Conversaba esta mañana con un joven paciente sobre sus tribulaciones e incertidumbres respecto al futuro económico del país. Por cierto, el tema se hace más difícil de abordar si compartimos el mismo sentimiento y, por momentos, se obnubilan la razón y el entendimiento, al punto de creer que se trata solamente de optar por tal o cual candidato.
El tema de fondo, a mi entender, es que estamos tan marcados por los parámetros de la sociedad de consumo que la bonanza económica no nos ha permitido leer los mensajes de los menos favorecidos y largamente frustrados habitantes de nuestro “Perú profundo”.
Quizás esto se extienda inclusive a no haber terminado de entender y menos aún resolver la pesadilla del terrorismo que nos tocó vivir. Nos hemos solazado en digitar culpables o tranquilizarnos con algunas condenas sin resolver los problemas de fondo que hoy reaparecen.
No nos hemos dado cuenta, por otro lado, que hemos ido perdiendo reflejos de cohesión y coherencia al punto de la casi desaparición de la razón de ser de los partidos políticos. Los restos de los mismos rampan en el terreno fangoso de lo acomodaticio y oportunista. Nos parecemos más a saqueadores bárbaros que a una civilización organizada.
Qué pena da observar, una y otra vez, que los intereses personales y el afán protagónico ignoran la necesidad de un liderazgo representativo que escuche esas “otras voces” de quienes se pretende representar. Que penoso, también, el que, habiendo tanta posibilidad de encontrar denominadores comunes en nuestros representantes más destacados, haya sido tan difícil declinar en favor de la democracia.
Este resultado, de cinco minorías elegidas para conducir el país, muestra, desde sí, cómo nos habita la rivalidad fraterna. Nos falta un padre integrador que pueda partir de una mayor humildad personal, que esté libre de ese mesianismo caudillista del que no nos logramos liberar.
Mirado un poco más desde aquí, desde el lugar de “representado”, me he animado a escribir unas líneas para confesar mi propia falta (ahora que estamos en épocas de confesiones y arrepentimientos en nuestros líderes); y es que me doy cuenta de que sólo salir a la calle a protestar, luego de la bomba de Tarata, no fue suficiente de mi parte. Juntarnos en ese entonces con Villa El Salvador y hacer una manifestación conjunta debió ser el inicio de algo que, lamentablemente, no tuvo continuidad.
Es mi parecer que, estos representados que somos, necesitamos unirnos, también, en todos los niveles, para sentir, pensar, sufrir, gozar, compartiendo la gesta de una sociedad solidaria, responsable y equilibrada.
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