En principio, partimos de una afirmación: que las mujeres se deprimen más que los varones. Esto es así. En el año 1971 realicé un estudio sobre índices de depresión en la población general y pude comprobar que las mujeres examinadas, trabajadoras obreras, menores de 50 años,
mostraban índices de depresión más altos que los varones. En dicho estudio se
observó también que, pese a sus niveles de depresión, continuaban laborando.
Esta observación se reitera en
prácticamente todos los estudios que se realizan al respecto. Distintos
estudios señalan una proporción de 2 a 1, es decir, las mujeres se deprimen
dos veces más que los varones, tendencia que se hace extensiva a las mismas observaciones
en el resto de la comunidad Europea.
Dentro de las razones que se pueden
esgrimir como respuesta a la pregunta que nos convoca en el desarrollo de este
tema, podemos poner un orden de causas entre las que destacan las sociales,
económicas, familiares y biológicas.
Dentro de las razones sociales cabe
destacar el lugar de marginación que aún se mantiene en la sociedad actual en
relación a la mujer. Si bien se ha progresado mucho al respecto, las
preferencias y tolerancias giran mucho más alrededor de la condición de varón.
La censura y condena sociales pesan más sobre ellas y hasta se puede postular
una cierta tolerancia del ejercicio de la violencia como sanción por parte del
hombre.
Esta condición se extiende al sistema de
remuneraciones o de selección laboral. Suele ser que a la mujer se le pague
menos y se le exija más. La condición económica suele traerle problemas a la
mujer cuando enfila a la condición de madre, en la que requiere de una
situación de sostén y dependencia que no siempre es la adecuada o se sobrecarga
con dos funciones que resultan abrumadoras, perturbando el vínculo con los
hijos, lo que genera tensión y frustración.
Importa mucho el hogar en el que se ha
criado la mujer, si ha tenido padres que se han respetado y tratado
amorosamente o si ha vivido situaciones disfuncionales. En el primer caso,
tendremos a una mujer con menor tendencia a desarrollar depresión y con más
posibilidades de encausar su vida sosteniendo una buena autoestima; en el
segundo, la tendencia será a repetir el modelo y vivir la vida como un
conflicto permanente, sin solución, al que tiene que someterse.
Por último, la condición biológica de la mujer determina un mayor predominio de la sensibilidad afectiva, lo
que será facilitado o inhibido por el entorno. Esta sensibilidad deposita en
ella la delicada tarea de contribuir con una participación afectiva, en especial
con los hijos. Esto supone el reto de tener que manejarse con mucho equilibrio, con
mucha tolerancia a sus propias emociones, lo cual es más difícil en la mujer,
por su propia naturaleza. Es solo la vida y el entorno familiar amoroso y
comprensivo, el que la ayudará a poder sostener vínculos afectivos con los
demás (y, consigo misma) sin perder los límites que corresponden a lo que es
digno de ella. De otra manera, está en mayor riesgo de sentirse herida o
vulnerada por las expresiones negativas de los demás.
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