Cada época tiene sus modas: se concurre a determinados lugares, se viste de determinada manera, surgen modismos en el hablar, se entretiene uno de acuerdo a ciertos patrones, etc.
De acuerdo al acontecer social, los problemas mentales evolucionan también en sus manifestaciones; hay cuadros clínicos que "se ponen de moda". En ocasiones, pueden ser el resultado de tensiones propias de las circunstancias, como, por ejemplo, los períodos de guerra o los derivados de la soledad en las grandes ciudades. En otros casos, resultarán siendo el producto de un sistema de valores que deriva en un vacío existencial en medio de una suerte de consumo material exagerado.
Vamos a hablar un poco de una consecuencia del funcionamiento de nuestra sociedad de consumo: la práctica del "shopping". Para empezar, notamos que estamos empleando un anglicismo, detalle que nos coloca en el punto de origen de esta desviación moderna de la satisfacción de nuestras necesidades materiales.
La incentivación al consumo, más allá de lo necesario, nos viene del norte, de los grandes almacenes que necesitan vender sus productos y bombardean a la gente con su propaganda hasta "convencerla" de que no pueden dejar de tener esto o aquello. Desde niños, empiezan a caer en la trampa de la publicidad: ciertos juguetes y luego determinadas marcas de prendas de vestir pasan a ser símbolos de status, marcan "la diferencia", dejan la sensación de que si no los posees esto constituye un motivo de vergüenza, de inferioridad social.
Otra manera de movilizar el "shopping" es a través de las "grandes ofertas", en las que mucha gente compra cosas que no necesita o que "pudiera necesitar" con el incentivo de los bajos precios. Alguna gente, con capacidad de espera (no compradores compulsivos) se beneficia de estas circunstancias, comprando lo que verdaderamente necesita; suele acumular necesidades para aprovechar tales ofertas y "se van de shopping" en los momentos oportunos.
Por otra parte, uno de los mayores promotores de la compra sin límites es la tarjeta de crédito. Pareciera que la gente sintiera por un momento que puede obtener de todo sin tener que pagar. El sentimiento de omnipotencia sobrepasa la capacidad racional y la perspectiva real de las futuras posibilidades de pago. Este falso sentimiento de poder, esta licencia para trascender las limitaciones, es lo que traerá problemas a las personas predispuestas a la compra compulsiva.
Detrás de todo ello se desliza un sentimiento de carencia, que muchas veces tiene raíces más hondas. Personas con necesidades de afecto muy intensas, intentan "llenarse" de cosas que compran compulsivamente. El problema se vuelve más complejo si se pertenece, por ejemplo, a una familia con dificultades de comunicación afectiva, familia en la que, más que afecto, sólo hay una entrega o intercambio de cosas materiales. De esta manera, las cosas que se compran simbolizan más bien la carencia de afecto, aunque pretendan sustituirlo.
En nuestra sociedad de consumo, en la que cada vez las relaciones personales quedan marginadas por los vínculos de competencia y "éxito" personal, el saldo de vacío emocional lleva a que el consumismo sea una suerte de antidepresivo. Así, mucha gente, cada vez que anda deprimida, lejos de resolver su problema de fondo, sale de "shopping". Inclusive, algunos consejeros de revistas lo llegan a recomendar a sus lectoras como algo terapéutico.
El problema se vuelve mayor cuando esta actividad adquiere un carácter compulsivo, cuando la medida paliativa del vacío personal no se satisface con "el regalito" que nos hacemos y tenemos que comprar más y más; y, cuando no poder comprar se convierte en un motivo de tortura. Es allí donde se nota la falla en el Yo, que no encuentra otros modos de sostener su equilibrio.
El origen de estos trastornos parece ser la ausencia cada vez mayor de relación entre la madre y su hijo en los momentos más tempranos del bebé. Esto, en parte, es producto de la creciente necesidad de que la madre participe de la generación de ingresos para la economía familiar.
Esta ausencia de la madre es sustituida por acompañantes (muchas veces inadecuados y cambiantes), que se constituyen en los antidepresivos y ansiolíticos más primitivos. De esta situación deriva el hecho de que, en el futuro, la persona esté siempre requiriendo de objetos que llenen el vacío que les ha quedado en lo más hondo de sí mismos. Por el mismo motivo, tienen dificultad de intimar con los demás, ya que no han aprendido a relacionarse con una figura materna adecuada desde la más temprana infancia.
Las carencias emocionales de estas personas suelen generar en ellas sentimientos de ansiedad y envidia. Si ven que otros tienen algo que ellas no poseen, suelen correr a comprarse lo que les ha removido el sentimiento de carencia o se compensan con "algo mejor". La presencia del otro siempre les estará evocando algo que ellos no tienen ya que no han logrado integrar su identidad sobre bases sólidas. Una de las características de estas situaciones se observa como la dificultad para disfrutar de lo obtenido.
