Hace un tiempo circulaba un chiste, entre los varones, que decía que angustia es cuando fallas por primera vez la segunda y pánico cuando
fallas por segunda vez la primera.
En realidad, la angustia es un cuadro que ha trascendido los
niveles normales del sistema de alerta ante un peligro o algún reto importante
que pone en jaque las capacidades del sujeto para resolverlo.
Angustia es un conjunto de manifestaciones
físicas y psicológicas, emociones emparentadas con el miedo y manifestaciones
físicas, como taquicardia, sudoración “fría” intensa, sofocos, escalofríos,
sensación de falta de aire, aceleración intestinal, tensión muscular, a las que
se agregan falta de sueño o dificultad para dormir, ideas fijas, temor a
fracasar… y un largo etcétera.
El pánico comparte
las características anteriores pero en un nivel de intensidad mayor, al
punto de perder el control de la emoción y no poder conectarse con otra cosa
que no sea esa intensa angustia que inunda todo.
El pánico implica una sensación de impotencia y
desorganización a la que acompaña una sensación de muerte inminente, casi
siempre ligada al síntoma de taquicardia y de asfixia, a las que suele sumarse
un dolor en el pecho, que en medicina se denomina “angor pectoris”.
El episodio de pánico suele ser agudo, aparece en
circunstancias sin mayor relación con estas emociones y, a veces, es una
reacción absolutamente desproporcionada que explota ante un estímulo que
usualmente no ha sido perturbador, por ejemplo, un problema en el ascensor o ir
caminando por una calle oscura.
Ambos, la angustia y el pánico, pueden aparecer como un
episodio único, y no volver a aparecer.
Pero, en tanto es un signo importante de un desequilibrio en la persona,
más vale recurrir a un profesional para indagar sobre sus causas.
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