo en donde los logros son de todos y cada uno, celebrar éxitos y compartir la búsqueda de soluciones a la hora de enfrentar las dificultades o los fracasos.
La sensación de esa mística, de esa sintonía, de toda esa sincronía posible en el encuentro humano laboral, tiene réditos mayores en el alma. Es el espíritu el que gana y hace que valga la pena cualquier sacrificio. Además, permite ganar dinero, se los puedo asegurar con tanta convicción como mi amigo, el de la anécdota.
Nada hay más grato que sentir que uno contribuye a que una institución sea grande y fuerte y que uno es parte de su realización, que se es grande y fuerte con ella, que su fortaleza nos sostiene tanto como la sostenemos a ella, que uno es alguien importante y con quien se puede contar.
No es desdeñable el dinero. Es absurdo dejarse explotar. Eso tendremos todos que evaluarlo y negociar en cada caso; total, pagamos las cuentas cada mes… Pero, debe haber alguna manera en que nuestra forma de integrarnos al trabajo no esté basada en el “¿cuánto hay…?”, cuánto puedo sacarle a la empresa o que todo sea un toma y daca despersonalizado en el que uno no pasa de ser una cifra productiva prescindible.
Creo que estamos en tiempos de rescatar el valor del trabajo de la trampa de la remuneración. Ese “algo más” que uno pone, el sentimiento de pertenencia, la experiencia de grupo, de mística, garantizan la salud de la empresa y de sus trabajadores. Es la mejor remuneración.
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