Hace poco me invitaron a un programa televisivo para hablar sobre lo que llamaron “La Anatomía del Sexo”. La verdad es que me sentí tenso y, con la presión adicional del tiempo, no encontré la fluidez necesaria en las ideas como para comentar en pocas palabras algunas preguntas sobre atracción y excitación sexual entre las parejas humanas heterosexuales. Aprovecho este espacio para extenderme un poco sobre algunos detalles y conceptos que me hubiera gustado comentar.
El estímulo y la atracción
El estímulo sexual, el camino a la atracción y la consecuente excitación, tiene diferentes orígenes y recorridos. Uno de ellos es el de los sentidos: la vista, el olfato, el tacto, el oído y el gusto, los que recogen los estímulos del exterior. El otro es el que proviene del interior, del movimiento neuroendocrino (hormonas y neurotransmisores), que envían mensajes al cerebro, al llamado sistema límbico, con requerimientos de búsqueda de algún complemento adecuado para la descarga de la tensión sexual incrementada.
A estos estímulos, propios de la fisiología, se le suman componentes psíquicos, que se expresan como fantasías y evocaciones de gratas vivencias pasadas de intimidad sexual, que anidan en nuestra memoria.
Todo esto moviliza la disposición a la búsqueda de la pareja apropiada, acción que puede ser de naturaleza consciente o puramente inconsciente (con expresiones autónomas reflejadas en el cuerpo, como sonrojos, aumento en la sudoración, el tono de la voz, la expresión de la mirada, la turgencia de los labios, de los senos, la postura corporal, etc.). En la mujer, esta disposición y búsqueda estaría relacionada con las variaciones hormonales de su ciclo menstrual, cosa que no ocurre en el hombre.
Una primera activación, propia de las memorias de satisfacción sexual ya vividas, predispone a una mayor sensibilidad a los estímulos. En tanto así, las caricias son más excitantes, la mirada más sugerente, el olfato recoge los influjos de las feromonas o sustitutos químicos excitantes (perfumes), el sabor se exalta, la saliva se torna más hialina, nuestra audición recoge notas dulces y encantadoras. Todo se convierte en estimulante, todo empuja a la proximidad y a la descarga, la excitación se hace presente.
El embrujo obnubila el pensamiento y la razón puede ceder el paso a un impulso irresistible. Tal vez ni siquiera se evalúen las circunstancias; cualquier lugar es bueno, cualquier peligro importa poco. La pasión arrasa con todo, la fuerza del impulso crece en su necesidad de descarga, la que, en su expresión más cruda, no tolera la postergación.
Hasta aquí las cosas pueden correr estrictamente en la cuenta del mandato genético reproductivo y puede que el asalto ulterior no pase de una cópula divertida, con o sin un orgasmo final, pero siempre aporta posibles consecuencias procreativas.
De ese instinto somos esclavos, aunque, a veces, presumamos que somos dueños de nuestros placeres. El placer obtenido en la culminación sexual es una trampa de la naturaleza, un premio por cumplir con el mandato de reproducirse. Por eso es que el sexo es tan endemoniadamente placentero, tan irresistible como para perder la razón, aunque sea por instantes.
Las zonas erógenas y la genitalidad. Clítoris y punto G
Fue Sigmund Freud, hace más de 100 años, quien nos habló de zonas con mayor aporte excitatorio a la ecuación sexual. En particular, enfatizó la mucosa oral, anal y las zonas propiamente genitales, como el pene, el clítoris y la vagina. En los últimos años, se habla mucho del llamado “punto G”, como el lugar de máxima expresión de excitabilidad para la mujer, como una suerte de “garantía” para la obtención de orgasmos.
Pero, tengo la impresión que hay un exceso de atención en la búsqueda del placer por las vías más “rápidas” o “seguras”: el clítoris, el punto G o el pene. La exhibición de la cantidad de orgasmos parece ser el objetivo del encuentro sexual.
