Es bastante frecuente recibir consultas sobre una relación que se quebró y a la que un miembro de la pareja no se resigna a declinar, tanto como sobre relaciones en las que el vínculo se organiza sobre la base de un total sometimiento, generalmente de la mujer al esposo, con dificultades de esta última para poner límites y generar un equilibrio vincular basado en el mutuo respeto. Daré un ejemplo que puede resultar ilustrativo.
Lucha es una señora de 40 años que proviene de un hogar aparentemente equilibrado. Tiene muchas hermanas, todas ellas “bien casadas”. Las mujeres, en este hogar, han sido educadas “a la antigua”. Con esto quiero decir que el ideal está puesto en el matrimonio, en tener muy pulcra y ordenada la casa, cuidar a los hijos…
En el hogar de todas ellas, el marido es la máxima autoridad. Los esposos trabajan mientras ellas se ocupan de la casa. Lucha y sus hermanas han aprendido a “tolerar” muchos malos tratos y están convencidas que lo hacen “por sus hijos”.
Lucha, como sus hermanas, “aguanta” los malos tratos “por su hija”, pero ninguna de sus hermanas ha tenido que pasar por las humillaciones que ella pasa. Para su esposo, nada de lo que ella hace es bueno. Siempre la critica, se burla en público de sus errores y, evidentemente, tiene aventuras amorosas que cínicamente niega, echándole en cara su rechazo sexual o burlándose de ella en las reuniones con frases como, “te cambio por dos de veinte”.
Ella, en realidad, es muy eficiente. Es previsora y buena cocinera. Su hogar es de una pulcritud cercana a la perfección. Se ha convertido en una obsesiva de la limpieza. Ha criado con dedicación a su hija, que ya es adolescente.
Sin embargo, nota que su hija es una chica tímida e insegura. Cuando sus compañeras de colegio la invitan a un campamento o a una fiesta, ella busca excusas para no ir y es clara la ansiedad que esto le provoca.
Es a partir del comportamiento de su hija que Lucha empieza a reflexionar sobre su propia vida. Se da cuenta de que, en los últimos años, ha ido reduciendo cada vez más su vida social. Casi no sale de casa, a no ser para hacer compras para el hogar. Casi no tiene amigas o no las frecuenta. Ya casi no se arregla ni se siente atractiva. Llora por las noches, su ánimo es triste y su apariencia mustia. Una buena amiga, que ha observado lo mal que está, le ha recomendado que haga una psicoterapia.
Lucha empieza a pensar en la posibilidad de separarse de su esposo y comenzar una nueva vida, pero su madre le dice que no se le ocurra hacerlo porque, según ella, “todos los hombres son así” y le dice que, si se separa, “de qué va a vivir”, que agradezca que tiene un esposo que la mantiene, etc.
Lo que se observa, en casos como éste, es la paulatina pérdida de la autoestima, el retraimiento personal y social, el abandono de los cuidados personales, el aferramiento al rol de ama de casa hasta niveles obsesivos. En general, estas mujeres se suelen sentir culpables de la situación, lo que las impulsa a un perfeccionismo que sabemos no servirá para resolver los problemas de fondo.
Con el tiempo, desarrollan cuadros de depresión y hasta pueden llegan a suicidarse.
Algunas optan por “vengarse” y se involucran en aventuras extramatrimoniales y hasta promiscuas, algunas veces con amigos del marido.
Otras, caen en el alcoholismo, en el juego compulsivo (la ludopatía)… cuando no se vuelven adictas a las dietas y al gimnasio. Sienten que no merecen el afecto de la pareja, que no son lo suficientemente atractivas y hacen cualquier cosa para llamar su “atención”.
Muchas veces, descargan su frustración con los hijos, aferrándose a ellos o agrediéndolos, experimentando con ellos la furia que no pueden mostrar a sus maridos.
En realidad, sabemos que el problema de las “mujeres sometidas” viene de mucho antes, que se ha originado en la infancia. Se trata de personas que han aprendido a “portarse bien”, a cumplir mandatos, por temor. No han aprendido a valorarse ni a darse cuenta de sus propios recursos. Su angustia de separación es muy grande y su amor propio y su autoestima son muy bajos. No han logrado desarrollarse a partir de sí mismas, de sus propios deseos. Esto lleva a que, detrás de este sometimiento, a la vez que una necesidad adictiva de “no separarse”, haya mucha frustración y mucha agresión, la que descargarán luego sobre sus hijos o sobre ellas mismas.
Es posible que su estima por el rol femenino sea muy pobre y que, en el fondo, se “satisfaga” con el poder omnipotente que su marido representa. Es así como se construye el “machismo”, una especie de acuerdo sadomasoquista para aliviar los mutuos sentimientos de carencia.
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