Me ha tocado atender varias veces a excelentes
profesionales que, merodeando los 40 años (o aun menos), me dicen: “No sé que
me pasa. Tengo todo: una excelente carrera, una linda mujer, hijos
maravillosos, no tengo preocupaciones económicas… pero siento un vacío… A veces,
me viene con angustia; otras veces, con nostalgia de no sé qué…”
La mayoría ha tenido una carrera exitosa. Con
frecuencia, fueron los primeros de la clase en el colegio; luego, destacaron en
la universidad; y, no les fue difícil ingresar en el mundo laboral. Muchos
desarrollaron una gran auto-exigencia sumada a un nivel de compromiso por encima
del promedio. Su permanente preocupación
por la excelencia, hizo que algunos se mostraran obsesivos en su consecución,
obstinados con que el éxito coronara sus carreras y con que su valoración
laboral los premiara constantemente.
Pero, un buen día, empezaron a notar ese
vacío, esa sensación de angustia o, incluso, alguna crisis de pánico. En
ocasiones, desarrollaron un brusco desinterés por su trabajo.
En sus historias hay, como se puede suponer,
una serie de variables. Pero, el común denominador parece ser que se dedicaron,
como fuere, a ocupar un lugar destacado para tomar distancia de los problemas
de la infancia o en un intento de ganarse el afecto de los padres por encima de
sus hermanos. Casi siempre fueron los primeros de la clase, desesperándose si
no lograban el primer puesto. Muchos relatan que sus padres no toleraban menos
que eso; es más, no siempre les celebraban los logros porque “ése era su
deber…”
En su desarrollo predominaron el esfuerzo y el
sentimiento del deber, pero mezclados con el temor. Con frecuencia, desde niños,
sintieron que tenían que cuidar a sus padres o no molestarlos. A veces, estos
padres esperaban que sus “héroes” les dieran las satisfacciones que ellos
mismos no habían logrado. Generalmente, los padres no tenían talento para las
relaciones afectivas o podían, incluso, ser violentos con los castigos.
Vemos que aquel vacío que aparece en sus vidas
es en realidad el vacío de sí mismos. Educados para satisfacer la exigencia de
terceros, no pudieron funcionar en la vida en base a sus propios deseos.
Es allí donde la psicoterapia les tiene reservado
un espacio… para que puedan encontrarse.
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