Con cierta frecuencia escucho decir: “tengo
una amiga que es borderline”. A veces porque ellos mismos han hecho el juicio,
ya que, al parecer, los diagnósticos clínicos tienden a popularizarse. Igual que
la semana pasada, cuando hablábamos de la bipolaridad, con la cual, dicho sea
de paso, la personalidad borderline suele confundirse. Cabe, entonces, hacerle
un sitiecito en el programa para precisar mejor, en lo posible, de qué se trata
este cuadro.
En realidad, es un cuadro de muchos rostros,
pero que tiene un común denominador que es la inmensa sensibilidad que
presentan ante los acontecimientos de la vida, en particular en relación a la
vida en pareja y a la convivencia en general.
Alternan momentos en que funcionan de manera
totalmente “normal”, para pasar, de pronto, a manifestar reacciones fuera de
lugar, desproporcionadas, a veces totalmente contradictorias con lo que acaban
de proponer.
Tienen
cambios igualmente radicales en sus puntos de vista u objetivos.
Suelen dejar de llevar adelante sus objetivos
por su baja tolerancia a la frustración, pero la forma en que lo expresan es
que “ya no les interesa” o simplemente lo miran con desprecio. Esto los muestra
como muy inestables y confusos.
Suelen tener mucha dificultad para controlar
sus impulsos, por lo que actúan antes de pensar o en contradicción con lo que
pudieran haberse propuesto. Esto muchas veces lo llevan al terreno de las
relaciones afectivas y aparecen como muy volubles, cambiando de pareja o
mostrando una gran inestabilidad con una misma pareja, con la que oscilan entre
el anhelo de estar muy juntos (lo que tampoco soportan, porque lo sienten como
intrusivo) a la vez que pelear por cualquier motivo que sugiera que el otro ha
tomado distancia.
Suelen exagerar el registro de las afrentas, buscando
prevalecer desde sus puntos de vista.
Esto las lleva a pelear, a discutir de tal manera que sienten que el
otro lo único que busca es darles la contra.
Suelen tener episodios de agresividad intensa
y hasta violencia; y, luego, suelen arrepentirse y buscar a la pareja agredida
con desesperación, sintiendo el abismo del abandono. Por cierto, luego de
prometer no volver a hacerlo, incurren en nuevos episodios. Su carencia
afectiva es tal que tienden a aferrarse dramáticamente a la otra persona. El abandono lo viven como un desgarro doloroso
e intolerable, por lo que les es difícil separarse o hacer duelos.
Suelen tener multitud de síntomas, pánico,
angustia, fobias, obsesiones, episodios de delirio, depresiones, histrionismo,
manipulación, victimización, etc.
Su nivel de confusión incluye su propia
identidad; es como si fácilmente se desenfocaran de sí mismos. Con facilidad
pueden ingresar en el terreno del “vale todo”, funcionando como bisexuales y,
muchas veces, promiscuos. Todo ello se da, en realidad, como producto de sus
confusiones.
Constituye un reto muy grande para la familia
lidiar con ellos porque suelen ser sumamente hábiles para manipular y
movilizar las culpas de los padres, a quienes tratan de hacerles “pagar” los
errores reales o fantaseados en que éstos pudieran haber incurrido durante su
infancia.
En los últimos años, se ha comprobado que el
tratamiento ideal para sus dificultades es la combinación de psicoterapia y
psicofármacos.
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