De acuerdo al acontecer social, los problemas mentales evolucionan también en sus manifestaciones; hay cuadros clínicos que "se ponen de moda". En ocasiones, pueden ser el resultado de tensiones propias de las circunstancias, como, por ejemplo, los períodos de guerra o los derivados de la soledad en las grandes ciudades. En otros casos, resultarán siendo el producto de un sistema de valores que deriva en un vacío existencial en medio de una suerte de consumo material exagerado.
Vamos a hablar un poco de una consecuencia del funcionamiento de nuestra sociedad de consumo: la práctica del "shopping". Para empezar, notamos que estamos empleando un anglicismo, detalle que nos coloca en el punto de origen de esta desviación moderna de la satisfacción de nuestras necesidades materiales.
La incentivación al consumo, más allá de lo necesario, nos viene del norte, de los grandes almacenes que necesitan vender sus productos y bombardean a la gente con su propaganda hasta "convencerla" de que no pueden dejar de tener esto o aquello. Desde niños, empiezan a caer en la trampa de la publicidad: ciertos juguetes y luego determinadas marcas de prendas de vestir pasan a ser símbolos de status, marcan "la diferencia", dejan la sensación de que si no los posees esto constituye un motivo de vergüenza, de inferioridad social.
Otra manera de movilizar el "shopping" es a través de las "grandes ofertas", en las que mucha gente compra cosas que no necesita o que "pudiera necesitar" con el incentivo de los bajos precios. Alguna gente, con capacidad de espera (no compradores compulsivos) se beneficia de estas circunstancias, comprando lo que verdaderamente necesita; suele acumular necesidades para aprovechar tales ofertas y "se van de shopping" en los momentos oportunos.
Por otra parte, uno de los mayores promotores de la compra sin límites es la tarjeta de crédito. Pareciera que la gente sintiera por un momento que puede obtener de todo sin tener que pagar. El sentimiento de omnipotencia sobrepasa la capacidad racional y la perspectiva real de las futuras posibilidades de pago. Este falso sentimiento de poder, esta licencia para trascender las limitaciones, es lo que traerá problemas a las personas predispuestas a la compra compulsiva.
Detrás de todo ello se desliza un sentimiento de carencia, que muchas veces tiene raíces más hondas. Personas con necesidades de afecto muy intensas, intentan "llenarse" de cosas que compran compulsivamente. El problema se vuelve más complejo si se pertenece, por ejemplo, a una familia con dificultades de comunicación afectiva, familia en la que, más que afecto, sólo hay una entrega o intercambio de cosas materiales. De esta manera, las cosas que se compran simbolizan más bien la carencia de afecto, aunque pretendan sustituirlo.
En nuestra sociedad de consumo, en la que cada vez las relaciones personales quedan marginadas por los vínculos de competencia y "éxito" personal, el saldo de vacío emocional lleva a que el consumismo sea una suerte de antidepresivo. Así, mucha gente, cada vez que anda deprimida, lejos de resolver su problema de fondo, sale de "shopping". Inclusive, algunos consejeros de revistas lo llegan a recomendar a sus lectoras como algo terapéutico.
El problema se vuelve mayor cuando esta actividad adquiere un carácter compulsivo, cuando la medida paliativa del vacío personal no se satisface con "el regalito" que nos hacemos y tenemos que comprar más y más; y, cuando no poder comprar se convierte en un motivo de tortura. Es allí donde se nota la falla en el Yo, que no encuentra otros modos de sostener su equilibrio.
El origen de estos trastornos parece ser la ausencia cada vez mayor de relación entre la madre y su hijo en los momentos más tempranos del bebé. Esto, en parte, es producto de la creciente necesidad de que la madre participe de la generación de ingresos para la economía familiar.
Esta ausencia de la madre es sustituida por acompañantes (muchas veces inadecuados y cambiantes), que se constituyen en los antidepresivos y ansiolíticos más primitivos. De esta situación deriva el hecho de que, en el futuro, la persona esté siempre requiriendo de objetos que llenen el vacío que les ha quedado en lo más hondo de sí mismos. Por el mismo motivo, tienen dificultad de intimar con los demás, ya que no han aprendido a relacionarse con una figura materna adecuada desde la más temprana infancia.
Las carencias emocionales de estas personas suelen generar en ellas sentimientos de ansiedad y envidia. Si ven que otros tienen algo que ellas no poseen, suelen correr a comprarse lo que les ha removido el sentimiento de carencia o se compensan con "algo mejor". La presencia del otro siempre les estará evocando algo que ellos no tienen ya que no han logrado integrar su identidad sobre bases sólidas. Una de las características de estas situaciones se observa como la dificultad para disfrutar de lo obtenido.
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