Me enteré
hace poco del fallecimiento del Dr. José Alva Quiñones, destacado Psiquiatra a
quien conocí desde los años de mi formación en la Facultad
de Medicina de la UNMSM. Era un excelente profesor de la Cátedra de
Psiquiatría, que me llamó la atención por su agudeza en el arte de la
semiología y el desgrane de la psicopatología en favor de un buen diagnóstico.
Pero, fue
ya en las épocas de mi residencia en el entonces Hospital Obrero de Lima (hoy
Almenara), que pude apreciarlo en toda su dimensión profesional y humana. Era
una persona sencilla, quizás tímido, con una peculiar risa que a veces surgía
imprevista en sus diálogos clínicos.
Me hacía
sentir que tenía verdadero interés en compartir lo que sabía –y, ¡vaya que
sabía!- pero trasuntando una calidez paternal que movilizaba inevitablemente
cariño hacia él, más allá de la gratitud natural por su desinteresada entrega.
Pepe Alva
fue siempre una persona que tenía disposición para escuchar a sus alumnos, sin
distinción ni preferencias. Supongo que las habría tenido, pero jamás las
hizo notar; digamos que es posible pensar que todos nos sentíamos sus preferidos.
Nos abrió las puertas de su hogar, conocimos a su esposa, Dña. Elena, y a sus
hijas, todas cálidas y acogedoras como él.
Cuando
era necesario, siempre tenía alguna palabra de estímulo, de aliento. No
recuerdo haberle escuchado reproches o censuras fuera de lugar. Era muy
comprensivo con las fallas de quienes nos estábamos embarcando en esta difícil
profesión. Contribuyó desde su ejemplo a integrarnos en la mística del
servicio, a entregarnos de la misma manera, a ser humildes en nuestra condición
de estudiantes, a no declinar en la vocación de ayuda, casi siempre interferida
por las naturales exigencias de la vida que nos restaban tiempo y espacio.
Pepe Alva
fue, no cabe duda, uno de mis grandes Maestros, un ejemplo permanente,
intachable, generoso y… cariñoso. Recuerdo con ternura las últimas veces que
nos encontramos, ya avanzados en años, siempre con su calidez a flor, siempre
con su sonrisa encantadora, siempre transmitiendo la vigencia de un vínculo que
el tiempo y la distancia fortalecieron.
Jamás fue
alguien posesivo, fue de los grandes que no necesitan discípulos, siempre
humilde, de aquellos que simplemente acompañan motivaciones comunes en el
tiempo que les toca compartir; de los que apuestan con ilusión… y no reclaman
el premio, tan solo lo disfrutan en silencio.
Es una
gran pena no tenerte más con nosotros en este espacio terrenal, mi querido
maestro, pero está tu enseñanza, ésa que arraiga profunda en el espíritu, esa
huella que jamás dejará de hacer sentir tu presencia, como hasta ahora…
¡Gracias
por todo lo que nos diste…! ¡Hasta pronto, Pepito. Descansa en paz!
1 comentario:
bellas palabras de quien agradece la generosidad ejemplar. Esto no tiene pérdida ni olvido. Siempre en alguien resuena el bien.
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