Algo que se suele dejar de lado es que no basta saber qué tocar o estimular sino cómo tocar o en qué momento hacerlo; con qué tocar, si la mano, la boca o la pierna aportan una emoción propicia, nueva o sugestiva.
Aún así, la idea de estas estimulaciones circunscritas al clítoris, al punto G o al pene, emparenta demasiado la relación sexual con una masturbación asistida. De esta manera, es casi prescindible la participación de un compañero sexual. El vibrador, la mano o algún artefacto adecuado desencadenan los placeres en descargas que a veces son exaltadas como grandes logros, frente a la “pobreza” de los resultados por la vía del coito. La intensidad del placer o la cantidad de orgasmos cobran entonces el sentido de “lo máximo”, en desmedro del especial placer que proviene del orgasmo obtenido en la penetración pene - vagina.
Recientes estudios llevados a cabo por el psicólogo Stuart Brody en la University of the West of Scotland, UK, reivindican el valor cualitativo de la obtención del orgasmo en la penetración pene – vagina, con mayores y mejores repercusiones posteriores en el estado de ánimo y madurez, con menor uso de defensas en sus vínculos personales.
Estas observaciones cobran sentido si tenemos en cuenta que la relación pene – vagina tiene un mayor refuerzo de satisfacción desde nuestra programación genética, en tanto conlleva mayores posibilidades de procreación.
Por otro lado, queda claro que, en la fisiología del orgasmo, las vías derivadas de la estimulación de la vagina y del cuello uterino son diferentes a las de la estimulación del clítoris o del punto G.
Buen sexo e intimidad
El buen sexo parte de un saludable ejercicio de seducción, rehaciendo el atractivo, estimulando la fantasía, partiendo del como si, sin brusquedad, sin apremio, con tolerancia a la espera. El deseo gobierna al impulso y juega con los matices que hacen lugar al escenario, a las texturas y al calor de un entorno que va fluyendo desde el interior de ambos. Un acuerdo implícito es el trasfondo de una satisfacción que puede partir o quedarse en unos besos sin desmedro de una plenitud erótica satisfecha.
El buen sexo conlleva sabiduría y paz, más que exaltación y felicidad
“El sexo puede ser alegre, pero sólo con amor puede deparar la verdadera plenitud”, nos dice la filosofía del Tao. En ese sentido, vale la pena recordar que a una plenitud sexual se llega con el tiempo, en una experiencia compartida con una exploración abierta, mutua. Poco a poco los amantes van logrando sincronizar sus tiempos, tanto físicos como personales. Cada encuentro puede ser totalmente distinto y a la vez semejante a los anteriores, no hay un atrapamiento en “lo que hay que hacer” (si estimular el clítoris o el punto G o alguna parte excluyente e indispensable), la naturaleza de cada quien encuentra el ajuste preciso en el momento justo. El logro del placer que surge así, suele expresarse como un orgasmo compartido, ambos llegan juntos al clímax.
En esta forma de encontrarse en la intimidad, la pareja se nutre del placer que el otro expresa; el asidero en el cuerpo de una persona diferente a uno mismo, va haciendo espacio a una suerte de indiferenciación, fundiéndose la pareja en una elegía de intimidad que no reclama tanto cantidades orgásmicas como una entrega total. Ambos abren los canales de una totalidad que compromete hasta el alma y en la que el premio de placer es mucho mayor; es cuando hablamos de éxtasis, el placer logrado así, entonces, es algo más que genital.
El estímulo y la atracción
El estímulo sexual, el camino a la atracción y la consecuente excitación, tiene diferentes orígenes y recorridos. Uno de ellos es el de los sentidos: la vista, el olfato, el tacto, el oído y el gusto, los que recogen los estímulos del exterior. El otro es el que proviene del interior, del movimiento neuroendocrino (hormonas y neurotransmisores), que envían mensajes al cerebro, al llamado sistema límbico, con requerimientos de búsqueda de algún complemento adecuado para la descarga de la tensión sexual incrementada.
A estos estímulos, propios de la fisiología, se le suman componentes psíquicos, que se expresan como fantasías y evocaciones de gratas vivencias pasadas de intimidad sexual, que anidan en nuestra memoria.
