Hace
poco participé en un programa televisivo donde propusieron este tema, centrado en si la mujer era más supersticiosa que el varón. De este
encuentro, comparto algunas ideas y reflexiones.
Nos ubicamos primero en el amplio territorio de las supersticiones, creencias irracionales respecto al poder mágico de alguna cosa o persona que nos genera buena o mala suerte, que nos señala designios sobre nuestro futuro, sobre nuestra salud, sobre nuestra vida amorosa, etc. Tales creencias no son demostrables científicamente.
Nos ubicamos primero en el amplio territorio de las supersticiones, creencias irracionales respecto al poder mágico de alguna cosa o persona que nos genera buena o mala suerte, que nos señala designios sobre nuestro futuro, sobre nuestra salud, sobre nuestra vida amorosa, etc. Tales creencias no son demostrables científicamente.
Hay
supersticiones que nacen de lo cultural o familiar, el mal de ojo, el daño, son
de los más conocidos, suponen una influencia negativa con o sin intención, en
donde uno de los impulsores del mal influjo sería la envidia, la venganza, el
rencor o simplemente el encuentro con personas de “mala vibra” que nos
contaminan sin proponérselo. Otras tienen que ver con la idea de mala suerte,
por ejemplo, si se nos quiebra un espejo o se nos cruza un gato negro, ni qué
decir si pasamos por debajo de una escalera.
La
idea de un destino, de influencias astrales, de espíritus del inframundo, las
diferentes formas mágicas de conocer el futuro, mediante las cartas, la coca,
la borra de café, la quiromancia, entran en la consideración de supersticiones.
En un terreno cercano encontramos a las religiones y ritos alrededor de entes
sobrenaturales, tanto maléficos como de una espiritualidad elevada y
trascendente.
Distintas
referencias ubican a la mujer como quienes hacen más consultas a lectores de
cartas o videntes, la mayoría de ellas, en relación a problemas de amores o de
salud, mientras que los hombres tendrían centrado su interés en el éxito en los
negocios o en temas de poder.
Más
allá de los intermediadores implicados en estas prácticas en medio de todos
discurre un importante componente de la naturaleza humana: la posibilidad de
influenciar o ser influenciado. Este factor está presente en toda relación
interpersonal, pero de manera especial la podremos observar en aquellas en las
que estén involucrados lazos afectivos intensos como en el enamoramiento o de
una particular dependencia como en la relación con el médico. Vale la pena
comentar que en medicina es conocido lo que se denomina “efecto placebo”, que
es producto de una sugestión que contribuye a la mejoría de los síntomas, a
veces basta con el hecho de que la persona se haya puesto en disposición de
curar; en otras ocasiones deriva de la importancia, del interés y de la empatía que el médico pone
en su acercamiento al paciente. La posibilidad de creer, de tener fé, tiene un
lugar central en estas ocurrencias; lo otro lo hace la naturaleza misma de la
persona, activada por la disposición positiva de la mente.
Las
supersticiones se expresan con mayor intensidad en personas con necesidad de
contrarrestar inseguridades que las agobian, que movilizan angustia, es un
recurso de la mente para manejar el sentimiento de estar a merced de algo que
los amenaza y no pueden controlar. El origen de tales amenazas puede provenir
del pasado personal, algún trauma o situación de impotencia o desamparo que
moviliza mucha angustia. Esto supone una importante franja de inseguridad
que puede ser permanente o coyuntural, ante lo cual se recurre a buscar el amparo
de la magia o lo sobrenatural.
La
mayoría de las personas tiene alguna creencia personal respecto a lo que puede
traerle suerte o malos augurios. Existen amuletos de suerte tanto como
talismanes para ahuyentar las malas vibras. Usar una ropa determinada, ponerse
la pulsera de la abuela, hacer rituales como persignarse o tocarse la nariz, y
miles de otras creencias... con el fin de tener suerte, tienen carácter de estables o incluso
muchas veces son creaciones del momento.
He
escuchado con frecuencia la expresión “no me carmées” para referirse a que si
alguien le anticipa algún peligro, la persona que recibe la información puede
considerarlo como una influencia que puede provocar que justamente le ocurra.
En
el terreno de la psicoterapia psicoanalítica existe un fenómeno muy conocido
que es el de la “transferencia” y su contraparte la “contratransferencia”, que se
refiere a adjudicar al terapeuta un rol relacionado con alguien del pasado del
paciente. Esto conlleva una movilización afectiva que resuena en el terapeuta y
le permite tomar noticia de lo que deriva de esta interacción en el presente: sensaciones de compasión, ternura, molestia aburrimiento etc., “hablarán de esta
manera” a través de sentirlo en sí mismo. La expresión mayor de dicho fenómeno
se denomina “identificación proyectiva”, donde la intensidad de lo
transferido irrumpe en el espacio afectivo del terapeuta de manera intensa, causando una movilización de emociones, pensamientos y hasta síntomas físicos, que hablan de un nivel de comunicación muy primitivo e irracional, que implica
la presencia de una influencia emocional transmisible.
Respecto
a las personas que ejercen un rol de influencia desde la superstición, cabe
mencionar que existe mucha charlatanería, junto con gentes que tienen el don de
percibir el mundo interior, capacidad de videncia y que esto ha ido
reconociéndose en las nuevas clasificaciones de inteligencia, como una
inteligencia más. Sin embargo, es un tema sobre el que hay que tener mucho
cuidado, ya que se producen sugestiones que, llevadas a la conducta, no siempre
son buenas y mucha gente que espera la respuesta “de la bruja” no termina de
desarrollar su capacidad de decidir y ganar en confianza personal.
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