Recoge diligente nuestros ropajes, aquellos de los que nos vamos desprendiendo, poco a
poco, en tanto son formas aprendidas para impresionar al resto. En algún momento, nos resuenan como estridencias o ruidos, que perturban lo que realmente
somos y queremos transmitir.
Cuántas
veces nos hemos visto alzados sobre los demás con gestos que ya no tratan de
aclarar las cosas sino de imponernos, impulsados por la vanidad, el desdén o la
arrogancia.
A veces,
tarda uno en percatarse de cuán empobrecido se termina con estas imposturas. Con
un poco de suerte, aprendemos que en la modestia y el buen compartir está la
riqueza asegurada, al igual que en la gratitud por la mirada amable que los
demás nos puedan dispensar, sin creer por eso que somos “lo máximo”.
Podemos desarrollar
la plenitud de nuestro ser con total sintonía con lo que verdaderamente somos y
queremos, sin temer el posible rechazo ni hipotecarse a la necesidad de
aprobación de los demás.
El camino a
la humildad es largo y entretenido. No tiene ataduras, en tanto es algo que en
algún momento simplemente fluye; y, la sensación de libertad que lo acompaña
adquiere el rostro de plenitud, de satisfacción y contento, de aquello que
solemos llamar felicidad.
Ser humilde
es básicamente aceptar lo que somos, con nuestras potencialidades y
limitaciones, y ser consecuentes con ello, sostenidos por un respeto a la
coherencia que adquiere dimensiones de valor, de honor. Se trata de honrarnos a
nosotros mismos sobre la base de ser honestos con los demás, incluso en aquello
que no califica en lo que se espera que seamos. Damos lo que podemos y también
recibimos lo que la vida nos ofrece, sea poco o mucho, pero siempre con
gratitud.
La humildad
coincide con nuestra disposición a aceptar, en la justa medida, ni más ni menos;
sabiendo, además, esperar cuanto haya que hacerlo, para recibir lo que se nos
ofrezca, sin declinar la ilusión en el espacio de la espera.
El camino
de la humildad es, entonces, el tránsito hacia ser simplemente ése que uno es,
perdiendo las formas que los atavismos de la vida han forzado en nosotros, en
donde podemos tomar conciencia y declinar lo que ha sido forjado por el miedo,
la codicia o el resentimiento, así como por la ausencia de oportunidad para
cultivar la continuidad del ser.
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