Todo esto moviliza la disposición a la búsqueda de la pareja apropiada, acción que puede ser de naturaleza consciente o puramente inconsciente (con expresiones autónomas reflejadas en el cuerpo, como sonrojos, aumento en la sudoración, el tono de la voz, la expresión de la mirada, la turgencia de los labios, de los senos, la postura corporal, etc.). En la mujer, esta disposición y búsqueda estaría relacionada con las variaciones hormonales de su ciclo menstrual, cosa que no ocurre en el hombre.
Una primera activación, propia de las memorias de satisfacción sexual ya vividas, predispone a una mayor sensibilidad a los estímulos. En tanto así, las caricias son más excitantes, la mirada más sugerente, el olfato recoge los influjos de las feromonas o sustitutos químicos excitantes (perfumes), el sabor se exalta, la saliva se torna más hialina, nuestra audición recoge notas dulces y encantadoras. Todo se convierte en estimulante, todo empuja a la proximidad y a la descarga, la excitación se hace presente.
El embrujo obnubila el pensamiento y la razón puede ceder el paso a un impulso irresistible. Tal vez ni siquiera se evalúen las circunstancias; cualquier lugar es bueno, cualquier peligro importa poco. La pasión arrasa con todo, la fuerza del impulso crece en su necesidad de descarga, la que, en su expresión más cruda, no tolera la postergación.
Hasta aquí las cosas pueden correr estrictamente en la cuenta del mandato genético reproductivo y puede que el asalto ulterior no pase de una cópula divertida, con o sin un orgasmo final, pero siempre aporta posibles consecuencias procreativas.
De ese instinto somos esclavos, aunque, a veces, presumamos que somos dueños de nuestros placeres. El placer obtenido en la culminación sexual es una trampa de la naturaleza, un premio por cumplir con el mandato de reproducirse. Por eso es que el sexo es tan endemoniadamente placentero, tan irresistible como para perder la razón, aunque sea por instantes.
Las zonas erógenas y la genitalidad. Clítoris y punto G
Fue Sigmund Freud, hace más de 100 años, quien nos habló de zonas con mayor aporte excitatorio a la ecuación sexual. En particular, enfatizó la mucosa oral, anal y las zonas propiamente genitales, como el pene, el clítoris y la vagina. En los últimos años, se habla mucho del llamado “punto G”, como el lugar de máxima expresión de excitabilidad para la mujer, como una suerte de “garantía” para la obtención de orgasmos.
Pero, tengo la impresión que hay un exceso de atención en la búsqueda del placer por las vías más “rápidas” o “seguras”: el clítoris, el punto G o el pene. La exhibición de la cantidad de orgasmos parece ser el objetivo del encuentro sexual.
Algo que se suele dejar de lado es que no basta saber qué tocar o estimular sino cómo tocar o en qué momento hacerlo; con qué tocar, si la mano, la boca o la pierna aportan una emoción propicia, nueva o sugestiva.
Aún así, la idea de estas estimulaciones circunscritas al clítoris, al punto G o al pene, emparenta demasiado la relación sexual con una masturbación asistida. De esta manera, es casi prescindible la participación de un compañero sexual. El vibrador, la mano o algún artefacto adecuado desencadenan los placeres en descargas que a veces son exaltadas como grandes logros, frente a la “pobreza” de los resultados por la vía del coito. La intensidad del placer o la cantidad de orgasmos cobran entonces el sentido de “lo máximo”, en desmedro del especial placer que proviene del orgasmo obtenido en la penetración pene - vagina.
Recientes estudios llevados a cabo por el psicólogo Stuart Brody en la University of the West of Scotland, UK, reivindican el valor cualitativo de la obtención del orgasmo en la penetración pene – vagina, con mayores y mejores repercusiones posteriores en el estado de ánimo y madurez, con menor uso de defensas en sus vínculos personales.
