Después de 25 años de casada, Lucy decide
que no va más la relación con su marido. Nadie puede entenderlo. Él es una
persona muy inteligente, le da de todo, la saca casi a diario a restaurantes,
satisface sus gustos al punto de casi elegirle la ropa, la que compra con
desprendimiento cada vez que viaja. La llama por teléfono todo el día, dando
cuenta de cada paso que da. Le declara su amor constantemente y, más aún, su
deseo de estar juntos para siempre. Los amigos los suelen ver como una pareja
ideal.
Por su parte, Lucy -aparte de ser una persona muy inteligente-
está siempre en el punto justo de las necesidades tanto del marido como de los
hijos; "siempre lista", es más, casi siempre un paso delante de lo
que pudieran necesitar.
En los últimos tiempos, sin embargo, poco a
poco, Lucy ha sentido que no tenía tantas ganas de seguirle los pasos al marido. Sin embargo, "con un poco de
sacrificio" terminaba haciéndolo.
Recientemente, nota que si dice "no", como lo empieza a
hacer, él insiste
de tal manera que ella termina haciendo lo que él desea, porque, si no, el marido se enoja y lo toma como "una
prueba de desamor", ya que él dice que sólo está buscando mantenerla contenta y no
lo anima otro sentimiento que el deseo de que sean una pareja feliz.
En la actualidad, Lucy se siente más bien
prisionera y abrumada por un acaparamiento que la asfixia. Se da cuenta que, en
general, las cosas se hacen a partir de lo que él propone y no tanto de lo que
ella desea. Lo triste es que no tiene muy claro qué es lo que ella misma desea.
Entonces, ese sentimiento difuso de necesidad de libertad no encuentra
posibilidades de encaminarse porque no sabría qué hacer con su libertad. Por otro lado, los esfuerzos por tener
espacios y realizaciones personales encuentran pronto formas sutiles y no tan
sutiles de boicot por parte del amoroso marido, que la quiere sólo para él.
Sin poder precisar cómo ni cuándo, de pronto,
en algún momento, Lucy empieza a rebelarse. Con creciente violencia,
reclama hasta el hartazgo la posibilidad de decir que "sí o que no" frente a
cualquier propuesta. Es más, se llena de actividades fuera de casa, empieza a
juntarse con amigas con las que practica deportes, se van a la playa, etc..
Arma una suerte de gesta liberadora que lleva las cosas a un punto de quiebre
en su relación marital.
Empieza, entonces, una torturante continuidad
en el vínculo, pero ahora basada en constantes fricciones y mutuas acusaciones
sobre cualquier cosa, las que profundizan una distancia que no pueden remontar
pero que tampoco les permite terminar la relación.
Intentan resolver las cosas viajando juntos,
yendo a retiros, compartiendo con amigos, hasta que se dan cuenta que esto está más allá de su capacidad de manejo, por lo que deciden pedir ayuda
profesional. Luego de intentar una terapia de pareja
que no prospera, se percatan que lo mejor es que cada uno asuma su proceso
personal de terapia en espacios separados.
Un mundo ilusorio se ha roto. La realidad de
un emparejamiento simbiótico (como si los dos fueran una sola persona y no dos)
muestra su fragilidad desde el lado aparentemente más débil: la esposa. Ella se da cuenta que no tiene un lugar real
como persona y que es apenas una extensión, un apéndice de las necesidades del
marido; se da cuenta que él necesita sentirse poderoso teniendo en ella una
suerte de "bella genio".
Obviamente, las propias necesidades de
sentirse poderosa y alejar el fantasma de su propio vacío, la hicieron jugar el complemento
ideal de pareja y de madre perfecta.
Suele ser muy duro aterrizar luego de una
ruptura vincular idealizada, en la que se creía que "todo era
perfecto" en la vida de pareja. Se moviliza mucha angustia; de pronto surgen
afectos contrarios desbordados, rabias y desconcierto, así como la sensación de caer en
el vacío, en la confusión y en actuaciones que jamás imaginaríamos ser capaces
de hacer desde nuestra pretensión de ser "perfectos" (ideales).
A partir de esto, se puede hacer mucho daño y tomar decisiones
apresuradas y lesivas. El ser, amado hasta ayer, de pronto es odiado a muerte y
el riesgo es el de prolongar el vínculo, con peleas y conflictos permanentes, a la manera de "La Guerra de los
Roses" (para quienes tuvieron la oportunidad de ver esta película), lo
que, por supuesto, es nada más que un cambio aparente mientras siguen unidos por un cordón
umbilical imposible de cortar sin sentir el frío espantoso de un desamparo
mortal.
No es poco frecuente encontrar situaciones
como éstas. En la mayoría de los casos, la gente procesa la
idealización propia de su enamoramiento inicial y logra una relación normal,
con errores y aciertos, con pérdidas y recuperaciones. La idealización sólo
permite un desarrollo parcial: si no es ideal, no es. La otra persona sólo
tiene lugar como una extensión de sí mismo. No hay un vínculo real entre las dos personas que conforman la pareja.
El trasfondo de esta situación suele ser que
ambos partícipes de este tipo de emparejamiento tratan de poner a distancia
situaciones dolorosas del pasado, experiencias tempranas que han dejado hondas
huellas de vacío. La realidad es siempre una amenaza dolorosa que hay que
eludir. Los recursos aportados por una inteligencia y talentos apropiados,
configuran una organización que los psicoanalistas denominan
"maníaca": ellos están por encima de todo. El costo es que una parte
importante de su existencia como individuos no puede integrarse. Transcurren en
la vida como seres divididos.
No pueden elaborar duelos o pérdidas sin
riesgos de una profunda depresión o quiebre personal. Por eso es que se aferran
tan dramáticamente a la pareja cuando el riesgo de separación se va haciendo inevitable. Algunas veces, el sacudón permite a la pareja reencontrarse en esta nueva realidad y considerar que aún vale la pena seguir juntos. Es, entonces, cuando generalmente buscan ayuda terapéutica.
Paradójicamente, la opción es poder tener una vida personal plena y real, humana en el
mejor sentido. El incentivo es poder
integrar el dolor propio de la vida como el dolor del parto de sí mismos. Hay que tener mucha
valentía para hacerlo. Pero, ¿de qué otra manera nuestra existencia llega a
tener sentido si no logramos la plenitud de ser? No podemos eternizar una
existencia basada en el temor al desamparo. Tarde o temprano las formas en que
nos defendemos nos resultan insuficientes, como si estuviéramos en aquella película
"El Show de Truman", donde todo es artificial, sin tiempo y sin matices,
atrapados en un papel que uno tiene que representar y... sin siquiera saber que lo
está haciendo, lo que ya implica un cierto margen de locura en la situación... Alguna vez algo falla... y hay que despertar.
El primer paso en el camino del cambio está dado
por reconocer la realidad de lo que están viviendo. Sacar conclusiones sobre lo
que cada uno aporta para que las cosas se den así, partiendo de que no hay
víctima ni victimario.
Hay que revisar una serie de acontecimientos que marcaron nuestras vidas personales,
desde la infancia: los traumas, la forma en que crecieron y se relacionaron con sus padres,
las frustraciones y logros desde pequeños, durante la adolescencia, la manera en que se manejaron las pérdidas de sus seres queridos, etc. En suma, todo lo vivido
necesita ser examinado para comprender cómo llegamos a esta situación actual
tan parecida, por otro lado, a una adicción.
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