En el origen era el caos... Lo mismo ocurre con el bebé recién nacido. Por eso, lo caótico del ser humano en los comienzos de la vida necesita contar con un elemento que lo ayude, que le facilite ir adquiriendo un ordenamiento integrador, que le permita encontrarse consigo mismo y ponerse en relación creativa con el mundo en el que le tocó vivir.
Este elemento facilitador es la
madre. Pero esto es poco decir. Más que la madre es la función materna, en el
sentido simple y sencillo de poder ser verdadera y manejarse en la
relación con el bebé, reconociendo sus diferencias pese a tener que vivir reiteradamente a favor del infante, al que sostiene. Se trata de poder acoger en sí al otro sin
atraparlo, sin imponerse a él, ayudándolo en lo que es su dificultad para
desarrollar sus capacidades.
En este sentido, muchísimo es lo que está en juego. Pensemos, si no, en “los padres de la patria”, aquellos representantes políticos del pueblo que tienen que sostener a sus representados. Con cuánta frecuencia nos dejan ver, más pronto que tarde, que se olvidan de sus representados y, peor aún, muchísimas veces se irrogan motivaciones ajenas que no les son propias.
Es decir, se comportan con “sus hijos”, como una madre que los desconoce o les impone sus propios criterios. Son como esas madres que anulan a sus hijos, no llegando nunca a interpretarlos adecuadamente, de manera que éstos no se sienten reconocidos. De ello derivan severas consecuencia en la autoestima. No hay peor experiencia que la de ser ignorado por el otro, no reconocido por el otro, peor aún si ese otro nos roba la identidad desde el poder otorgado por las circunstancias.
El sistema tiene pues que ser auténticamente representativo. Constantemente se tiene que renovar a quienes nos representan o, por lo menos, verificar si sostienen la representatividad otorgada.
En descargo de aquellos, debo decir que es una constante caer en la sensación de omnipotencia y perder el sentido crítico de la realidad. Realmente todos caemos constantemente en esta trampa y es necesario, indispensable que exista un sostén de garantías, un equilibrio de fuerzas. Supongo que por eso se establecieron los poderes del estado como son.
Pero, el problema actual, a inicios del milenio, es que la representación misma es buscada en términos de una especie de héroe aparentemente exitoso, todopoderoso, a tal punto que la realidad humana es negada en sus diferencias y alcances. El modelo paradigmático con el que se maneja nuestra sociedad de consumo se basa en una imagen del sujeto que consume, no tanto sobre la base de valores relacionados con el valor del prójimo o la espiritualidad, ya que eso “no vende”.
Por esta ruta se entra fácilmente en el escapismo del placer que evita el dolor. Una tarea agotadora que nos deja un saldo tremendo de adicciones antes que de realizaciones. Los lazos son ignorados, no hay elaboración de las necesidades de relación con los demás. Solo a la vuelta de una vida uno se encuentra con estos vacíos. Para muchos es ya muy tarde y no hacen sino continuar con lo que aprendieron. Para otros, es la oportunidad de reencontrarse consigo mismos en la relación con el mundo, no ya en base a lo que tienen que representar o “lo que vende” sino a partir del sentimiento pleno de estar formando parte desde sí de un sistema que lo trasciende.
En este sentido, muchísimo es lo que está en juego. Pensemos, si no, en “los padres de la patria”, aquellos representantes políticos del pueblo que tienen que sostener a sus representados. Con cuánta frecuencia nos dejan ver, más pronto que tarde, que se olvidan de sus representados y, peor aún, muchísimas veces se irrogan motivaciones ajenas que no les son propias.
Es decir, se comportan con “sus hijos”, como una madre que los desconoce o les impone sus propios criterios. Son como esas madres que anulan a sus hijos, no llegando nunca a interpretarlos adecuadamente, de manera que éstos no se sienten reconocidos. De ello derivan severas consecuencia en la autoestima. No hay peor experiencia que la de ser ignorado por el otro, no reconocido por el otro, peor aún si ese otro nos roba la identidad desde el poder otorgado por las circunstancias.
El sistema tiene pues que ser auténticamente representativo. Constantemente se tiene que renovar a quienes nos representan o, por lo menos, verificar si sostienen la representatividad otorgada.
En descargo de aquellos, debo decir que es una constante caer en la sensación de omnipotencia y perder el sentido crítico de la realidad. Realmente todos caemos constantemente en esta trampa y es necesario, indispensable que exista un sostén de garantías, un equilibrio de fuerzas. Supongo que por eso se establecieron los poderes del estado como son.
Pero, el problema actual, a inicios del milenio, es que la representación misma es buscada en términos de una especie de héroe aparentemente exitoso, todopoderoso, a tal punto que la realidad humana es negada en sus diferencias y alcances. El modelo paradigmático con el que se maneja nuestra sociedad de consumo se basa en una imagen del sujeto que consume, no tanto sobre la base de valores relacionados con el valor del prójimo o la espiritualidad, ya que eso “no vende”.
Por esta ruta se entra fácilmente en el escapismo del placer que evita el dolor. Una tarea agotadora que nos deja un saldo tremendo de adicciones antes que de realizaciones. Los lazos son ignorados, no hay elaboración de las necesidades de relación con los demás. Solo a la vuelta de una vida uno se encuentra con estos vacíos. Para muchos es ya muy tarde y no hacen sino continuar con lo que aprendieron. Para otros, es la oportunidad de reencontrarse consigo mismos en la relación con el mundo, no ya en base a lo que tienen que representar o “lo que vende” sino a partir del sentimiento pleno de estar formando parte desde sí de un sistema que lo trasciende.
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