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2009/07/24 Unos años más joven

Decía Oscar Wilde que “el drama de la vejez no consiste en ser viejo sino en haber sido joven”. Una frase preñada de sentido, que nos invita a pensarla, particularmente si hemos entrado ya a esa etapa en que, junto con el saludo, empezamos a usar cada vez más el “que bien estás” o el “que bien se te ve” y nos empieza a preocupar más de lo corriente si no nos lo dicen. La verdad, me parece, es que el temor a envejecer es pariente directo de nuestro temor a morir, es la idea de lo inexorable, aquello que nos marca el límite.

Volviendo a la frase de Wilde, podríamos decir que el drama en general es dejar-de-ser, el ya-no-ser aquel que se era.... pero ¿se deja de ser? ¿se pierde la identidad? ¿se pierde la juventud? Creo que el drama se constituye como tal cuando uno idealiza un aspecto de sí mismo o una época en donde ha depositado su identidad o su autoestima. Lo dificil es ir renovándose en cada etapa; el gran reto para la persona es la adaptación al cambio y cada edad, cada momento, nos urge a un cambio. Es allí donde se juega la pérdida o conservación de nuestra esencia, el poder ser suficientemente creativos para, al momento de cambiar, seguir siendo los mismos, sin perder lo natural de uno mismo, la capacidad para relacionarse, para compartir, para evocar recreativamente y no melancólicamente (dolorosamente).

Aún recuerdo cómo, juguetón, nos decía el Dr. Carlos Alberto Seguín (gran maestro de la profesión y de la vida), “Estoy cumpliendo mis primeros 85 años”. Él siempre se conservó fresco, jovial, ameno, pese a que padecía una serie de males. Los neutralizaba con disciplina y cuidados: no tomaba, no fumaba y se mostraba siempre optimista. Disfrutaba de la compañía y era un gran conversador . Y, aunque le decíamos “el viejo”, no pareció nunca molestarle esto, ya que siempre se sintió incontrastablemente él mismo: un hombre joven de espíritu, que, con un increíble sentido del humor, nos decía “no soy viejo, soy más años joven que ustedes”.

Alguna vez leí acerca de un hombre que falleció en Estados Unidos, a la edad de 115 años. Comentaban que, al dar su fórmula para mantenerse “en forma”, decía: “me gusta fumarme unos cigarros y, también, cada tarde tomarme unos traguitos…”. ¡Fumar cigarros y tomarse sus tragos...! Justo lo opuesto a lo que hacía nuestro disciplinado maestro, una especie de aberración de cuanta fórmula se nos sugiere para mantenernos en salud y, más aún, para ser longevos.

¿Cuál será, entonces, la clave? El truco parece estar en el disfrute de la vida, en el humor, en el contacto amoroso con los demás. Una vida llena de temores y abstinencias probablemente resta plenitud vital más que aportarla. Sea lo que fuere que nos haga bien... ¡eso es lo que hay que hacer! Pero con equilibrio, sin olvidar que todo exceso es dañino. Tenemos que saber cuidar nuestros bienes más preciados, entre éstos la salud y el buen humor; alejarnos de los males, no los llamemos, vendrán si tienen que venir y ya veremos cómo salimos de eso si es que pasa.

Yo no sé cuando empecé a envejecer. Mi abuela me decía de chico que yo era “un viejo”. Se refería a mi forma de pensar. Recordaba especialmente aquella vez en que, en mi adolescencia, la llevaba de la mano y le dije: “Cómo es ¿no? Antes me llevabas de la mano tú y ahora te llevo yo a ti”.

La verdad es que mi abuela me enseñó mucho sobre la vejez (¡y vaya si tuvo tiempo de enseñarme! ¡vivió cerca de 100 años!). También, aprendí de los tíos y de mi propia madre. En la mayoría de casos, encontré que viven más quienes no se la pasan quejándose, aquellos que saben rodearse del afecto de los demás a partir de brindarlo. Mi abuela, hasta antes de morir, se acordaba de todos los cumpleaños de hijos, nietos y bisnietos y generosamente compartía sus recuerdos con los poco memoriosos, como yo.

Desde mi propia experiencia, creo que envejecer me asustó desde muy niño. Solía tener la fantasía de que iba a vivir sólo hasta los 18. Luego, a los 27, tomé conciencia de que ya no era más un adolescente, que otra generación ocupaba ese lugar, que ya era un profesional y me iba llenando cada vez más de responsabilidades; desde entonces, me fijaba siempre en cómo el calendario me acercaba a los 40; y, luego, a los 50, me torturaba a mí mismo recordándome el paso del tiempo. Sin embargo, una paradoja se fue instalando de a poco, atenuando mis angustias: aprendí cada vez más a disfrutar de lo que la vida me ofrece. No por mucho programar, las cosas salen como uno espera y más bien surgen otras cosas en las que uno se va reencontrando. Aprendo mucho más de la experiencia que de los libros, que antes me ataron. Es cosa de abrirse a lo desconocido antes que aferrarse al supuesto saber. Mucho de ello se lo debo al Psicoanálisis, al aprendizaje de la introspección.


Sugerencias 
  • Cada día envejecemos, desde el mismo momento de nacer, pero algo vital crece en nuestro interior hasta el fin de nuestros días, a la luz de la inspiración divina.
  • Cultiva desde siempre la semilla de la amistad. En la mirada de los amigos se refleja siempre nuestro verdadero espíritu.
  • Aprende a valorar los placeres simples: una tarde de sol, la belleza de una flor, lo agradable que es respirar.
  • La muerte es la meta inevitable; por tanto, vive con intensidad tu presente.
  • Desecha la amargura y el resentimiento, son un lastre en la vejez.
  • No pienses sólo en cuánto puedes enseñar a los jóvenes, ten en cuenta también cuanto puedes aprender de ellos o con ellos.
  • Practica siempre algún hobby, algo que realmente te guste hacer. Nunca es tarde para empezar si es que lo fuiste postergando.
  • Busca todo aquello que esté signado por el amor, por el bien común, por el compartir. No “jubiles” tu sexualidad.
  • Desecha la soledad. Fomenta en tu familia el gusto por reunirse y apoyarse .
  • No temas hacer lo que verdaderamente quieres. Si no es ahora ¿cuando?
  • La ventaja de no atarse al pasado es tener siempre años por estrenar.
  • Lin Yutang escribió alguna vez “En la juventud la belleza es un accidente de la naturaleza. En la vejez, es una obra de arte…”


1 comentario:

Ana Maria dijo...

Me gustó Pedro, muy bueno !
Hacía tiempo que no entraba a tu blog, y veo que hay varios artículos por leer, que maravilla !
Nos vemos,
Ana María Avendaño