El problema de los abusos y las violaciones sexuales es
mucho más complejo de lo que parece a primera vista. Las víctimas (a las que con
frecuencia escuchamos en nuestros consultorios muchos años después de ocurrido
el suceso) quedan seriamente dañadas en su psiquismo, con consecuencias que
perturban su autoestima, su identidad y el trato en intimidad con sus
semejantes.
Uno de los problemas más graves en relación a los
violadores es la altísima tendencia a la reincidencia. Sabemos que el nivel de
reincidencia de quienes han cumplido una
pena carcelaria es superior al 75 por ciento.
Contra lo que solemos pensar, el violador no es una
persona que uno detecte a primera vista como “sospechoso”. Se camufla
perfectamente en la normalidad de su comportamiento y en la adecuación
inteligente a las normas, hasta que detecta a su víctima, con quien no
solamente satisface una necesidad sexual sino que experimenta el placer
especial que le proporciona el sentimiento de dominio total, de poder, de
sometimiento y humillación, pudiendo llegar a distintos grados de violencia,
que incluyen la muerte de la víctima.
Sabemos que muy pocas violaciones son denunciadas. Uno
puede imaginar la consecuencia traumática de esta experiencia, pero hay que
haber escuchado y conocido de cerca a una persona violada para tener una idea
del daño que esto origina.
El abuso sexual suele ser perpetrado por un familiar o
conocido. En este caso, la reserva, el secreto y la culpa son más difíciles de
remontar. Muchas veces, la víctima
continúa temerosa y angustiada sin hablar del tema y esperando que en cualquier
momento se repita el abuso. En el caso
contrario, en que haya habido una sanción penal, se teme la venganza del
delincuente por haberlo denunciado.
No es necesario que se dé la penetración forzada para
hablar de un abuso sexual. El abuso toma
diferentes formas, como la seducción y los tocamientos. Las huellas, en estos
casos, especialmente cuando el abusador es alguien cercano, suelen ser igual o
más traumáticas que en el caso de una violación por parte de un extraño.
El paso por nuestras cárceles tampoco es suficiente para solucionar
la situación. El problema central estriba en que en nuestras cárceles no se da
una rehabilitación psicológica de estos abusadores. Y, estamos convencidos de que las penas o
castigos de nada servirán si no van acompañados de una verdadera rehabilitación
psicológica. Fuera de la prisión, los
intentos de una rehabilitación psicológica
también son escasos (menos del 30% acepta seguir una psicoterapia).
Mientras tanto, en países con mayores recursos económicos,
como EEUU, se opta por hacer un seguimiento social a los abusadores. La “Ley
Megan” obliga a publicar en internet los
datos de quienes han cumplido condena por violación. El dilema se da entre proteger la intimidad y
privacidad de los ex convictos frente al derecho que tiene la población de conocerlos y estar
alertas frente a posibles violaciones de sus niños o familiares.
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