Estas observaciones cobran sentido si tenemos en cuenta que la relación pene – vagina tiene un mayor refuerzo de satisfacción desde nuestra programación genética, en tanto conlleva mayores posibilidades de procreación.
Por otro lado, queda claro que, en la fisiología del orgasmo, las vías derivadas de la estimulación de la vagina y del cuello uterino son diferentes a las de la estimulación del clítoris o del punto G.
Buen sexo e intimidad
El buen sexo parte de un saludable ejercicio de seducción, rehaciendo el atractivo, estimulando la fantasía, partiendo del como si, sin brusquedad, sin apremio, con tolerancia a la espera. El deseo gobierna al impulso y juega con los matices que hacen lugar al escenario, a las texturas y al calor de un entorno que va fluyendo desde el interior de ambos. Un acuerdo implícito es el trasfondo de una satisfacción que puede partir o quedarse en unos besos sin desmedro de una plenitud erótica satisfecha.
El buen sexo conlleva sabiduría y paz, más que exaltación y felicidad
“El sexo puede ser alegre, pero sólo con amor puede deparar la verdadera plenitud”, nos dice la filosofía del Tao. En ese sentido, vale la pena recordar que a una plenitud sexual se llega con el tiempo, en una experiencia compartida con una exploración abierta, mutua. Poco a poco los amantes van logrando sincronizar sus tiempos, tanto físicos como personales. Cada encuentro puede ser totalmente distinto y a la vez semejante a los anteriores, no hay un atrapamiento en “lo que hay que hacer” (si estimular el clítoris o el punto G o alguna parte excluyente e indispensable), la naturaleza de cada quien encuentra el ajuste preciso en el momento justo. El logro del placer que surge así, suele expresarse como un orgasmo compartido, ambos llegan juntos al clímax.
En esta forma de encontrarse en la intimidad, la pareja se nutre del placer que el otro expresa; el asidero en el cuerpo de una persona diferente a uno mismo, va haciendo espacio a una suerte de indiferenciación, fundiéndose la pareja en una elegía de intimidad que no reclama tanto cantidades orgásmicas como una entrega total. Ambos abren los canales de una totalidad que compromete hasta el alma y en la que el premio de placer es mucho mayor; es cuando hablamos de éxtasis, el placer logrado así, entonces, es algo más que genital.
2 comentarios:
Dr. permítame felicitarlo de antemano por su nota, es asombrosa la sensación que trae cada placer sexual y la influencia de los sentidos para llegar a aquellos momentos inolvidables. Sin embargo, no encuentro mucha diferencia en las relaciones homosexuales; aclarando, me considero amante del ser humano como persona... sin descartar el aspecto sexual. Mujeres y hombres en un 50% cada uno, resulta para muchos increible que eso pueda suceder, para mí es sencillo de explicar y mucho de lo que Ud. menciona es gran parte de la explicación que suelo dar, pero en mí influye mucho el aspecto artístico de la persona y con ello está la razón, el alma y el corazón. Disfruté mucho de su nota.
Gracias Katherin
He podido sentir tu sensibilidad visitando tu blog, hace más valioso tu comentario. A tus diecinueve supongo que es un mundo abierto a la exploración...qué te puedo decir de esa interrogante abierta respecto al acercamiento homosexual...el tema lo elegí circunscrito a lo hetero, en relidad porque era el pedido del programa en el que me quedé corto. De cualquier manera, el cuerpo humano es casi infinito en cuanto a integrar emociones y placer. Coincido contigo en que más allá de los cuerpos o las zonas, hay una coincidencia de lo estéttico, el arte cabe desdo lo contextual creativo lo que ambos son capaces de hacer coincidir en esos momentos en que se instala la maravilla de lo nuevo, de lo descubierto...La experiencia del placer es dicícil de mensurar, por lo que algunos exaltan lo que han vivido como superior o mejor...Lo que centré en mis comentarios es más bien aquello que cuenta con un apoyo profundo de millones de años de evolución, que tiene sus rutas...y sus placeres.
Gracias nuevamente
Pedro
Publicar un comentario